Internacional
Las reveladoras paradojas de las respuestas a la guerra de Ucrania y el genocidio de Gaza
"El pueblo ucraniano ha tenido que aguantar que mientras un régimen autocrático lo bombardeaba y masacraba, hubiese quienes instrumentalizaran las fragilidades de su incipiente democracia para cuestionar el rol de víctima del país invadido", escribe Patricia Simón.
Desde el principio de la invasión rusa de Ucrania, una parte de la izquierda ha coincidido con la derecha más reaccionaria en poner el foco en las supuestas fallas de la víctima en lugar de señalar sin ambages al único responsable de la guerra, Vladímir Putin. El pueblo ucraniano ha tenido que aguantar que mientras un régimen autocrático lo bombardeaba y masacraba hubiese quienes instrumentalizaran las fragilidades de su incipiente democracia para cuestionar el rol de víctima del país invadido. Como si que una democracia no sea perfecta la invalide como democracia, como si las invasiones no fuesen siempre ilegales, como si la víctima tuviese que ser buena o perfecta para considerarse como tal.
Frente a las condenas cerradas de otras invasiones, ocupaciones y guerras coloniales como las que Israel lleva a cabo contra el pueblo palestino -hasta el extremo de cometer un genocidio televisado-, en el caso de la invasión rusa de Ucrania se han escuchado y analizado al detalle los argumentos del perpetrador, un líder autoritario responsable de crímenes de guerra en Chechenia y en Siria, que consiguió que asumiéramos como signo de nuestro tiempo que sus opositores políticos y periodistas independientes fuesen envenenados dentro y fuera de Rusia.
Sabemos que numerosos analistas habían advertido en los años previos a la invasión rusa que el avance de las bases de la OTAN hacia las fronteras rusas acarreaba un gran riesgo de que Rusia respondiese militarmente. Como sabemos que Estados Unidos jamás habría aceptado la instalación de armamento ruso cerca de su territorio, como quedó claro en 1962 cuando Washington y Moscú estuvieron a punto de iniciar una guerra por la instalación por parte de la URSS de misiles nucleares en Cuba. Pero ese conocimiento no es óbice para defender el derecho de Ucrania, de los países de Europa del Este y de otras exrepúblicas soviéticas a decidir con quiénes quieren establecer alianzas y si quieren avanzar hacia regímenes democráticos. Se llama soberanía y es una condición innegociable para las democracias.
Del mismo modo que exponer la cronología de esta guerra –cuyo origen no se encuentra en 2014 sino que se remonta a los acuerdos alcanzados tras la disolución de la URSS– e identificar los factores, los relatos y las decisiones que han desembocado en la declaración de una guerra por parte de Putin no significa justificar la invasión, ni compartir sus argumentos ni apoyar al régimen del Kremlin. Sólo las sociedades reaccionarias y antidemocráticas perciben a quienes se esfuerzan por intentar comprender las causas de la violencia o la lógica de quienes la impulsan con personas sospechosas de apoyarla o, incluso, conniventes con los perpetradores. Algunos de los textos más reveladores sobre los mecanismos que hicieron posible el Holocausto fueron escritos por sus supervivientes, precisamente, porque necesitaban entender cómo había sido posible lo que habían vivido. Quienes nos dedicamos a estudiar y a ser testigos de los hechos para explicarlos a la sociedad somos percibidos, cada vez más, con suspicacia cuando nos esforzamos por recoger la complejidad, los matices, los detonantes y las interpretaciones de quienes participan en las realidades descritas.
Los tiempos más oscuros de la humanidad siempre han estado precedidos de años en los que los poderes consiguieron que la búsqueda de la Razón y de la lógica fuesen concebidos como enemigos de la mayoría, los intelectuales como aliados del terrorismo, y el periodismo independiente como un desestabilizador al servicio de amenazas extranjeras. Pero aunque los vientos de la historia alienten la simplificación hasta la caricatura, los blancos y negros siguen siendo los colores de la propaganda, el dogmatismo y el sectarismo: el periodismo siempre seguirá siendo territorio no ya de los grises, sino del technicolor.
Igualmente, quienes consideramos que las potencias occidentales no destinaron suficientes recursos y esfuerzos a las negociaciones de paz, somos vistos por muchos como gente indocumentada e ingenua, mientras que algunos de los que boicotearon las primeras conversaciones entre Rusia y Ucrania, como el ex primer ministro británico Boris Johnson, siguen paseándose por el mundo dando lecciones sobre este conflicto.
La paz no será posible mientras la Realpolitik siga dominada por un cinismo indecente y la diplomacia siga jugando un rol secundario frente al dominio de la fuerza y la violencia. Pero, igualmente, por rigor histórico y por respeto a sus millones de víctimas, debemos reconocer que la diplomacia no basta para frenar a sátrapas y dictadores como Netanyahu, Putin, Ortega, bin Salman o Assad. Sabemos que, a veces, hace falta recurrir a las armas para frenar la violencia. De hecho, la carta fundacional de la ONU no renuncia al uso de la fuerza, sino que la somete a reglas estrictas en su capítulo VII para que sea legítima.
En la guerra de Ucrania ha habido quienes han interpretado que entregar armas a las víctimas para defenderse sólo ha sido una vía para alargar el conflicto y causar más muertes. Siguiendo esta lógica, lo correcto habría sido dejarles a pecho descubierto para que Ucrania entera se hubiese convertido en una Bucha plagada de cadáveres de civiles, llenos de símbolos de tortura, de violencia sexual, mutilados y mordisqueados por los perros. Así la guerra hubiese acabado cuanto antes.
Quienes la hemos cubierto, también sabemos que mientras una parte significativa de quienes siguen combatiendo a estas alturas en las trincheras y tratados de urgencia en los hospitales de campaña, son trabajadores que no tuvieron recursos para evitar ser reclutados, mientras miles de hombres en edad de luchar se pasean en coches de lujo por la Costa del Sol o en la Costa Azul. Y, también, que mientras que los soldados más entregados a la defensa de su país, te terminan confesando que lo único que quieren es que ese infierno acabe ya, que negocien lo que haga falta porque no pueden ver más compañeros morir ante sus ojos ni pasar más noches despidiéndose mentalmente de sus familiares, hay otros que se lucran más y más con su dolor y sacrificio en la espiral infinita que es el negocio de la guerra. Y a su vez, esos mismos soldados y sus familias, también necesitan nuestro compromiso de que si abandonan las armas, no se volverán a encontrar en esta misma situación en unos años, de nuevo solos frente a la amenaza del exterminio. Todo esto es la compleja realidad de quienes sufren la guerra.
Quienes denunciamos igualmente los crímenes cometidos por Bush Jr, por Assad, por Putin, por Ortega y por Netanyahu no entendemos por qué en determinados sectores las vidas de los iraquíes, de los sirios, de los nicaragüenses, de los ucranianos y de los palestinos no valen lo mismo, cayendo en la misma deshumanización que practican los victimarios. Un doble rasero que, a su vez, también han vuelto a demostrar la mayoría de los gobernantes y de la clase política occidental en su respuesta a la guerra en Ucrania en relación al genocidio de Gaza y al agravamiento de la violencia de la ocupación israelí en Jerusalén Este y Cisjordania.
La Unión Europea y Estados Unidos aprobaron unánime y rápidamente sanciones contra Rusia tras la invasión de Ucrania, destinaron presupuestos multimillonarios a armar, entrenar, asesorar e informar al Ejército ucraniano, y los gobiernos nacionales aprobaron protocolos exprés para acoger a más de seis millones de refugiados, el éxodo más rápido y numeroso desde la II Guerra Mundial. En el caso de la Franja de Gaza, en lugar de apoyar a la víctima, al pueblo ocupado y bombardeado, han mantenido su respaldo a la potencia ocupante y genocida, manteniendo el acuerdo europeo de asociación preferencial, las relaciones diplomáticas, comerciales y el envío de armas con las gue seguir cometiendo el genocidio, incluso después de que la Corte Penal Internacional dictara una orden de detención contra su primer ministro, Benjamin Netanyahu, y su exministro de Defensa, Yoav Gallant.
Quienes hemos denunciado igualmente los atentados de Hamás del 7 de octubre como los crímenes de la ocupación israelí, el régimen de apartheid, el encarcelamiento masivo e indiscriminado de palestinos -incluidos niños- y las recurrentes masacres cometidas por el Estado sionista desde su fundación en 1948, hemos asistido atónitos al silencio cómplice con el que la inmensa mayoría de los gobiernos europeos han amparado no sólo el asesinato de más de 50.000 civiles, sino también de más de mil trabajadores y trabajadoras sanitarios, más de 400 humanitarios, más de 220 periodistas… Cifras sin precedentes que siguen engrosándose con la complicidad occidental, a diferencia de las decisiones adoptadas con respecto a Ucrania, evidenciando así que el supremacismo blanco, la islamofobia y la arabofobia siguen definiendo estructuralmente las políticas y relaciones internacionales europeas. El auge del neofascismo es el síntoma de una enfermedad que afecta a todo el sistema nervioso de nuestros países y su complicidad con el genocidio de Gaza le invalida para dar lecciones creíbles al resto de tiranos del mundo, incluido Putin.
En un mundo en el que los sistemas democráticos se encuentran en recesión a favor de los regímenes autoritarios, en el que la multilaterialidad está dando paso a un mundo multipolar dominado por dictadores o aspirantes a serlo, en el que el derecho internacional es pisoteado a diario, las guerras de Ucrania y el genocidio de Gaza se han convertido en laboratorios de cómo los doble raseros allanan el camino a quienes quieren acabar con la concepción universal de los derechos humanos, así como con el gobierno de la ley para dar paso a la dictadura de la ley de más fuerte.
Durante los últimos años, Europa ha comprobado cómo el miedo que ha instrumentalizado desde los años 90 contra los otros, contra las personas migrantes, contra los refugiados, se han ido contagiando a otros colectivos: a los pobres, a los activistas, a los periodistas, a los demócratas, a los políticos… Por ello, si no quiere que las políticas del miedo, como es su cauce natural, muten en gobiernos de la crueldad, la Unión Europea tiene que mirarse en el espejo y acabar con los dobles raseros que han determinado sus respuestas opuestas frente a Ucrania y Gaza. Sólo acabando con la semilla de odio supremacista blanco y colonialista, defendiendo democracias realmente basadas en el respeto de los derechos humanos, la igualdad de oportunidades, la justicia social, así como la solidaridad dentro y fuera de nuestras fronteras, Europa podrá salvarse tanto de quienes quieren secuestrar las democracias desde las urnas como de quienes sólo creen en la democracia cuando son enemigas de sus enemigos.
Para los palestinos Hamas no son terroristas, es un movimiento de resistencia contra el invasor, no actua o atenta fuera de su pais, Israel con su genocidio apollado por potencias solo ha conseguido que crezca, se afiliado a este movimiento mas de 15 mil militantes y mas seguidores de todo el mundo Islamico y otros, con mucho odio y venganza.
Para los palestinos Hamas no son terroristas, es un movimiento de residencia contra el invasor, no actua o atenta fuera de su pais, Israel con su genocidio apollado por potencias solo ha conseguido que crezca, se afiliado a este movimiento mas de 15 mil militantes y mas seguidores de todo el mundo Islamico y otros, con mucho odio y venganza.