Esta columna es un experimento. Usted ha empezado a leer atraído por el título y seguramente a estas alturas ya esté pensando en comenzar a saltar renglones, a hacer una lectura en diagonal. Es probable que ya haya decidido ir directamente a las negritas, para terminar antes. Usted quizá tenga prisa por saber cuál es ese vínculo entre Podemos y el PP contra el nacionalismo catalán. A menudo decimos estar hartos de la política y los políticos (así, a bulto) y echamos la culpa a los periódicos y telediarios de dar coba al blablablá, al «y tú más» y a las conjeturas sobre alianzas, navajazos internos dentro de los partidos, rivalidades…
Decimos mirar con hastío el panorama: el PP y el PSOE jugando los minutos de descuento satisfechos con el empate. Podemos calentando en la banda y haciendo amenazantes (para los de siempre) triples saltos mortales con tirabuzón. Artur Mas sacando el enésimo conejo del interior de otro conejo a su vez sacado de dentro de otro conejo sacado de una chistera… Madrid (los partidos de Madrid) haciéndose el harakiri con puntualidad británica. Y bostezamos. Pero el título de esta columna es ¿Existe un vínculo entre Podemos y el PP contra el nacionalismo catalán? y usted quiere seguir leyendo, porque las palabras «Podemos», «PP» y «nacionalismo catalán» siguen captando nuestra atención. Porque, reconozcámoslo, todavía nos interesa esta política de la elucubración y el golpe bajo. Nos gustan la truculencia, el culebrón y la soflama. Quizá todavía conserva usted la esperanza de que en esta columna se diga algo sobre el vínculo entre Podemos y el PP contra el nacionalismo catalán. Deberá seguir leyendo para salir de dudas.
En cualquier caso, la otra política, la silenciosa, la del estudio, la de las medidas meditadas y pactadas, la política de lo cercano o de lo lejano, la política que no mira al corto plazo electoral, esa política en la que no hay cintas que cortar ni niños a los que besar, una política sin muecas, ni tertulianos, ni platós de televisión, ni focos ni atriles… la política de verdad (una actividad intelectual y ciudadana de primera magnitud) nos interesa poco o nada.
En las grandes citas de los partidos (congresos, mítines electorales) o en los momentos importantes para los representantes políticos (plenos, comisiones, etcétera), se desgranan constantemente argumentos y razonamientos con mayor o menor brillantez, a veces sobre cuestiones técnicas o de procedimiento, a menudo de manera prolija y poco atractiva. Todo eso se pierde en la selección que hacen los propios equipos de comunicación de partidos y grupos parlamentarios, también por el filtro de los responsables de los medios de comunicación.
A diario diferentes leyes van recorriendo su trámite y viviendo su proceso de entretejido de enmiendas, pero nada puede competir con el exabrupto de un ministro, la cabezada de un concejal o el hecho de pillar a un diputado leyendo el Interviú. Centrar el foco informativo en las puyas y piruetas dialécticas, frutos del postureo televisivo, o el hecho de cebarse en los lapsus, en los zas en toda la boca y en la penúltima campaña viral en las redes sociales es hurtar a los ciudadanos su derecho a conocer serenamente y en profundidad cuestiones que les afectan de cerca. Es asimismo hurtarles a los ciudadanos el verdadero debate político el hecho de volver una y otra vez sobre el interesado diferendo nacionalista (esa excelente maniobra de distracción de Artur Mas, tan beneficiosa para CiU y el PP, cada uno en su cortijo), como lo fue igualmente en el pasado que el PP utilizara el 11-M o a ciertas víctimas de ETA como peones en el juego electoral.
En el centro del debate político deberían estar cuestiones como las medidas contra el paro, la incapacidad del tejido empresarial español para generar empleo, el problema de fraude fiscal y la economía sumergida, la insostenible dependencia energética de España, la fuga de cerebros científicos… Y mientras tanto, muchos de nuestros representantes siguen discutiendo sobre la esencia de España y el sexo de los ángeles. Incluso hemos llegado a un punto en el que los escándalos de corrupción funcionan como cortinas de humo para ocultar la absoluta inacción de los dirigentes políticos de cara a nuestros problemas más acuciantes.
Y una vez llegados a este punto, si quiere que le cuente por qué creo que hay, si no un vínculo, sí cierta sintonía entre Podemos y el PP contra el nacionalismo catalán, tengo que emplazarle para el martes de la semana que viene. Quizá entonces encuentre las ganas que ahora no tengo de hablar, otra vez, de Podemos, el PP y el nacionalismo catalán.
Ah, y no se pierda estos tres enlaces. Son tres ejemplos de las cuestiones que nos deberían interesar más y que no deberían caerse de la boca de los políticos ni un minuto. Digo:
Enlace 1
Enlace 2
Enlace 3