Sólo unas horas han transcurrido desde que el ex boxeador y celebrity Andrew Tate, conocido por sus comentarios machistas, iniciase una polémica en Twitter y su detención en Rumanía, acusado de “tráfico de personas, violación y pertenencia a un grupo criminal”, según informa Reuters. Los hechos se han precipitado rápidamente: el antiguo deportista publicó un mensaje dirigido a la activista climática Greta Thunberg donde le decía que él tenía 33 coches, entre ellos tres de alta gama, y le pedía una dirección de correo electrónico para enviarle la lista completa de los vehículos y sus “enormes emisiones”. La misiva, a la que acompañaba una foto en la que se le veía repostando combustible, fue respondida por la activista sueca con un escueto: “sí, por favor, ilumíname. escríbeme a energíadelpitopequeño@búscateunavida.com”.
Tras lo que puede considerarse en el lenguaje de las redes como un tremendo “zasca”, humillación pública que ha llegado a cosechar casi tres millones de likes, posicionándose entre los tuits más populares de la historia, Tate publicó un video contestándole donde podían observarse unas cajas de pizza de una conocida cadena rumana. De acuerdo con algunos medios, estas imágenes habrían servido para alertar a las autoridades de un país en el que el famoso influencer posee una vivienda y lleva siendo investigado desde abril por presuntos delitos relacionados con un caso de trata de personas. La historia, digna de una serie de Netflix, contiene tantos ingredientes que casi parece un galimatías pero, bien leída, aporta pistas sobre la relación entre un modelo tóxico de masculinidad, el crimen organizado y la destrucción planetaria que está provocando, entre otros factores, el uso masivo de combustibles fósiles.
Comencemos por el principio: ¿quién es Andrew Tate? Más allá de su pericia practicando kickboxing, con lo que en su día ganó varios campeonatos, alcanzó gran visibilidad cuando en el año 2016 participó en la versión británica de Gran Hermano. Desde entonces, su fama fue catapultándose conforme publicaba numerosas opiniones misóginas, homófobas y racistas en distintos canales virtuales que, poco a poco, fueron cerrándole las cuentas por incumplir las normas de comportamiento: así, fue expulsado de Meta (Facebook e Instagram), de TikTok, y también de Twitter, red a la que regresó después de que la comprara el magnate Elon Musk, cuyas tendencias autoritarias son de sobra sabidas.
Mucho antes de eso, los contenidos de Tate, en ocasiones cercanos al discurso de odio, ya se habían viralizado, desatando múltiples críticas y granjeándole millones de fans. Entre sus desmanes más machistas, por ejemplo, se encontraban afirmaciones que responsabilizaban a las mujeres por ser violadas y videos en los que simulaba agredirlas. Además, existe constancia de sus simpatías por la extrema derecha y su apoyo a Donald Trump. La afinidad con el ex presidente no es casual, pues sólo alguien como él ha conseguido amalgamar una violencia extrema –la que culminó en el asalto al Capitolio–, con el negacionismo climático –que le llevó a abandonar el Acuerdo de París– y un desprecio salvaje a las mujeres –manifiesto en el comentario que invitaba a “agarrarlas por el coño”. El tuit de Greta Thunberg, que algunos podrían juzgar como salido de tono, apunta a esa combinación explosiva.
El lujo, la glorificación de unos motores y sus consecuentes gases contaminantes como símbolo del poder absoluto frente a una naturaleza exclusivamente para el dominio humano, la veneración de la fuerza y la velocidad como iconos del progreso, y su tradición en las culturas occidentales son temas que ya analicé a propósito de Rosalía. Decía Filippo Marinetti, padre del futurismo, que “un coche que ruge es más bello que la Victoria de Samotracia”, y en esa apología acrítica de la tecnología, que fue encumbrada asimismo por el nazismo, se podría localizar la absurdidad de los múltiples proyectos tecno-optimistas, incluyendo las fantasías espaciales de Musk, con los que ciertos iluminados pretenden hallar el milagro para la crisis climática mientras siguen acrecentándola sin remedio.
El imaginario antropocéntrico
Por otra parte, la posesión del vehículo, y el imaginario antropocéntrico y controlador que evoca, posee otras ramificaciones de consecuencias nefastas ancladas en un consumismo que ha venido a permear cada ámbito de la vida, de manera que todo es susceptible de ser comprado, devorado y desechado a un ritmo voraz, como en su día exploró el intelectual italiano Pier Paolo Pasolini. En ese todo, por supuesto, cabe cualquier cosa que podamos desear, pero como esas dinámicas de adquisición y descarte son ubicuas, también fomentan el sometimiento de las mujeres, equiparadas a objetos, cuando no a la tierra, el espacio natural por conquistar, unas dinámicas que han sido examinadas tanto desde el feminismo como desde los estudios postcoloniales. Rapiña y robo, aunados a una masculinidad dispuesta a apropiarse de cuanto cree a su alcance, ¿alguien duda ya de su agresividad implícita? El error de nuestras sociedades ha sido no considerar el ecocidio y la violencia de género como asuntos de estado absolutamente prioritarios: de hecho, no es ninguna coincidencia que la mayoría de los terroristas fuesen antes verdaderos maltratadores.
Esa “energía del pito pequeño”, la nota sagaz de Thunberg, es una advertencia contra la deletérea simbiosis que nos ha colocado, prácticamente, en el punto de no retorno climático; pero también apunta a unas políticas occidentales cimentadas en la violencia, a la necesidad de construir otros horizontes de deseo más allá del consumo y, por descontado, al respeto que las mujeres merecemos en cuanto sujetos, tan ingeniosamente subrayado en ese email que actúa de castración simbólica. Ha querido el azar, o la profesionalidad de la policía, que su adversario verbal acabase siendo detenido horas después de alardear de sus coches y la destrucción medioambiental que causan, precisamente debido a su presunta implicación en una trama de trata. La moraleja está servida.