Además de la ya acostumbrada generalización sobre «los catalanes», últimamente se escucha mucho la generalización sobre «los españoles». Nadie se priva de hablar sobre unos y otros: «Los catalanes quieren decidir», «los españoles no nos quieren». Ojo, no hay lugar para los matices: que si todos los catalanes tal, que si todos los españoles cual. Ya hemos dicho alguna vez que la única generalización que no es falsa es que todas las generalizaciones son falsas. Es fundamental para mantener el nivel rastrero del debate (y circunscribirlo así a las emociones más que a las razones), el evitar matizaciones, zonas de grises, reservas, puntualizaciones. Es fundamental, en fin, que haya un “ellos” y un “nosotros”.
El primer terreno de disputa en política siempre son las palabras, expresiones que acaban imponiéndose y creando una determinada realidad. En ese campo hace tiempo que van ganando por goleada los nacionalistas de uno y otro lado. Han conseguido por ejemplo que se hable con naturalidad de la relación “entre España y Cataluña”. Esa expresión cuela de rondón la idea de que por un lado está España y por otro está Cataluña, como cuerpos extraños que han sido cosidos artificialmente. Los nacionalistas de cualquier tipo son grandes defensores de la física (un cuerpo no puede ocupar el espacio de otro) y detestan la química (las mezclas). Para los que vemos a España como un compuesto químico suena surrealista lo de la relación “entre España y Cataluña”. Suena como hablar de la relación entre el sodio y la sal de mesa, cuando la sal de mesa (España) no existiría sin el sodio (Cataluña). La sal, por cierto, es cloruro de sodio.
El problema, ya lo hemos dicho alguna vez, es que tanto los nacionalistas catalanes y los nacionalistas españoles reducen «lo español» a «lo castellano». Ambos reducen España a ser mero cloruro y a Cataluña a ser mero sodio. Son malos tiempos para los que creemos que este territorio donde rige (mal que bien) la avejentada Constitución de 1978 es sal de mesa, con su cloruro y con su sodio, y no un compuesto de cuerpos cosidos de cualquier manera entre sí. Y digo esto porque en diferentes discusiones en Twitter me he encontrado con generalizaciones y clichés que, ganando terreno en lo lingüístico (y de ahí saltando a la manera de ver el mundo de cada cual) suelen esgrimir los nacionalistas catalanes. Éstos son los cinco clichés más frecuentes:
1. “Los españoles odiáis a los catalanes”. Aquí se introduce la idea de que no hay catalanes que se consideren españoles, y de que no hay españoles a los que les guste la cultura catalana, aprendan la lengua y disfruten de su literatura, cosas evidentemente falsas. Tanto en Cataluña como en el resto de España, en muchas personas opera un automatismo que consiste en identificar «catalán» con «nacionalista». De manera inconsciente se desliza la idea de que en Cataluña si uno no es nacionalista, entonces es que no es catalán de verdad. Si alguien critica el nacionalismo será tachado de anticatalán. Lo mismo, por cierto, hace el Gobierno de Israel cuando acusa de antijudío al que critique su política ultra.
2. “España reprime la cultura catalana”. Hubo evidentemente durante la dictadura de Franco una represión de la cultura catalana, como la hubo -en el resto de España- de tantas otras cosas (ideas políticas, comportamientos sociales, etcétera). Si la cultura catalana y el bilingüismo han prosperado en los últimas décadas (tanto como no lo habían hecho nunca antes en la historia) ha sido gracias a la Constitución española de 1978. Y por cierto, esa Constitución es la norma que, en primera instancia, da legitimidad jurídica a la actual Generalitat de Cataluña, que no es -hoy por hoy- sino una institución del Estado español. Me pregunto cuántos nacionalistas catalanes saben que la Constitución en su artículo 3 punto 3 dice: “La riqueza de las distintas modalidades lingüísticas de España es un patrimonio cultural que será objeto de especial respeto y protección”. Me pregunto también de qué represión hablan esos nacionalistas catalanes cuando escuchan a Felipe VI hablar en catalán o a los dirigentes del PP de Catalunya empleando esa lengua y ondeando la senyera. Bueno, sí sé lo que piensa alguno de ellos, porque me lo ha dicho: todas esas muestras de respeto y empleo de la cultura catalana no son sino “ejemplos de cinismo”. Claro, sería letal para las tesis nacionalistas que un español mostrara un amor y respeto sinceros por la cultura catalana, así que han de ser cínicos por fuerza.
3. “España es sinónimo de derecha”. Este cliché es de lo más generalizados, no sólo entre los nacionalistas catalanes, sino también en buena parte de la izquierda del resto de España. Hace un flaco favor a todos aquellos españoles que a lo largo de la historia (y salvando las distancias y matices entre unos y otros) se pueden considerar como progresistas. Sólo por citar unos pocos: Goya, Jovellanos, Azaña, Clara Campoamor, Lorca, Machado… Estos días se habla de que buena parte de los independentistas escoceses esgrimen la misma razón respecto a Londres: «El Reino Unido es sinónimo de derecha». Se hacía eco de ello el periodista hispano-escocés John Carlin en el artículo titulado ‘Mi padre habría votado no’, publicado el domingo en El País: “Escocia es diferente (…). Les repele el modelo de capitalismo desenfrenado simbolizado hoy por Londres, junto a Nueva York, la gran capital financiera del mundo. En Escocia lo que predomina es algo más parecido al espíritu comunitario de los países escandinavos o, incluso, del País Vasco”. Buscar en la independencia, como hacen muchos, el atajo para librarse de un Gobierno central de derechas es bastante ramplón, como bien recuerda el propio Carlin: “Los independentistas escoceses hacen campaña como si los conservadores fueran a gobernar para siempre cuando no sólo no lo harán, sino que es perfectamente posible que en un futuro no muy lejano la actual crisis económica precipitada por los expolios de la gran banca haga que Inglaterra dé un giro político que la aproxime más al modelo de bienestar escocés”.
De igual manera hacen campaña muchos independentistas catalanes, como si la derecha siempre fuera a Gobernar en el resto de España. Lo más sangrante es que, como recordaba el catalán Javier Cercas en El País Semanal este domingo, la cultura política catalana y la del resto de España son iguales (a diferencia de lo que ocurre entre Escocia y el resto del Reino Unido): “En España ha habido 21 años de Gobiernos socialdemócratas, mientras que en Cataluña, apenas siete; los recortes de Mas son al menos tan drásticos como los de Rajoy; y, según todos los indicios, Bárcenas no es más que un aprendiz de los Pujol. En definitiva: la cultura política catalana es idéntica a la española, sólo que corregida y aumentada. ¿Existe alguna posibilidad de construir con una cultura política idéntica un país distinto y mejor? Ustedes dirán”.
Lo más gracioso del argumento España=Derecha es que es la causa por la que muchos izquierdistas en Cataluña se declaran independentistas sin ser nacionalistas. Bonita forma de ser de izquierdas la de estos indepes: subordinar la conciencia de clase (eminentemente internacionalista) e intentar lograr por la vía traumática de una independencia lo que no se consigue ni en la calle ni en las urnas, convenciendo al electorado. ¿Acaso se lucha mejor contra el ultracapitalismo depredador malgastando energías y neuronas bailándole el agua a los derechistas y austericidas de CiU? Si esos indepes no nacionalistas son tan de izquierdas, ¿por qué no piden antes que una consulta sobre la independencia, una consulta sobre los recortes en Sanidad o en Educación que ha realizado Artur Mas en Cataluña? El periodista catalán Pere Rusiñol, en su columna Tengo derecho a decidir, publicada en ElDiario.es, ponía esta cuestión sobre la mesa el pasado enero.
4. “Franco bombardeó Barcelona”. Este soniquete me fascina. Convierte a Franco en sinónimo de España. Como si Franco no hubiera bombardeado Madrid o asesinado a miles de personas en otras tantas ciudades y pueblos españoles. También me sorprenden los que identifican el catalanismo única y exclusivamente con el antifranquismo, olvidando que orgullosos catalanes (entre otros Josep Pla y los integrantes del Terç de Requetès de la Mare de Déu de Montserrat (Tercio de requetés de la Madre de Dios de Montserrat) se pusieron al servicio de Franco sin dejar de pensar y de hablar en catalán. Por cierto, repasen la prensa española y extranjera de la época, al bando golpista de Franco se le llamaba «bando nacionalista».
5. “Si no podemos votar es que no somos libres”. Me pregunto en qué es menos libre un nacionalista catalán que yo. Sus libertades individuales y garantías judiciales (lo único realmente importante) están tan garantizadas (o amenazadas) como las mías: libertad de religión, asociación, reunión, expresión, sufragio, orientación sexual, habeas corpus… ¿De qué libertad carece? ¿Tener DNI catalán es una libertad fundamental? ¿Tener Ejército catalán es una libertad fundamental? ¿Tener un Ministerio de Hacienda o de Exteriores es una libertad fundamental? ¿Acaso alguien le obliga a que diga que es español? ¿Quién le prohíbe que sólo se sienta catalán? No es factible prohibir sentimientos, cada cual siente lo que quiere. Pero hay una pregunta aún más decisiva: ¿Sería ese nacionalista catalán más catalán por el hecho de vivir en una Cataluña independiente?
Lo mismo traía a colación John Carlin al respecto de Escocia: «La identidad y la cultura escocesas han estado y estarán a prueba de balas (…). Los escoceses no serán más escoceses si conquistan la soberanía política. (…) Lo que me cuesta entender es, si uno ya se siente plenamente escocés, ¿por qué no disfrutar del bonus, que viene incluido gratis, de ser también británico, de poder sentir como suya la grandeza histórica de Londres, de Shakespeare, del Imperio Británico que tanto contribuyeron los escoceses a construir, además de compartir con orgullo la herencia de William Wallace y de los hombres que inventaron el teléfono y la televisión? La unión de Gran Bretaña ofrece dos nacionalidades por el precio de una. ¿Por qué forzar la división cuando no existe ninguna imperante necesidad de hacerlo?».
Me fascina igualmente que se sitúe el auge independentista en el «no» del Tribunal Constitucional a algunos artículos del Estatut de 2006 (una decisión, por cierto, discutible por cuanto no se ha aplicado el mismo rasero a otros Estatutos de autonomía). Me fascina que se sitúe aquí el origen del divorcio porque en la votación del Estatut de 2006 más de la mitad de los catalanes se quedaron en casa (la participación no llegó al 50%) y, de los que votaron, un 20% lo hicieron en contra. O sea, que no debía urgir mucho a los catalanes ese nuevo Estatut cuando la mayor parte del electorado o no votó o votó en contra.
En cualquier caso yo tampoco puedo votar el Estado en el que he nacido. Me encantaría que hubiera una reforma constitucional y poder votar. Esa es la única vía por al que Cataluña puede acceder a la independencia. Porque en la Constitución actual existe un artículo que habla de la integridad territorial del Estado. Y esa integridad sólo puede modificarse modificando, a su vez y mediante referéndum, la Constitución, no con una consulta ilegal (por limitar su universo electoral al de uno de los territorios que forman el Estado, en una decisión que afecta al resto del Estado). Lo dice claramente el escritor catalán Javier Cercas: «En un Estado de derecho, ley y democracia son casi lo mismo; en democracia las leyes no se violan: se cambian». Es lo mismo que le ha recordado el líder de Unió Democràtica, Duran Lleida, al líder independentista de ERC, Oriol Junqueras, que pide que se vote incluso contra la ley: «Cuando Junqueras propone desobediencia a la ley, está rompiendo la unidad y, además, es un disparo al pie del proceso (…), legalidad no hay varias, sólo hay una». Lo más surrealista es que Junqueras afirma que la consulta será legal a toro pasado, en el marco de la ley del nuevo Estado catalán, de la «ley catalana». Eso sí que es poner el carro delante de los bueyes, el mundo al revés. Es como dejar a un chaval de 9 años fumar porque dentro de unos años, cuando tenga 18, podrá hacerlo legalemente. No existe (al menos de momento) ninguna ley catalana que no sea a su vez una ley española, en tanto que emanada de la legitimidad del Estado español.
Conclusión: Si en esa tan necesaria reforma constitucional (necesaria en lo que respecta a la regeneración democrática), el Estado mediante referéndum decide automutilarse y desprenderse de Cataluña, es decir (volviendo a la metáfora química) el Estado decide convertirse sólo en cloruro y dejar marchar el sodio, habrá que respetar el resultado de dicho referéndum. Ahora bien, si eso ocurre, ya les aseguro que todo será infinitamente más soso.
– También puedes consultar la entrada Cinco clichés del nacionalismo español sobre ‘Cataluña’ y ‘los catalanes’.