Tras la lectura del pasaje del Nuevo Evangelio por parte de una feligresa, el párroco procedió a explicar, casi repitiendo las mismas palabras, su significado: que para cumplir con el mandato de Dios en la Tierra, Jesús les había dicho a sus seguidores: “Porque tuve hambre, y me disteis de comer; tuve sed, y me disteis de beber; fui forastero, y me recibisteis; estaba desnudo, y me vestisteis; enfermo, y me visitasteis; en la cárcel, y vinisteis a mí». Y que cuando estos, sorprendidos, le preguntaron cuándo habían hecho todo eso con él, el Mesías les respondió que cuando atendían a otra persona en esas circunstancias, con él lo hacían.
El sacerdote nos explicaba al variado auditorio de la misa de los difuntos que la vida digna es aquella que se destina a la defensa de las personas más vulnerables. Y yo me preguntaba si en el caso de que ese hombre estuviese en el Parlamento en vez de en una iglesia, recibiría, en lugar de los erráticos ‘Amén’, encendidos insultos y todo tipo de improperios. Por ejemplo, un «¡Que les jodan!» contra el que tiene hambre, como el que gritó Andrea Fabra cuando su Partido Popular aprobaba en 2012 nuevos recortes en las ayudas a las personas desempleadas; un “enemigos de España”, como calificó Santiago Abascal a los “forasteros”; o el “cercano a los pistoleros” con el que un diputado de Vox se refirió al exalcalde de San Sebastián Odón Elorza.
Todo lo respetable, ético y legítimo –por ejemplo, los valores recogidos en el fragmento del Evangelio de San Mateo–, es presentado por los asalariados de la derecha y de la ultraderecha neoliberales como radicalismos contrarios a la ley, a la convivencia y al bienestar de la mayoría. Es la única forma que tienen de intentar convencer a la población de que combatir el hambre, la sed y la injusticia es un ejercicio de pura maldad, de que derogar la reforma laboral que ha provocado el mayor crecimiento de pobreza y desigualdad de las últimas décadas es un objetivo ilegítimo, de que garantizar el acceso a una vivienda digna para todas las personas es un atentado contra la libertad o de que perseguir que la jefatura del Estado se decida en las urnas sea interpretado como un atentado contra el democracia. Es la doctrina del shock que, como desarrolló la periodista estadounidense Naomi Klein, permite aprobar políticas austericidas y represoras contra la mayoría de la ciudadanía, tras someterla a la calamidad y a la confusión de manera sistemática.
Personas como Isabel Díaz Ayuso pueden seguir cobrando por gobernar pese a, supuestamente, haber ordenado la omisión de auxilio a decenas de miles de personas internadas en las residencias, porque el neoliberalismo ha arrasado con el sistema de valores compartidos que establecía que dejar morir ancianos está mal y que salvar vidas en el Mediterráneo está bien. Urge reivindicar que lo legítimo es la decencia y que esta es, exactamente, lo contrario de defender que los pobres siempre pueden ser un poco más pobres, lo cual debería ser motivo de escarnio y de expulsión del debate público. Sobre todo porque aquellos que defienden el libre albedrío de los miembros de los consejos de administración para determinar el precio de la luz, de las empresas para pagar salarios infrahumanos o de los propietarios para imponer alquileres desorbitados, no lo hacen porque crean que ese sistema es el mejor para la economía y el bien común de un país, sino para blindar el dominio de una minoría cuyo poder radica en garantizarse el lucro mediante la usura.
Y lo puede hacer gracias a que, durante décadas, su alternativa en el gobierno, el Partido Socialista Obrero Español, sometió a la ciudadanía a la otra doctrina del shock: la de “donde dije digo, digo Diego”. Si el centro-izquierda gobernó durante años para despojar de derechos a la clase trabajadora, para emplear el terrorismo de Estado contra el terrorismo de ETA, para blindar la impunidad de una Corona asediada por los casos de corrupción, para ejecutar una política criminal contra las personas migrantes o para impedir la verdadera instauración de un Estado laico, ¿por qué no deberían la derecha y la ultraderecha ser coherentes con su objetivo, el expolio de los recursos comunes para la ultraconcentración de la riqueza?
Aún hoy, las oficinas de la comisaría del centro de Málaga, donde se expiden los DNI y pasaportes del Reino de España –como rezan grandes letras en el documento– están decoradas con numerosos pósters de cristos crucificados y vírgenes llorosas de las hermandades de la ciudad. El espacio destinado a la entrega del acta de ciudadanía por parte de un Estado supuestamente aconfesional está dominado por símbolos de una de las tantas religiones que se profesan en su territorio. Un Estado que para proteger la democracia del ataque que sufre desde su propio seno solo tiene una salida: dar de beber a la persona hambrienta, de beber a la sedienta, recibir con hospitalidad a la forastera, atender cuidadosamente a la enferma, promover la reinserción de la encarcelada… Es decir, ampliar y ahondar en los derechos y libertades.
Solo más y mejor estado del Bienestar nos podrá salvar… de esos “malditos” de los que nos prevenía Jesucristo, muchos de los cuales dicen creer en el castigo eterno.
(Spoiler para ellos: no existe, por ahora. Pero llegará si no frenamos la crisis climática. Palabra de atea).