El sol entra a trozos por una ventana entreabierta. Las sillas son de madera y suenan cuando las mueves. Las paredes están llenas de cartelería en la que el color rojo se sobrepone al blanco. Las letras en negro. Anuncian obras de teatro. Se escuchan ruidos de una calle por la que pasan pocos coches. En un espejo que ocupa toda la pared se reflejan cuatro figuras. Estamos en el Teatro del Barrio, en Madrid.
Carla Rodríguez y Lorena Zárate son argentinas y dicen que se conocen desde antes de tener canas. Han sido convocadas para participar en un diálogo ecotópico. Un ejercicio para pensar cómo será el futuro en relación con la vivienda. Un ejercicio práctico de soñar.
Carla se presenta diciendo que militaba en asociaciones de estudiantes y, desde los noventa, en el Movimiento de Ocupantes e Inquilinos (MOI) de Buenos Aires. Las familias tomaban tierras y ocupaban edificios y, de esta forma, se juntaba parte del sector comprometido de la ciudad con gente de los barrios y curas del pueblo. Treinta y cinco años después de aquello hay una Federación Nacional de Cooperativas autogestionadas: “El objetivo del movimiento tiene que ver no sólo con la autogestión en la vivienda sino también de la propia vida”, asegura.
Cuando visitó la Federación Uruguaya de Cooperativas por Ayuda Mutua (FUCVAM), que surgió en 1970 con la finalidad de fortalecer el derecho a la vivienda, pensó que eso mismo podría ser posible en Argentina: “Para soñar el futuro es importante con quiénes y cómo nos relacionamos”.
Lorena es de La Plata. Forma parte de la Coalición Internacional del Hábitat y de la Plataforma Global por el Derecho a la Ciudad. Era niña en la dictadura y cuando terminó de estudiar Historia y Pedagogía en la universidad quería ser maestra rural en algún rincón de la Patagonia: “La defensa de la escuela pública, vinculada con la teología de la liberación y la educación popular, fue un caldo de ebullición muy importante, luego tuve oportunidad de trabajar con gente que se dedicaba a repensar la ciudad”, explica.
En 2001 ambas participaron de la Asamblea Mundial de Pobladores en México: “A ese encuentro llegó gente que era la primera vez que salía de su barrio, fue un encuentro popular muy potente”, cuenta Lorena. A partir de ahí sus vidas siguieron conectadas.
Hay muchas preguntas, unas se entrelazan con otras y la conversación va brotando mientras la luz que entra por la ventana cambia de lugar.
La lucha por el derecho a la vivienda
Para Carla fue clave lo que vivió en la universidad en el momento de recuperación de la democracia, con un movimiento estudiantil muy activo. Ahí tomó contacto con los movimientos de toma de tierra. “Vengo de varias generaciones de mujeres frustradas con la vivienda. No tuvieron acceso ni mis abuelas ni mi madre. Tenía grabadas esas injusticias en la memoria. Luego fui a estudiar a las familias ocupantes y me quedé construyendo juntos una organización”.
Lorena, por su parte, cuenta que tenía doce o trece años cuando terminó la dictadura en Argentina. “La democracia no es algo dado, hay que construirla, no se sostiene sola. Yo iba con mi padre a la Plaza de Mayo cuando era adolescente para defenderla porque era muy frágil. La dictadura seguía en el poder acumulado en algunas manos y en muchas de las prácticas”, comenta. “Veníamos del asesinato de estudiantes que luchaban por derechos básicos, la educación y el transporte, por un boleto”, recuerda tras asegurar que, desde entonces, no puede ver películas donde salgan militares y tortura.
Historias que influyen
“Mi bisabuelo me decía que tenía la ilusión de construir un barrio. No era urbanista pero soñaba con esto. Yo soy ahora parte de ese sujeto colectivo que piensa en los barrios”, comenta Carla.
“Mis abuelas son de esa generación que migró del campo a la ciudad”, dice Lorena, quien subraya que “era la nieta más grande”: “A menudo abrían el baúl de las fotos y salían historias de vida. Ellas eran las que sostenían a la familia, también económicamente. Eran mujeres fuertes aunque nunca se denominaban así, pero lo sabes aunque no lo digan. Una de mis abuelas quería ser filósofa y la otra arquitecta. No pudieron estudiar”.
La percepción de que se puede ganar
“Cada juventud tiene que involucrarse en su lucha. Después de la dictadura también había que luchar, aunque no estuviera muy claro hacia qué futuro”, dice Lorena, que también comenta que los espacios intergeneracionales generan esperanza, lugares donde se puede hablar de las luchas que se pueden ganar: “Generan narrativas y espacios de confluencia donde se entrelaza la vida. Movimientos como el feminista se construyen desde ahí”.
Para Carla, lo que pase en el futuro es lo que estamos construyendo hoy. “Todo lo que se siembra, la forma de construir lo común, de vincularse solidariamente, permanece en las personas. La voluntad de futuro tiene que caminarse desde el hoy”. Hace una pausa. Y continúa: “No teníamos claro el modelo de sociedad futura, pero teníamos algunas certezas, como que la lucha de los derechos humanos y la justicia social van unidas. También que la lucha por la vida digna en cada lugar se transforma en cuestiones concretas”.
La activista recuerda cuando trabajaban en casas ocupadas y eran expulsadas, lo que conllevaba la necesidad de empezar de cero: “Se generaba un nuevo dispositivo para evitar la dispersión, pero para eso había que cuidar a las niñas y niños y entonces surgía crear un jardín de infancia. Poner la vida en el centro nos ayudaba a poner el eje en otro lugar”.
Alguien enciende pequeñas luces indirectas. Oscurece afuera. Hay que moverse de lugar, a unos sillones desiguales que están colocados en un rincón. Verde, mostaza y negro. Parece el salón de una pequeña casa. Comienza a sonar una música de fondo que lo abriga todo.
Los principales obstáculos
Carla comenta que algunas de las cosas que impiden pensar que se puede ganar tienen que ver con el Estado, pero que lo más importante son las propias creencias y autolimitaciones. “Tenemos incorporada la idea de cómo se puede acceder a la vivienda relacionada con la propiedad privada. Es necesario construir un espacio con otras lógicas. Escuchando y mirando a los ojos. Traer historias de otros lugares donde las cosas se pudieron hacer de otra manera. Un límite muy importante es esa cultura impuesta. Hay que recuperar la memoria de quienes supieron hacerlo de otro modo”, sostiene.
Para Lorena, sin embargo, “hay un problema de pérdida de memoria colectiva e institucional”: “Muchas de las que ahora son consideradas como alternativas limitadas, ‘imposibles’ o ‘románticas’, en otros momentos fueron parte de la norma, como las viviendas cooperativas en Canadá que en los ochenta eran impulsadas a gran escala por el estado. Tierras públicas y viviendas cooperativas han sido consenso y sentido común en algunos momentos y lugares, incluyendo contextos de gran polarización ideológica en medio de la guerra fría”, comenta.
¿Cómo será el año 2065?
Lorena imagina ciudades donde la vida humana y no humana estén en el centro, y las viviendas sean un lugar de cuidados. Una ciudad feminista, diferente y diversa, necesariamente vinculada a culturas y actores locales. “No puede haber más cemento, no hace falta construir más, se trata de volver a mirar y repensar un territorio donde hay muchas infraestructuras sin usar. Hay que cambiar el modelo de producción, distribución, consumo y reciclaje”, comenta. “Hay que desmercantilizar muchas cosas, entre ellas la tierra y la vivienda. Los bienes sociales tienen que ser gestionados bajo arreglos público-comunitarios”, critica al tiempo que recuerda que las grandes ciudades son cada vez más difíciles de vivir, están peleadas con la naturaleza y expulsan a la gente.
“Representantes de gobiernos y expertos que se reúnen en la ONU nos presentan visualizaciones monótonas de ciudades creadas por computadora, donde siguen abundando los edificios altos, ahora con muchas plantas colgando pero sin gente caminando por las calles ni disfrutando las plazas. Asusta la limitación de imaginarios sobre la ciudad. Parecería que no tenemos palabras ni dibujos para describir ese futuro que necesitamos. Recuperar otras epistemologías, contar la historia de otra manera, puede ayudar a pensarlos”, reflexiona Lorena.
Carla imagina “una ciudad que interactúa de otra manera con la naturaleza. Más verde, con más espacios públicos, con situaciones barriales mucho más comunitarias. Me imagino refuncionalizar lo que ya está y democratizarlo”. “Cuando buscamos recuerdos o pensamos en el futuro se activan las mismas partes del cerebro. Pasado, presente y futuro es nuestra manera de organizar la vida, pero en realidad todo pasa en un espacio-tiempo que es inseparable. Por eso es importante repensar qué aprendemos de un pasado que está siempre presente y experimentar ahora los cambios que queremos que se generen en el futuro”.
Ya es de noche. Proponen salir a caminar un poco antes de que tengan que volver a sentarse. Como siempre ocurre con las buenas conversaciones, quedan preguntas pendientes para la próxima vez.