Es el principio del fin. No lo digo yo, lo dice Juan Luis Cebrián en un artículo cargado de bilis en El País, en el que realiza un ataque tan desmesurado a Pedro Sánchez que se intuye un trasfondo personal. Conceder la amnistía a todos los acusados por el procés es, según él, una traición a los valores democráticos. En realidad, se hace eco de las declaraciones de Alfonso Guerra, para quien dicha amnistía supondría «borrar 45 años de democracia» y pasar «de un sistema democrático a uno no democrático». También afirmaba Guerra que era una condena de la Transición. Sí, las viejas glorias del PSOE, con Felipe González a la cabeza, han salido en tromba a atacar a Sánchez –una vez más–. Tienen derecho a hacerlo, también lo tiene alguien como Leguina, defensor del PSOE antiguo pero que no vota al moderno.
Es verdad que la postura del PSOE hacia Catalunya ha dado tantos bandazos que cabe en ella cualquier cosa. Está ya muy lejano aquel congreso de Suresnes (1974) en el que se afirmó «el pleno reconocimiento del derecho de autodeterminación de las nacionalidades que integran el Estado español». Quién te ha visto y quién te ve.
Más próximo en el tiempo está el artículo de Felipe González y Carme Chacón (2010) en el que defendían que España es una nación de naciones. Y más aún la Declaración de Granada (2013), en la que el PSOE defendía el federalismo. Luego vienen otros bandazos protagonizados por Pedro Sánchez, más atento a los cálculos electorales que a una idea de la ordenación territorial que necesitamos.
Hay dos cosas que me fascinan en todo este escándalo moral, independientemente de si la amnistía es constitucional o no –asunto sobre el que encuentro opiniones muy firmes de gente que sabe de derecho aún menos que yo– o también de si es lícito negociar un referéndum a cambio de apoyo para conseguir el gobierno; dicho sea de paso, tampoco el PP ha tenido reparos en vender su alma al demonio catalán para conquistar el poder aunque ahora se rasguen el traje de chaqueta.
Primero, que den lecciones de democracia quienes fueron presidente y vicepresidente de un gobierno durante el cual se creó una supuesta estructura de terrorismo de Estado responsable de veintisiete asesinatos, actos de tortura y secuestros, y también eran respectivamente secretario y vicesecretario de un partido desde el que se presionó para que se indultase a los responsables últimos (o penúltimos) de dichos actos. ¿Era eso más moral? ¿No eran infinitamente más graves los asesinatos y la tortura que montar un referéndum, por ilegal que fuese? ¿Son estos individuos los más adecuados para defender el respeto a las instituciones y que se consulte a los españoles para las cuestiones que afectan a su convivencia?
Lo segundo que me fascina no tiene que ver con el pasado tenebroso de la lucha antiterrorista y de la manga ancha moral de sus protagonistas. Tiene que ver con el presente. Porque varios de estos voceros de la democracia llevan tiempo empujando a que el PSOE llegue a un acuerdo con el PP e incluso a que le entregue el gobierno, como pidieron cuando Rajoy no tenía una mayoría suficiente. No importa que ese mismo PP lanzase también una guerra sucia, utilizando a delincuentes y policías, o a policías delincuentes, para desprestigiar al independentismo, subvirtiendo la democracia desde la raíz. Ni que sea un partido con una corrupción rampante y en buena medida impune. Ni que pacten con la extrema derecha, poniendo en peligro, ellos sí, los derechos y libertades adquiridos desde la tan alabada Transición, y hayan crispado la convivencia hasta límites intolerables, fomentando, por cierto, el sentimiento en Catalunya de desafección hacia España del que ahora se lamentan tanto.
Leguina no votó al PSOE. Felipe González dice que le cuesta mucho. Guerra no lo reconocería como su partido si se apoyase en los independentistas. Cebrián no queremos saber a quién vota, pero obviamente ni a Sánchez ni a Sumar. Para ellos la unidad eterna de España es más importante que la decencia, los derechos, la libertad y la reconciliación.
Se habla mucho del chantaje independentista y de bajada de pantalones del Gobierno, esa imagen tan del gusto de los machotes ibéricos, pero un PP rehén de VOX no me parece que pueda presumir de dignidad.
El caso es que yo tampoco creo que la amnistía y el referéndum deban ser monedas de cambio a la hora de apoyar a un gobierno que aleja la amenaza de tener a la extrema derecha gobernando de tapadillo nuestro país. Ni que Sánchez deba aceptar cualquier condición para evitar la repetición de elecciones. Lo que no creo es que el odio de los señores mencionados, no ya a Sánchez, sino a cualquiera que ponga en duda el statu quo y la unidad patria, o que destape la podredumbre del sistema que ayudaron a consolidar –un ejemplo es su inquina visceral hacia Podemos–, deba ser la guía para construir la España del futuro. Y tampoco la Catalunya.