Debo confesar que me siento desolado e impotente. Como jurista y como ser humano. Enfermo de este cansancio que provoca saberme inútil y fracasado. Decía Albert Camus que “si el hombre fracasa en conciliar la justicia y la libertad, fracasa en todo”. Suelo decir a mis hijos que jamás respondan a un mal con otro mal, porque entonces se cometerían dos males. Contemplo desde la distancia la epifanía del fracaso absoluto del ser humano.Misiles por doquier para responder a las bombas, muerte por doquier para responder a la muerte, siempre injusta, aprovechando que las víctimas carecen de esa brizna de libertad que les hubiera salvado la vida. Y mientras este rotundo fracaso de la humanidad es retransmitido en directo para que la humanidad se abochorne de lo que somos, los más altos dirigentes internacionales se muerden la lengua para no condenar este genocidio, o se retratan sin pudor con quien lo perpetra, redoblando el fracaso. Fue entonces cuando escribí este mensaje: “¿Cómo explico a mis estudiantes que el Derecho, que debería ser la garantía de los débiles, sigue siendo papel mojado para los poderosos?”.
Olivia, periodista y amiga, me pidió que escribiera la experiencia y acepté el reto. La clase ha sido este jueves por la mañana. De manera sorpresiva, les puse un caso práctico. Soy profesor de Derecho Civil y muy escrupuloso con lo que digo en el aula para que nadie pueda reprocharme que la ideología se coló por las rendijas de mi boca. Así que lo redacté como si fuera un conflicto privado sobre la tenencia de un inmueble, consciente de que era un ejemplo burdo, sin matices:
La familia Almazán y la familia Benavides
“La familia Almazán vive en un piso con cocina, baño, trastero y cinco habitaciones. La comunidad, reunida en Junta de propietarios, acuerda ceder dos habitaciones en calidad de propietaria a la familia Benavides que las había ocupado, argumentando que sus bisabuelos fueron injustamente desahuciados del piso hace un siglo. La familia Almazán no acepta la decisión y así lo hace constar en el acta.
La familia Benavides, nada más conocer el acuerdo de la Junta de propietarios, ocupa el resto de habitaciones, dejando a la familia Almazán confinada en el trastero. El hecho es condenado por la comunidad reunida en asamblea, con el voto en contra del dueño con más patrimonio y el piso más grande, sin ninguna consecuencia para la familia ocupante. La convivencia se hace imposible, debido a que la familia Benavides cambia las llaves del piso, limita el acceso a las zonas comunes, y amenaza con ocupar también el trastero.
La familia Almazán, harta del continuo hostigamiento, provoca unos daños considerables en una de las habitaciones ocupadas por la familia Benavides que, como respuesta, corta la luz en el trastero y cierra las puertas del baño y de la cocina. La situación deviene insostenible para la familia Almazán. Los hechos vuelven a ser condenadospor la comunidad, de nuevo con el veto del propietario más poderoso, sin ninguna consecuencia para la familia Benavides”.
Les pedí que reflexionaran cada uno por su cuenta durante unos minutos. Luego que compartieran sus opiniones formando parejas, unas para defender a la familia Almazán y otras a la familia Benavides. A continuación les pregunté: “Si este asunto se llevase a juicio, ¿cuál de las dos ganaría?«. La mayoría de la clase levantó la mano en favor de la familia Almazán. Unos pocos se mantuvieron con los brazos cruzados. Ninguno apostó por la familia Benavides. A continuación, escribí en la pizarra el nombre de ambas familias separadas por una línea vertical, y les pedí argumentos jurídicos a favor de una uotra. Jurídicos, enfaticé. El análisis fue revelador.
Dejaron claro desde el comienzo que, en el peor de los casos, la familia Almazán era poseedora del piso y que como tal era merecedora de protección jurídica. En ningún caso podría justificarse la ocupación de lo que ya se habita, no importa el título. Dedujeron que el piso tendría que ser propiedad de la comunidad porque fue ella la que cedió las habitaciones a la familia Benavides. A partir de ahí, la columna de la pizarra correspondiente a la familia Almazán comenzó a llenarse de argumentos a favor, siendo el más contundente la reiteración en el incumplimiento por la familia Benavides de lo acordado por la comunidad. Por supuesto, no entendían suimpunidad sólo porque el vecino más adinerado estuviera de su parte. Y admitieron que el daño merece ser reparado en todo caso porque no existe norma alguna que ampare el derecho a dañar, no importa quién lo sufra.
Llegados a ese punto, les pedí que sustituyeran la familia Almazán por el pueblo palestino y la familia Benavides por el Estado de Israel. Se quedaron perplejos. Mudos. De nuevo les advertí que el caso era simplista, que no mantuvieran alegatos ideológicos, y que dejaran a un lado sus prejuicios. El nudo del debate no consistía en otorgar la razón absoluta a cualquiera de las partes, sino en verse a sí mismos defendiendo sus posturas con arreglo a Derecho. Y es ahí donde estallaron las costuras de quienes sólo creemos en un fundamentalismo: la democracia.
Les costaba encontrar argumentos jurídicos que respaldaran las ocupaciones y los incumplimientos de las convenciones y acuerdos internacionales. Les costaba encontrar argumentos jurídicos que justificasen el genocidio de millones de personas, por más que se invocara el derecho a la defensa. Como juristas y como demócratas, se sintieron desolados, impotentes, fracasados. Y eso es intolerable en una clase de Derecho. Yo sólo aspiraba a enseñarles una lección esa mañana: no perdáis la fe en el Derecho. Vuestra profesión consiste en hacer justicia y vuestra herramienta es la ley. No permitáis jamás la derrota del Derecho.
Aunque os hagan creer que las normas no sirven para nada, ondearlas como una bandera pacífica frente a los que pretendan hacer justicia con la espada. Quizá perdamos mil batallas, pero no podemos perder la guerra de la barbarie. Un Estado de Derecho no responde a la violencia con la violencia. Un Estado de Derecho no puede condenar a muerte aunque sus ciudadanos maten, porque en su Constitución se protege la vida y no puede atentar contra ella. Un Estado de Derecho responde a la bestialidad con la razón de sus leyes. Y a vosotros y vosotras os corresponde cargarlas de corazón. Por lo que más queráis, sed justos. Por lo que más queráis, defended el Derecho porque es la única garantía de los débiles. Por favor, no perdáis la fe en el Derecho.
Cuando terminó la clase, se me acercó un alumno al que había tocado defender a la familia Benavides. Lo hizo con brillantez y sinceridad. Me dijo: “Me manda saludos para ti una amiga que fue alumna tuya y que no te olvida. Hay clases que te cambian la vida”. Le di las gracias, me limpié el polvo de la tiza en los pantalones y me fui sin sentirme desolado, impotente ni fracasado, gracias a mis estudiantes, hechos de la aleación más hermosa que conozco, de rigor y esperanza, de juventud y utopía. Hasta que vuelva a ver las noticias.