Dicen que la vida media de un colchón es de entre ocho y diez años. Si Pedro Sánchez logra terminar la nueva legislatura, se convertirá en el segundo presidente con más años en el cargo (9), sólo superado por Felipe González (13,5), por lo que quizá, antes de irse, tenga que volver a tomar la decisión de cambiar el de la cama principal de La Moncloa, como ya hizo tras la moción de censura a Mariano Rajoy.
Conseguirlo será casi un milagro, un espectáculo de malabares imposible en el que el PSOE tendrá que evitar que se caiga alguna de las más de diez grandes bolas que tiene en sus manos. Sánchez deberá contentar a partidos de izquierda y de derecha en Catalunya y en Euskadi, formaciones que compiten por un electorado similar en las elecciones como EH Bildu y PNV o ERC y Junts per Catalunya.
Los nacionalistas ya le han avisado. «No se la juegue«, dijo el portavoz de Esquerra Republicana de Catalunya, Gabriel Rufián. En los mismos términos se pronunció Miriam Nogueras, de Junts: «Con nosotros no tiente la suerte«. En un discurso menos agresivo pero directo, la portavoz de EH Bildu, Mertxe Aizpurua, también ha alertado al nuevo presidente: «Que hoy le apoyemos no significa que nos debamos a su gobierno. Hoy no le concedemos un cheque en blanco». Néstor Rego (BNG) ha hecho hincapié en las «profundas diferencias» de su formación con el PSOE y Cristina Valido (Coalición Canaria) ha expresado sus «preocupaciones» con diferentes apartados de los acuerdos firmados con el resto de partidos.
El nuevo presidente está acostumbrado a dar volantazos cuando la situación lo requiere, pero las curvas en el camino de la nueva legislatura amenazan con ser más cerradas que de costumbre. Porque Sánchez no sólo tendrá que satisfacer a los partidos nacionalistas. Podemos ya ha alertado de que no tiene intención de diluirse en Sumar y que actuará con independencia, más aún si no consiguen acceder al Consejo de Ministros. Una posibilidad que los morados todavía intentan esquivar, pero que se antoja improbable. En el patio del Congreso, la secretaria general de Podemos y ministra de Derechos Sociales en funciones, Ione Belarra, ha pedido poner fin al «veto» y que su formación forme parte del nuevo Gobierno: «Podemos ha sido el motor de las principales transformaciones: subida del salario mínimo, la ley de vivienda, los permisos retribuidos por cuidados, la nueva generación de derechos feministas… todo lo que la gente recuerda lo propuso y lo peleó Podemos».
Dentro de la coalición, sin embargo, los morados no son los únicos que pretenden encontrar su hueco. Los ocho partidos con representación parlamentaria dentro del grupo de Yolanda Díaz también tratan de lograr su cuota de visibilidad que la actual vicepresidenta en funciones intentará satisfacer con el reparto de ministerios entre los principales: Comuns, Izquierda Unida, Más País/Más Madrid y el propio Sumar, mientras que Podemos se quedaría sin representación en el Consejo de Ministros. Por su parte, los partidos minoritarios tendrán su ventana al exterior en forma de portavocía adjunta en el Congreso: Compromís ya tiene una y la Chunta Aragonesista y Mès rotarán en la segunda.
Pero no sólo se trata de visibilidad, sino de medidas concretas para sus territorios que justifiquen su presencia en Madrid.
La oposición interna
El contexto es endiablado, pero todavía faltan ingredientes para hacerlo más difícil si cabe. Sánchez tendrá que lidiar con la oposición de alguno de los barones de su partido, encabezados por el presidente de Castilla-La Mancha, Emiliano García Page, y el expresidente aragonés Javier Lambán, ambos ausentes durante la sesión de investidura. Durante los días previos, desde el PP han apelado a la figura del presidente castellanomanchego como baluarte contra la ley de aministía y el pacto con los independentistas después de que este amenazase con la posibilidad de «ejercer recurso» y de «plantear batalla» contra la medida.
Una derecha “asalvajada”
Pero el principal problema de Sánchez no va a estar a su lado, sino enfrente. La supuesta moderación de Alberto Núñez Feijóo, es ya una ficción del pasado, y su discurso el primer día de la investidura así lo corrobora. El líder del PP acusó a los socialistas de cometer un «fraude» y de «corrupción política»: «Lo que se trae hoy a la Cámara no se votó en las urnas», aseguró desde la tribuna. Santiago Abascal, por su parte, habló de «golpe de Estado» y comparó la formación del nuevo Gobierno con el ascenso al poder de Adolf Hitler. Desde Moncloa se refieren a la oposición como una derecha “asalvajada” que, sin embargo, creen que facilita la acción del Gobierno al dejar libre el carril central.
La retórica hiperbólica de la derecha y la ultraderecha es una realidad consolidada desde las elecciones del 23 de julio y una parte no desdeñable de la opinión pública ya ha comprado ese relato y por eso se manifiesta cada noche a las puertas de la sede federal del PSOE, en Madrid. La calle ya fue un importante aliado de la derecha durante los gobiernos de José Luis Rodríguez Zapatero y, ahora, Feijóo aspira a canalizar parte del descontento de la misma forma. Es Vox, sin embargo, quien más incendia las manifestaciones y concentraciones con su falso relato del fin de la democracia.
Los próximos presupuestos
La primera gran curva de la legislatura está cercana: los próximos presupuestos generales. Fuentes de la nueva coalición de Gobierno creen que es posible que la agenda impida llegar “en tiempo y forma”, una frase muy repetida por Sánchez desde que accedió a la presidencia en 2018. El artículo 134 de la Constitución fija que los presupuestos deben presentarse tres meses antes de la expiración de los anteriores, por lo que sería necesario prorrogar los actuales hasta aprobar los del próximo año durante los primeros meses de 2024. El objetivo del PSOE, sin embargo, es aplicarlos con carácter retroactivo tras su aprobación.
Los pactos con los diferentes partidos que sustentarán al Gobierno también incluyen estabilidad durante la legislatura, por lo que estas primeras Cuentas Públicas podrían ser las más fáciles de aprobar de las que faltan por venir. Carles Puigdemont ya alertó de que el voto positivo de Junts a los presupuestos “se ganará día a día”.
Pedro Sánchez tiene por delante la legislatura más difícil de la historia de la democracia moderna y, a su vez, desde la mayoría absoluta de Mariano Rajoy en 2011, ningún candidato había logrado más votos que él para ser investido. Con más estrategia que convencimiento ideológico y político, maneja el equilibrio como nadie, y tiene la intención de volver a cambiar el colchón de La Moncloa.