En otros textos que he escrito sobre la importancia del uso correcto del lenguaje esperaba que la cordura imperara, porque cuando los sectores y las personas que se dedican a la palabra no cuidan el lenguaje, las consecuencias para la sociedad pueden ser –ya lo están siendo– desastrosas.
Existe una opinión bastante extendida de que hay que ser tolerante con respecto a este tema y se alega con frecuencia que no todo el mundo es lingüista para poder escribir con propiedad. Los dos sectores principales que se dedican a la palabra son los medios de comunicación –radio, TV y prensa escrita–, cuyo cometido es informar con rigor preferiblemente sin comentarios que para eso existen las columnas de opinión y los editoriales, y los profesionales de la política que buscan seducirnos con la palabra para que les votemos.
Los medios de comunicación de izquierdas tienen la obligación de cuidar el lenguaje si no quieren que se confunda su labor con la de los medios de la derecha. Y los políticos institucionales de la izquierda harían bien en no menospreciar la fuerza de un mensaje no diluido por la corrección política, la autocensura o el conformismo.
Con los ejemplos que he escogido intentaré explicar cómo el lenguaje utilizado, es decir, unas palabras en vez de otras, no sólo puede ocultar la verdad de los hechos, sino moldear nuestra opinión: cómo percibimos el resultado de unas elecciones, si lo que ocurre en Gaza es un genocidio o un conflicto, cuándo corresponde en un relato hablar del Papa y cuándo del Jefe del Estado Vaticano.
Antonio Maestre dijo en una tertulia televisiva que el lenguaje conforma realidades. No sólo se escogen unas palabras frente a otras con el fin de influir en nuestra perspectiva sobre una situación o un acontecimiento, sino que se crean frases biensonantes vacías de significado. ¿Te suena ministros de ‘alto perfil político’? Me pregunto si alguna vez habremos tenido un titular de ministerio de bajo perfil político. De la misma manera, se acuñó hace tiempo el concepto de tolerancia cero ante los casos de violencia machista o abusos de cualquier tipo. La misma expresión me da vergüenza ajena, como si las autoridades responsables reconocieran que ha habido en algún momento tolerancia con lo indebido. No son cuestiones semánticas; reflejan una ideología que se nos pretende si no imponer al menos insinuar. Los ejemplos de cambiar unas palabras por otras son infinitos. Las fuerzas y cuerpos de seguridad del Estado seguirán siendo policía o guardia civil por mucho que cambien de nombre. Además, son instituciones cuyo proceder es a veces cuestionado y la democracia consiste en no acatar ciegamente.
Durante demasiado tiempo políticos institucionales y medios de comunicación no se han atrevido a llamar fascistas a las personas que demuestran que lo son por sus palabras y hechos.
Por fortuna, alguna columna de opinión me da cierta esperanza. Nunca me ha gustado el término ‘progresista’ para referirse a la izquierda. En la sociedad actual tanto la derecha como la izquierda huyen de una terminología que les identifique con la lucha de clases y ser conservadores o progresistas cumple dicho fin. Tampoco le debe de gustar a Elizabeth Duval cuando titula un texto “Por qué no soy progresista” y Javier Valenzuela dice que si Milei es libertario, él es la Virgen María. La izquierda necesita diferenciar su discurso del de la derecha, que de conservadora tiene más de ‘reaccionaria, retrógrada, carca’ que de ‘tradicionalista, continuista’ (sinónimos de la RAE). Me falta tiempo para comprar el libro The Politics of Language, de David Beaver y Jason Stanley; en una entrevista publicada en eldiario.es, señalan que “los medios intentan constantemente encontrar un vocabulario neutral, pero acaban recurriendo al que les ofrece la extrema derecha”.
Genocidio contra el pueblo de Palestina
Es habitual en el lenguaje hablado y escrito encontrar palabras religiosas para hechos que no tienen nada que ver con las creencias. España es un país no confesional en el que algunas fiestas locales y nacionales siguen recordando a vírgenes y santos, y donde se dice pecado por delito, milagro por prodigio y con una ministra ‘progresista’ que se reúne con el Santo Padre (sus palabras) y no con el Jefe del Estado Vaticano. No es sólo cultural; en el caso de los medios refleja una pobreza y pereza lingüísticas indignas de profesionales de la comunicación. Lo que hace y dicta la Iglesia católica para sí y sus fieles me importa un carajo. Sus delitos y la pederastia de sus sacerdotes deben someterse al dictamen de las leyes. Sólo faltaba. Debemos cuidar conscientemente nuestro uso del lenguaje con el fin de respetar nuestra diversidad.
El lenguaje utilizado en el genocidio contra el pueblo de Palestina es inaceptable. Lo que hace Israel son ‘ofensivas’ y lo que hace Hamás es ‘terrorismo’. No es una guerra entre Israel y Hamás. Las mal llamadas Fuerzas de Defensa de Israel –porque más que defender, ocupan y aniquilan– aprendieron bien de los nazis y de la venganza bíblica contra los amalecitas que ha comentado Owen Jones, pero nada de humanidad por las personas y pueblos que no aceptan sus premisas. Por otra parte, el adjetivo ‘hebreo’ no se puede utilizar como sinónimo de israelí (‘ejército hebreo’), ni todos los israelíes son sionistas y judíos. La fundación del Estado israelí respondió al deseo de crear ante todo una nación judía, pero no es aceptable señalar la religión como característica de una persona o colectivo; las creencias pertenecen al ámbito privado.
Siguiendo con los ejemplos del lenguaje mal intencionado, hay uno al que tengo especial inquina: radicales por violentos. Hay algunas personas de izquierdas que nos consideramos radicales porque queremos cambiar las cosas de raíz. Cuando se desaloja algún centro social ocupado, hay medios que utilizan la palabra ‘radicales’ para referirse a las personas que en algún momento recurren al uso de la violencia. Pero los mismos medios tienen mucho cuidado de no calificar a los policías que ejecutan el desalojo en el caso de que ejerzan la violencia.
De la misma manera, a los medios les ha encantado el término ‘militancia’ con el que los partidos políticos se refieren erróneamente a la afiliación. El término ‘militantes’ era anterior al de ‘activistas’ y la labor de estos no sólo era altruista sino fundamental (sinónimo de radical) para acabar con la dictadura e instaurar la democracia. Ésta no la debemos a los redactores de la Constitución ni al rey fugado. Hoy en día hay apenas militantes en los partidos –estos se encuadran en otros colectivos y movimientos sociales– pero el uso del término no me parece inocente; podría responder al deseo de ensanchar una supuesta base de apoyo o de concederse una combatividad de la que carecen. Demasiado a menudo votamos a la opción más digerible sin estar en absoluto de acuerdo con todas sus proposiciones.
Los términos ‘populista’ y ‘constitucionalista’ son otro ejemplo de incorrección y confusión. Da igual que se apliquen a la derecha o a la izquierda, ‘populista’ tiene siempre una connotación despectiva y ‘constitucionalista’ porque ningún gobierno o partido político tiene derecho a apropiarse de una norma colectiva que tampoco se han preocupado de cumplir.
Si “el capitalismo gana la batalla porque ganó la batalla cultural e ideológica” (Zygmunt Bauman) se debe en gran medida al uso perverso del lenguaje mediante eufemismos y falsedades. Veamos algunos ejemplos:
- El capitalismo nos ha vendido que poder escoger es libertad y que las personas que no tienen capacidad de compra deben esforzarse más.
- Siendo verdad que debemos transitar hacia un mundo libre de combustibles fósiles, la instalación de placas solares se nos está vendiendo como una manera de rebajar la factura de la luz, no como una alternativa energética. La verdad es que se trata de estudiar cómo gastar menos energía sin perder calidad de vida (Antonio Turiel).
- En el sistema capitalista, gobierne quien gobierne, el crecimiento de la economía es lo que trae la modernidad, el progreso y la prosperidad, conceptos cuanto menos discutibles. Si nuestro futuro ha de ser decrecentista, necesitamos defender otros conceptos como la dignidad, la solidaridad y el bien común.
Concluyo que si es urgente crear otro sistema económico y político para nuestro bienestar y el clima, debemos buscar otro lenguaje que no transmita la cultura capitalista del crecimiento infinito y la desigualdad.