“Cuando la gente honesta dice la verdad, con calma y sin avergonzarse, se vuelve poderosa … [Es] la ley de hierro del universo: las cosas verdaderas prevalecen”. Son las palabras de Tucker Carlson, el popular presentador de la cadena conservadora estadounidense Fox News cuyo despido fue anunciado el pasado 24 de abril en un brevísimo comunicado. Sin mencionar los motivos por los que abandona el programa que lleva su nombre, líder de audiencia en la franja horaria nocturna –a partir de las 20.00 horas–, Carlson arremetía contra todo el entramado mediático del país, supuestamente controlado por la élite política de Washington, demócratas y republicanos a partes iguales, y denunciaba que hay temas “no permitidos” como la guerra, el poder de las corporaciones o los recursos naturales, para después afirmar que existen pocas personas que no mientan, implicando ser él una de ellas. “Mientras que puedas escuchar las palabras [verdaderas], hay esperanza”, concluyó, alimentando la curiosidad sobre su trabajo futuro, del que sólo circulan especulaciones, con un “nos vemos pronto”.
Este alegato, publicado en Twitter, cosechó más de 20 millones de visualizaciones en las primeras 24 horas y conforma una pieza más de un puzle sobre el que se tienen pocos datos fiables. El despido, eufemísticamente definido como “de mutuo acuerdo” por la televisión propiedad del magnate Rupert Murdoch, llega días después de que Fox News alcanzase un acuerdo millonario con Dominion Voter Systems, la empresa encargada de suministrar las máquinas para contar los votos de las últimas elecciones presidenciales. Dominion demandó a la cadena por difamación a raíz de las acusaciones infundadas de fraude electoral que impulsaron a millones de telespectadores a creer que Trump había salido victorioso en los comicios de 2020, y el litigio terminó con una indemnización de más de 787 millones de dólares que deberá pagar Fox News.
Aunque varios analistas destacan que este desembolso estaría detrás de la decisión de librarse de Carlson, lo cierto es que el presentador era un activo innegable: desde que en 2016 fuese contratado para conducir su propio espacio, superaba con creces la media de audiencia de otros medios; según la BBC, atraía un 45% más de anunciantes que el siguiente programa en prime time, a pesar de haber perdido algunos patrocinadores influyentes debido a la desinformación transmitida. Por otra parte, Fox News sufrió una estrepitosa caída en bolsa tras revelar el despido, y ha llegado a perder hasta un 36% de telespectadores a falta de otra estrella que sustituya a Carlson, de manera que se ha cuestionado una explicación exclusivamente basada en la rentabilidad.
Tucker Carlson, un trumpista… ¿presidenciable?
Otras hipótesis apuntan al lenguaje ofensivo utilizado habitualmente por el presentador, descubierto durante el proceso legal con Dominion; a la demanda interpuesta por Abby Grossberg, productora y antigua compañera suya que lo acusa de crear un ambiente laboral degradante para las mujeres y las minorías religiosas; o al fuerte personalismo de quien había desafiado la línea editorial marcada por sus jefes. Es evidente que Carlson, conocido por sus simpatías hacia Trump, ha sido muy crítico con el posicionamiento mayoritario adoptado por el Congreso respecto a la guerra de Ucrania. Además, dio validez al testimonio del periodista Seymour Hersh, según el cual Estados Unidos sería responsable de la voladura de los gasoductos Nord Stream, e incluso sugirió la imposibilidad de que la OTAN permaneciese unida si su país había boicoteado la economía europea. En este punto se hace necesario subrayar los vínculos entre Putin y parte de las derechas estadounidenses y europeas, estudiados por el historiador Timothy Snyder en El camino hacia la no libertad (Galaxia Gutenberg, 2018), así como el enfoque abiertamente antigubernamental de Carlson, quien llegó a pedir a Trump la libertad de Julian Assange, condenado por difundir las violaciones de derechos humanos en Irak y Afganistán a manos del ejército norteamericano.
Con opiniones siempre escoradas a la derecha –siguiendo el enfoque de Fox News–, de tintes racistas y misóginos, experto en sembrar dudas en torno a los últimos comicios presidenciales, Carlson se había convertido también en una voz incómoda alrededor de temas relacionados con la política exterior, y esa retórica aparentemente anti-establishment ha contribuido a labrarle una fama como adalid de la verdad y defensor de la libertad de expresión a ultranza de manera muy parecida a como Trump se proyectó en los medios, contra la élite (a la que pertenecía), salvador dispuesto a “drenar la charca” o el fango institucional. Por esa razón, ya hay quien augura que Carlson podría presentarse a las primarias republicanas, tirando del mismo hilo transgresor de su predecesor y aprovechando su capital televisivo, riqueza y redes de influencia.
Por ahora, el único hecho constatable es su despido en mitad de borrosas circunstancias y, a juzgar por su vídeo y el apoyo masivo suscitado en Twitter, la intención de Carlson de seguir influenciando la opinión pública, de una forma u otra y, lo que es más peligroso, tal vez convertido en mártir.