Crónicas | Internacional
América Latina: lecciones y retos de una cartografía de izquierdas
Las cinco mayores economías de la región están lideradas por mandatarios progresistas. ¿Cómo lograron el ascenso y cuáles son los principales retos a los que se enfrentan ante el empuje internacional de la extrema derecha?
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Un antiguo guerrillero con camisa blanca y sin corbata apretando la mano de una lideresa negra en Colombia. Un exlíder estudiantil de brazos tatuados, pelo revuelto y entrecejo fruncido en Chile. Un maestro rural subido a un caballo sacudiendo su sombrero chotano en Perú. Un ícono de camisetas y proclamas sindicales que emerge desde la cárcel en Brasil. Podría ser el escenario de un teatro, pero es el más reciente paisaje político que dibuja América Latina. Una mezcolanza de personajes, elegidos democráticamente, que recitan libretos de izquierda. Para la mayoría, asomarse al otro lado del telón fue un ensayo de largo aliento. Entre el público, críticos escépticos manosean tomates, dispuestos al sabotaje. La función recién acaba de comenzar. ¿Hacia dónde avanza esta nueva representación de las izquierdas?
Desde 2018, el triunfo de Andrés Manuel López Obrador en México, seguido por la victoria de Alberto Fernández en Argentina (2019); Luis Arce en Bolivia (2020); Pedro Castillo –ahora en prisión preventiva– en Perú (2021); Xiomara Castro en Honduras (2021); y los más recientes: Gabriel Boric en Chile (2021); Gustavo Petro en Colombia (2022); y Luiz Inácio Lula da Silva en Brasil (2022), tiñeron de rojo el mapa de América Latina. La falta de sincronía entre ellos expone una amplía gama carmesí. “Yo no hablaría de un giro a la izquierda. Hubo un giro a la izquierda en torno a los años 2000, cuando Hugo Chávez, Evo Morales, Rafael Correa, Néstor Kirchner, Lula da Silva. Yo lo leo más como un desgaste de la derecha”, señala el escritor e investigador uruguayo Raúl Zibechi sobre esta nueva ola progresista que atraviesa la cartografía latinoamericana de punta a punta.
Aunar la amalgama de fuerzas que se enumeran como izquierdistas pareciera una tarea colosal. Para Yan Basset, politólogo de la Universidad del Rosario, Colombia, los retos varían en función del contexto: “En Chile es redactar una nueva Constitución. En Colombia hay desafios específicos sobre cómo puede esta izquierda, marginada históricamente, lograr gobernar y acoplarse a unas instituciones a las que nunca había podido acceder. En Brasil tienen que ver con la persistencia del bolsonarismo”.
Acto I: ¿Cómo hemos llegado hasta aquí?
Que las cinco mayores economías de la región: México, Colombia, Brasil, Argentina y Chile, estén lideradas por mandatarios progresistas no es fortuito. Su entrada poco tiene que ver con aquella marea rosa socialista de principios del siglo XXI. “En la primera década del siglo había un contexto económico muy favorable para América Latina”, dice Basset, apelando al auge de los commodities y los hidrocarburos, en especial el petróleo, que permitieron generar recursos estatales para sacar a muchas personas de la pobreza.
Al contrario, en los últimos tres años, las desigualdades estructurales, la desconfianza institucional y las múltiples problemáticas sociales que estaban enquistadas salieron a flote con la pandemia de COVID-19, un terreno fértil para las movilizaciones sociales que se sucedieron en la región. “La pandemia dejó expuestos los sistemas sociales en América Latina: los sistemas de redistribución y de protección social que no han sido efectivos”, apunta Mauricio Jaramillo, profesor de Relaciones Internacionales en la Universidad del Rosario.
El deterioro de las garantías sociales, que hizo mella en la población más joven y empobrecida – mujeres, indígenas, campesinos y afros–, así como el descontento con las clases políticas tradicionales o el incremento de la pobreza incentivaron los estallidos sociales en Chile, Ecuador y Colombia, lo que permitió ascender a otros modelos de gobiernos. “Los jóvenes y las jóvenes de los sectores populares directamente no tienen futuro, no tienen posibilidades de un desempeño de vida ascendente como tuvieron sus padres cuando funcionaba la industria”, insiste Zibechi.
La polarización social se radicalizó con las movilizaciones “efecto de la crisis global del neoliberalismo y la globalización”, en opinión del uruguayo. Y se sumó a la brutal respuesta de la derecha para aplacar las protestas en Santiago, Cali o Bogotá, que dejaron decenas de manifestantes muertos, miles de heridos y decenas de desaparecidos durante las históricas revueltas en el país andino.
La represión policial contra la ciudadanía en resistencia motivó también la llegada de nuevos ejecutivos progresistas en países donde nunca antes había gobernado la izquierda, que lograron capitalizar politicamente esa rabia contenida. Colombia, donde casi el 10% de la población se reconoce como afrodescendiente, jamás había tenido una vicepresidenta negra. Nunca antes una mujer indígena había llegado a un ministerio en Brasil ni Chile había visto paridad política en los pasillos de La Moneda. “Los progresismos se encargaron de convencer al sector más activo del movimiento social de que la vía institucional es mejor”, demostrándole a los sectores organizados que “la vía institucional no solo está abierta, sino que es la correcta”, explica Zibechi.
Lejos quedó también, según Jaramillo, el fantasma del “castrochavismo” que serpenteaba por la región. Los ciudadanos perdieron el miedo al mito comunista, a los discursos populistas de izquierdas, y las urnas ofrecieron una segunda oportunidad a los progresismos latinoamericanos, más cercanos –en el caso de Boric o Petro– a los movimientos estudiantiles, los feminismos o el ecologismo. Zibechi ahonda: “Se debe a que vienen de trayectorias distintas, tienen una práctica democrática. No se pliegan a gobiernos autoritarios por más que puedan empatizar con sus discursos. Tienen una trayectoria completamente distinta a la de Daniel Ortega o Nicolás Maduro”, como lo demuestran las críticas públicas del presidente chileno o el colombiano a su homólogo venezolano.
Acto II: Gobernar entre la polarización
Gobernar en sociedades tan divididas, con una oposición derechista o ultraderechista esperando el momento de atacar, sin mayorías en los Congresos y Parlamentos, es una tarea quimérica para los nuevos mandatarios. Si la izquerda quiere transcender, opina Jaramillo, debe aliarse con los sectores de centro y evitar los discuros radicales: “Es la gran lección que deja el caso venezolano”. A diferencia de México, donde la izquierda moderada de Morena, presidida por Andrés Manuel López Obrador, gobierna en solitario y se ha convertido en el partido hegemónico, los “gobiernos del cambio” necesitaron apoyos fuera de sus bases. Una cosa es unir afectos para ganar, otra aprobar reformas y gobernar sosteniendo un amplio abanico de fuerzas políticas. Esto le sucede al mandatario colombiano y sus estancadas reformas: laboral y sanitaria. “Petro se acercó a unos sectores del centro con los que no tienen necesariamente muchas compatibilidades ideológicas”, resume Jaramillo.
La polarización de las instituciones es el reflejo de la sociedad, “la única salida es hacer un diálogo que incluya a muchos sectores y sacarlos un poco de los extremos”, señala el analista colombiano. “Entre más se radicalice el Gobierno y más se vaya al extremo, es menos probable que haya legitimidad en esas medidas en una sociedad tan polarizada”, concluye.
En Brasil, Lula se alzó con poco más de dos millones de votos de diferencia frente al ultraderechista Jair Bolsorano: “Vivimos un presidencialismo de coalición”, expresa Rafael Castilho, sociólogo brasileño. Lula mantuvo alianzas incluso con las iglesias evangélicas, con militares y derechistas del anterior gobierno, con el fin de arrebatarle la presidencia al expresidente. El desafío para el líder del Partido de los Trabajadores pasa, según Castilho, por aislar a la extrema derecha y restaurar el centro democrático. “Esta debería ser la tarea: conquistar más apoyo en el centro de la política, cambiar las correlaciones de fuerzas y tener más espacio en la sociedad, no solamente en el Congreso, también en la sociedad”, sintetiza el sociólogo.
El problema es lograr que estas nuevas izquierdas progresistas no defrauden a la ciudadanía y el fiasco no sea el impulso para un giro derechista en la región durante los próximos años, como podría pasar en Argentina, con elecciones generales a finales de este 2023. El escritor uruguayo se muestra pesimista, y apunta a la estructura del Estado como un obstáculo para materializar cambios progresistas. Zibechi señala que los Estados actuales son “cada vez más elitistas y más derechizados”, incluso el sistema de justicia. Los mensajes de esperanza de campaña chocan con las altas expectativas ciudadanas. “Me parece inevitable que vayan deteriorándose y perdiendo popularidad porque propusieron cosas que saben que no pueden cumplir”, reitera.
La falta de consensos regionales entre líderes que se enumeran de izquierdas denotan también una crisis postergada desde hace décadas. Zibechi cree que “no hay una masa crítica de gobiernos que estén dispuestos a la integración”. Recientemente, Lula fungió de líder para dirigir una integración “sur-sur”, intentando revivir organismos estancados como Mercosur o Unasur y mejorar las relaciones regionales e internacionales. En esta línea profundiza Jaramillo: “La integración hoy debe partir de la base de que no hay consensos y que los Estados están en desacuerdo, pero lo que lo que se está reviviendo y me parece que es como inatajable es el diálogo político”, como el reconocimiento de estos gobiernos de Nicolás Maduro como presidente de Venezuela.
Basset opina que el contexto marca las diferencias con los socialismos de hace 20 años: “Ya no hay tanta fe en la integración regional, en procesos de globalización. El contexto no se presta tanto a esos proyectos de integración como lo hizo entonces, pese a la cercanía política que puedan tener los gobiernos de la región”.
El hecho de que no exista una masa crítica de ejecutivos dispuestos a la integración, también repercute en temas como la migración regional. A principios de siglo, explica la analista Lorena Mena, había un interés por encontrar soluciones desde el punto de vista regional para los temas migratorios. “El problema que vemos ahora es que es muy complicado que exista un enfoque de este tipo para abordar la migración”, opina Mena, directora de Continente Móvil, una organización especializada en la investigación y el análisis de fenómenos migratorios. De hecho, las posturas en cuanto a cómo contener estos flujos difieren de cada país, pese a que se presupone que estos nuevos líderes progresistas enfocarían la migración desde una perspectiva de derechos humanos.
Chile o México continúan recurriendo a la militarización de sus fronteras para frenar la migración, con discursos –“un caso bastante preocupante”, dice Boric– que estigmatizan y criminalizan a las personas migrantes. “Tienen un enfoque de atender la migración como un tema de seguridad nacional y eso se ve reflejado precisamente en estas prácticas de contener o controlar las migraciones a través de estas figuras, como pueden ser militares”, explica la analista.
Por su parte, Estados Unidos continúa externalizando sus fronteras y llevándolas cada vez más a puntos más lejanos de su territorio. Lo hace a través, por ejemplo, de los nuevos centros migratorios en Colombia y Guatemala. Mena concluye: “Está estirando su muro, su frontera, para que otros países sean los actores que contengan a las poblaciones migrantes”.
Acto III: Erradicar la pobreza
Las limitaciones en materia económica son otras de las piedras en el camino. América Latina está atravesada por desigualdades monetarias muy fuertes, que se traducen en pobreza sistemática. Esto afecta más a las mujeres por su papel secundario en el mercado laboral. “Cuando participan lo hacen en trabajos más precarios, dedicando menos horas, menos salarios”, dice la economista feminista Mercedes D’Alessandro. Esto deriva en una mayor brecha de ingresos, mayor precarización. Argentina, Chile o Colombia entendieron esto y están intentando proponer una agenda económica con enfoque de género, pero como señala D’Alessandro, “sin instituciones que entiendan esto como un problema, sin mujeres en los espacios de toma de decisiones y en el Gobierno es muy difícil que veamos políticas públicas feministas”.
En una región de 201 millones de personas en situación de pobreza y 82 millones de personas en extrema pobreza, cerrar el círculo vicioso de la inequidad estructural se antoja como un reto imposible de lograr en un solo ciclo y en un contexto de crisis mundial por la inflación galopante debido a la guerra en Ucrania. ¿Cómo hacerlo, además, en un contexto de crisis climática? Zibechi es contundente: “Mientras se siga abandonando la tierra, no hay alternativas”.
En América Latina y Caribe, 140 millones de personas trabajan en condición de informalidad. Cerrar esa brecha requiere, según la economista, inversiones sociales que garanticen empleos de calidad, pero también un cambio cultural en cuanto a la recaudación de impuestos y su inversión en pro del bienestar social. La corrupción endémica en la región expone una lucha que no todos pueden pelear. “Son las mismas estructuras de poder las que favorecen esa corrupción”, señala la economista Claudia Inés Pardo. La cuestión, para ella, es cómo controlar esa corrupción y garantizar que los fondos sean invertidos “en desarrollo social efectivo, que garantice empleos de calidad y menos subsidios”. Si la primera ola izquierdista gozó de las bonanzas del extractivismo de sus recursos naturales para motivar a la clase media, esta nueva bancada mucho más progresista socialmente está en desventaja. “El sello de los progresistas es la redistribución y que el Estado intervenga en el mercado de manera muy selectiva, pero sistemática. No con intervenciones agresivas como el caso de Venezuela”, dice Jaramillo. Demostrar que se puede intervenir en materia de educación, servicios públicos, salud sin ahuyentar la inversión extranjera es el desafío.
A diferencia de AMLO, Boric y Petro se alzaron con discursos a favor de la protección medioambiental, contra el extractivismo y a favor de una transición energética de sus economías. Necesitan ahora una alternativa a esas economías para no asfixiar a sus ciudadanos: “Tienes que potencializar a esas poblaciones vulnerables de comunidades rurales o indígenas que viven donde se encuentran estos recursos, para que ellos puedan tener otras posibilidades económicas”, argumenta Pardo. La transición energética, para que funcione, debe hacerse de una forma muy sistematizada, “no de la noche a la mañana”.
Zibechi se muestra más pesimista: “Hay un tema estructural que hace al modelo de acumulación de capital depredar a los territorios, expropiar a los campesinos y a los pueblos para apropiarse de los bienes comunes”. Según el pensador, se necesitaría un cambio de sistema “y no hay nada que vislumbre que vaya a cambiar”.
Ayer, en la prensa boliviana, salió una nueva noticia sobre uno de los mayores » progresistas» del mundo, y el mayor de LA. Me refiero al indigena aymara «Evito» Morales, el ex presidente de Bolivia acerca del cuál hablé mas arriba. El tipo se ha peleado con su mayor admirador: un tal Arce, el actual presidente de Bolivia (puesto allí por Morales). Entonces Arce (otro progre) junto con su vice presidente, han denunciado a Evo Morales publica, pero, indirectamente, cómo qué
es el principal fabricante de cocaína de Bolivia. No lo denuncian cómo pedófilo, traficante, ni como xenofobo rasista y ecocida, pero seguramente lo harán. Esto ocurrirá cuando arrecie su enfrentamiento y cuando Morales envié sus huestes a joderle la vida a Arce y a su gobierno con huelgas y quilombos de todo tipo.
Cómo en éste mundo el vuelo de una mariposa en la China puede producir seismos en Canada, la expulsión de mas de 3 millones de indigenas bolivianos por Evo Morales y su acumulación en Buenos Aires, es uno de los factores qué explican la explosión de votos en favor de anormales de la peor ultra derecha imaginable: los Supremacistas porteños, tan delirantes, rasistas, xenófobos e inmorales cómo los nazis. Los Supremacistas criollos porteños tienen cómo su representante mas fiel a ése desquiziado: Milei. Sin embargo Milei no es el único supremacista, otro de los candidatos a la presidencia de la Argentina: una tal Patricia Bulrich, es tambien de la piara supremacista porteña.
Ésta Bulrich, por los años 70, era una » progresista» castrista- trotsko- leninista fanatica. Junto con su amiguito: Firmenich, ponía bombas. Ahora es una fanática neoliberal amante incondicional de los del FMI.
Veamos dos de las » lecciones» , qué dos » izquierdistas» , progresistas, latinoamericanos dieron a LA y al mundo. Pero, es bueno enterarse de qué, en realidad, fueron los oligarcas latinomericanos los únicos que aprovecharon las » lecciones» provistas por los izquierdistas sur americanos. Y las aprovecharon bien, pues, desde qué la gente se cansó de los errores de las izquierdas, las oligarquías criollas se hicieron más fuertes qué nunca. El Loco Milei en la Argentina siendo el ejemplo paradigmático de esto.
Evo Morales. Subió cómo gran indigenista, sin embargo, desde qué asumió más del 50% de la poblacion indígena de Bolivia se vio obligada a emigrar en desbandada a los paises vecinos. A la Argentina ya llegaron mas de 3 millones y llegan con lo puesto.
Morales se pintaba asimismo cómo defensor de derechos humanos. No obstante, éso no le impidió establecer una Constitución y un Sistema Judicial basados en la RAZA y, por tanto, rasistas y altamente xenofobicos. En efecto, según las leyes raciales de Morales, en Bolivia sólo gozan de Derechos plenos los qué el bautizó de » bolivianos de origen» y en ésta categoría no entran ni siquiera los otros indigenas latinoamericanos.
Otro aporte de Evo Morales al Humanismo: estableció en Bolivia la pena de muerte, pero, con tortura previa y aún para delitos menores. Atento a su tradición indígena de amor por la hoja de coca, hizo quemar 100.000 hectareas de selva amazónica virgen para sembrarla alli. De paso, prácticamente liquidó a los Ayoreos, una etnia indígena amazónica. Otro resultado final del emprendimiento: una explosión de las capturas de cocaína de orígen boliviano en la Argentina, las capturas pasaron de kilogramos a toneladas.
Alberto Fernandez, progre argentino. Con él no sólo continuó la ya endémica corrupción, sino qué dejó escapar al mayor corrupto de la historia argentina: Macri. Pero, ése no es el peor » merito» de Fernández; con él continuó el genocidio de la población indígena argentina. En el norte del país muere de hambre, de sed o de enfermedades facilmente curables, un niño indigena por día.
En la Argentina nadie se preocupa por tamaña tragedia. Asi nos explicamos también porqué en la Argentina son muy pocos
los qué se escandalizan con los delirios y absurdos qué vomita el psicópata Milei.
Es que los progres no llegan a ser de izquierdas y éso a lo sumo es lo que hay hoy en América Latina.
Pero no nos hagamos ninguna ilusión pues actualemente la mayoría de la gente es gente manipulada por la dictadura del capital y desideologizada: hoy votan a los progres y mañana a la extrema derecha. Tienen el mismo fundamento que las veletas.
Y no sólo en América Latina. También aquí.
Un ejemplo: ARGENTINA.
Javier Milei: «la justicia social es una aberración».
«El viejo mundo se muere. El nuevo tarda en aparecer. Y en este claroscuro surgen los monstruos» (Antonio Gramsci)
La victoria de Javier Milei en las primarias argentinas ha causado impacto. A diferencia de otros líderes nacional-populistas, este personaje no engaña ni hace falsas promesas para seducir a su electorado. Muy al contrario, declara abiertamente que va a eliminar todas las conquistas sociales de la clase trabajadora, que va a aplicar un plan de ajuste y recorte más duros que los del propio FMI. Y, sin embargo, va en cabeza.
Si los gobiernos de la K. fueron excesivamente moderados, aunque siempre con cierto impulso (que les venía de sus bases) de oposición a los dictados de EE UU, sus sucesores sencillamente han defraudado. No solo no han tomado medidas sociales de calado para paliar la crisis económica y la inflación, sino que ni siquiera han apostado resueltamente por la integración regional de América Latina. Han sido tibios en todo, y así hemos llegado a la situación actual.
Javier Milei despliega un elenco de ideas sencillamente demenciales. Cuando se le pide una definición se proclama “anarcocapitalista”, porque “el enemigo es el Estado”. Propone la reducción del Estado a su mínima expresión: la seguridad interior y la administración del sistema judicial. Eliminará los ministerios de Educación, Salud y Desarrollo Social. Lo privatizará todo.
Entre sus propuestas están la de “incendiar el Banco Central” para que el país no pueda emitir moneda. Posteriormente, propone dolarizar la economía (ni siquiera Menem, con su convertibilidad peso- dólar, llegó a tal extremo).
La guinda la puso con una idea sencillamente distópica: la venta de órganos por necesidades económicas. Esto es “un mercado más” que debería regularse, dice Milei, por la oferta y la demanda, sin intervención de autoridad alguna. “Mi primera propiedad es mi cuerpo. ¿Por qué no voy a poder disponer de mi cuerpo? Hay 7.500 personas sufriendo, esperando los trasplantes, hay algo que no está funcionando bien. Lo que propongo es buscar mecanismos de mercado para resolver este problema”, añade. En el inicio de la campaña extendió el razonamiento a la venta de niños, por ser “propiedad de los padres”. Tras la polémica levantada por el disparate, no volvió a hablar del asunto. Por supuesto, este sujeto también defiende abiertamente los vientres de alquiler.
Y, a pesar de todo, ha ganado las elecciones primarias.
En la Argentina, ya no basta con gritar “Viva Perón”. Hay que entender lo que sucede en su propio territorio y también en el mundo. No se le puede dar la espalda a la realidad del país: paro, pobreza, hambre. Gente con grandes necesidades, que apenas llega a fin de mes.
Javier Milei es repulsivo, demencial, peligroso. Pero es solo un síntoma: o construimos ya la alternativa al capitalismo, o surgirán cada vez más monstruos como este.
(Insurgente.org)
Es curioso como está cambiando el lenguaje, y me refiero en este caso al lenguaje de expresión política. Podemos ver que mientras antes había derechas e izquierdas (básicamente), ahora son conservadores y progresistas, ¿tiene alguna intencionalidad? . También existía la clase trabajadora (asalariados), pues ahora prácticamente se ha borrado del lenguaje periodístico y político y son clases medias y clases bajas, como es en plural nunca he conseguido saber cuantas son y cuales son. Creo que básicamente tiene la intención de desideologizar la política con el fin de hacer más fácil la manipulación.