Este artículo fue publicado en la revista #LaMarea92. Puedes conseguirla aquí.
Cuando era pequeño, había algo que tenía claro sobre 2032: extraterrestres. Todas las semanas, estaba atento a la voz grave del profesor Jiménez del Oso, un recitativo sin inflexiones que no buscaba llamar la atención porque sabía que ya la tenía. Fotos borrosas, testimonios confusos, marcas en el suelo. Las preguntas llenaban los vacíos de las historias. Hay algo ahí fuera. No estamos solos. Tendríamos naves espaciales. Bases estables en la Luna. Misiones a Marte. Explorar. Contactar.
Ahora mismo, me cuesta pensar en 2032. Los extraterrestres desaparecieron de los medios al tiempo que finalizaba la historia. Si solo había un mundo, lo importante era dominarlo. Explorar y contactar eran cosas menos interesantes que crear valor de ese espacio que ya no tenía fronteras. El “otro” dejó de estar en el espacio exterior y pasó a estar cada vez más cerca. Podía ser cualquiera. Todo el mundo podía convertirse en un enemigo, en alguien que te quitase tu oportunidad o te hiciera daño. Llegaron las películas de asesinos en serie y zombis. Hay algo ahí fuera. No estamos solos. Las frases de Jiménez del Oso en la voz de anuncio de alarmas tienen un significado distinto.
Todo comenzó a moverse demasiado deprisa y la aceleración acaba con el tiempo y con el espacio. Todo puede estar aquí. Todo puede suceder ahora. Eso quiere decir que aquí y ahora son agujeros negros que nos devoran porque, si tienen tanta capacidad, quiere decir que nunca es bastante. Siempre podría haber más. Todo lo que medimos está vinculado al movimiento y, más concretamente, al económico. Hemos perdido el concepto de progreso porque ya solo lo vinculamos a la economía. Sucede lo mismo con libertad. Todo debe crear valor para el sector privado.
El movimiento parece haber engullido el futuro porque no nos podemos parar. La sensación de miedo e incertidumbre se convierte en tópico y convierte el pasado en un País de Oz, un lugar más allá del arco iris. ¿Cuándo no ha habido miedo e incertidumbre?, ¿podemos decir a la generación que emigró del campo a la ciudad para establecerse en chabolas que vivían mejor?, ¿podemos decírselo a la generación que sufrió la crisis de los 70, la violencia política de la Transición, la reconversión industrial y el genocidio silencioso de la heroína y el sida? Sin cumplir un año, ya me había ido de vacaciones más veces que mis abuelos. Quizá, la diferencia es que, cuando veía a Jiménez del Oso, estaba claro que, en 2032, tendríamos naves espaciales y coches voladores. Y, quizá, también una guerra termonuclear mundial.
La gran victoria cultural del modelo económico es el futuro. No hay alternativa. La inestabilidad y la precariedad logran el objetivo de limitar lo posible. Como sostiene la escritora Layla Martínez, creamos productos culturales que tratan de alertar sobre los riesgos de ir a peor, sobre los peligros que nos esperan. Todo son distopías. Las cosas van a ir mal. Progreso ya no quiere decir explorar y contactar, mejorar la vida o mejor formación para más personas, sino el crecimiento del PIB. Libertad ya no quiere decir ampliación de derechos, sino la posibilidad económica de hacer cosas. “Si solo imaginamos un futuro peor, el presente nos parecerá admisible”, dice Layla Martínez.
Para hacerlo, hay que salir del bucle melancólico y, por ejemplo, comenzar a defender el presente. Se están haciendo cosas buenísimas. Cada generación es más creativa que la anterior y añade más conocimiento técnico y artístico a sus capacidades. Se toca mejor, se escribe mejor y se juega al fútbol mejor. El pasado solo nos parece más estable porque ya sucedió. Lo podemos narrar para explicarnos. Podemos volver allí una y otra vez porque siempre está disponible. No necesita nada más que perdamos toda esperanza. Por eso, hay que comenzar a imaginar. “Sin idealismo, la política se reduce a una forma de contabilidad social. Esto es algo que un conservador puede tolerar muy bien, pero para la izquierda significa una catástrofe”, decía Tony Judt.
Para revertir las cosas, hay que ser ambiciosos y abandonar los verbos resistir, defender o salvar. Necesitamos un ejercicio de audacia en el que pensemos una nueva ciudad, una utopía donde la administración garantiza los derechos fundamentales: vivienda, alimentación, sanidad, educación, energía o transporte. Las personas jurídicas no pueden poseer bienes inmuebles ni tener participación en el sector productivo. Trabajo garantizado, semana de cuatro días, jornada laboral de seis horas, salario y patrimonio mínimo y máximo. Hay que volver a mirar al cielo y sacar el concepto de progreso del ámbito económico. Hay que dejar de medir solo lo que crea valor. Hay que proponer. Imaginar.