El problema de abusar de la capacidad de las cloacas es que, cuando estas revientan, la mierda acaba salpicando incluso a quien menos culpa tiene. El de la casa de al lado, que nunca tiró una sola toallita al inodoro, también ve como su baño acaba inundado de porquería. Llegó a decírselo a su vecino, que tuviese cuidado, que aquello no era sano. «Todo el mundo usa toallitas», le respondió. Claro, pero no todos las tiramos al wc.
El goteo de audios del excomisario Villarejo en los últimos años ha ido desatascando unas tuberías taponadas por años y años de abuso que impedían oler los detritos que se acumulaban debajo del tapón. Cada audio que salía a la luz abría hueco para evacuar una parte del hedor acumulado. Ayer, sin embargo, lo que podría haber sido otro más acabó por reventarlo todo.
Ferreras le reconoce por teléfono al excomisario que el informe que Eduardo Inda publicó sobre una supuesta cuenta de Pablo Iglesias en las Islas Granadinas era demasiado «burdo», pero que aun así decidió darle pábulo en su programa en La Sexta. Hace demasiado que al director de OkDiario no le quedan más líneas que cruzar en su camino hacia la indecencia periodística, pero, según revela la periodista Patricia López, parece ser que el presentador de Al Rojo Vivo decidió acompañarle en parte del trayecto.
Una viaje hacia la indecencia periodística con el único objetivo de acabar con una fuerza política democrática de cualquier manera, aunque fuese más o menos burda. El problema es que las debilidades de unos pocos se convirtieron en la ruina de otros muchos. Porque la mierda saltó y salpicó a quienes cada día trabajan por la dignidad de la profesión, en multitud de ocasiones desde la precariedad, desde el estrés de no llegar por falta de medios, desde las zancadillas o desde el ninguneo más absoluto.
Mientras algunos llevan años rompiéndose la cabeza para atraer a lectores y lectoras interesadas en otro tipo de periodismo sin sensacionalismo, otros se han sentido impunes para contar mentiras en prime time, acaparando las audiencias y obteniendo un rédito económico a costa de destrozarnos a todos.
Perro no come perro, se suele decir dentro de la profesión. El miedo al veto se convierte en silencio, sin ser demasiado conscientes de que cuando todo estalle, unos van a caer con los bolsillos llenos y otros van a acabar asfixiados entre tanta porquería con la cuenta bancaria en rojo y el lomo partido.
Ya no valen medias tintas. Las tuberías dejan ver el final de la cloaca con claridad. Y ahí están quienes llevan años dándose un festín a costa de la credibilidad del conjunto. Un banquete de audiencias, de ego y de ingresos publicitarios a costa de meter los dedos en las llagas de una democracia herida que, lejos de curarse, se infecta cada vez que se enciende el piloto rojo de algunas cámaras de televisión.
Al perro ya no le quedan muchas más opciones que morder. Muchos ya han sacado los dientes. Lo hicieron a pesar de las posibles consecuencias y no sin miedo. Ahora, la situación ya es insostenible y el silencio no es una opción.