Este artículo pertenece a la serie de José Ovejero #UnAñoFeliz, cada dos semanas en La Marea.
Hoy no voy a hablar de un acontecimiento o una noticia que me haya parecido alentadora. O solo en la medida en la que la publicación de un libro puede ser un acontecimiento o, más interesante aún, provocar acontecimientos.
Hará más o menos un año que me propusieron participar en un la escritura de Imaginar un país, con otros ocho autores y autoras, aunque entonces ignoraba quiénes serían. La propuesta era que escribiésemos de una manera asequible los otros tantos capítulos del informe España 2050, un documento de estrategia encargado por el Gobierno en el que participaron decenas de expertos para intentar pensar qué políticas necesitamos desarrollar para que España resuelva sus problemas más acuciantes (medioambientales, sociales, educativos, etc.) y construyamos un país en el que nos gustaría vivir.
Ya habréis entendido que el problema principal es el pronombre «nos». ¿A quién abarca ese plural? El libro y el informe se presentan como proyectos de Estado, es decir, capaces de abarcar a gente de distintas ideologías. Pero, ¿es eso posible? Solo lo es si se entiende como un proyecto de mínimos, y eso me provoca incomodidad. Para mí no basta lo que se plantea, por ejemplo, en el capítulo que he escrito yo, el del medio ambiente. Yo tomaría medidas más radicales, pero al mismo tiempo soy consciente de que, por mucho que me desagrade, la derecha gobernará en algún momento de aquí al 2050 y querría que sí, también la derecha sea capaz de aceptar que hay que tomar medidas urgentes en la lucha contra el cambio climático y contra la contaminación. Es necesario ese espacio de consenso -y mira que me da miedo esa palabra que tiende a aguar tantas medidas y a difuminar los conflictos ineludibles- en el que podamos entrar, por ejemplo, los autores y autoras de esos textos, aunque es evidente viendo el listado que no todos votamos a los mismos partidos ni tenemos visiones del mundo idénticas. Es probable que si tuviésemos que conversar sobre el día a día de la política española acabáramos discutiendo.
Y quizá sea eso lo bueno de este proyecto, lo que me alegra, a pesar de mis reticencias, de haber participado en él.
Hace años tuve que entrevistar al ganador del premio Nobel de Economía Reinhard Selten y, preparándome para la entrevista, descubrí algunos de los principios de la teoría de juegos: el primero, que no tiene sentido buscar el mejor resultado sino el resultado posible; segundo, que en juegos de cooperación –aunque sea cooperación forzada, como suele darse en política–, todos los participantes han de ceder para obtener más de lo que tenían al comenzar el juego. Me acordaba de ello al acceder a participar en este ensayo. Sí, en parte a regañadientes porque siempre me dan miedo la fácil deriva que tiende a tomar el posibilismo hacia el cinismo y la camisa de fuerza que la razón práctica impone a la capacidad de soñar. Pero no estamos ante un libro de sueños, sino ante un espacio para la imaginación práctica e inmediata.
Y me alegro de estar ahí, entre otras cosas porque pienso que puede dar lugar a un diálogo necesario también entre oponentes. Ante oponentes de buena fe, quiero decir. Está claro que negacionistas del cambio climático o de la violencia de género no pueden tener cabida en ese consenso, entre otras cosas porque a la mayoría no le importa la verdad sino el rédito político que se puede extraer de negarla, de enturbiar las aguas, de atizar los rescoldos de rabia siempre presentes en cualquier sociedad.
Así que tengo que confesar que –no hay alegría perfecta– sí que me irritó enormemente descubrir que aparte de los nueve autores y autoras y del prologuista, Antonio Muñoz Molina, aparece también la firma de Mario Vargas Llosa. El suyo es un texto protocolario, sin sustancia. Pero aun así, ahí está su nombre, sus palabras que abren el libro como si lo apadrinaran. Alguien capaz de apoyar a un candidato admirador de Hitler o a un negacionista del COVID o a una encausada por corrupción con tal de que no gane las elecciones la izquierda democrática no debería estar en este libro. Por mucho que se busque abarcar a una mayoría o traspasar las fronteras ideológicas. Hay fronteras que no se pueden traspasar sin traicionarse. Y dar desde la izquierda tal visibilidad a quien apoyaría a cualquiera que acabe con ella tampoco me parece de gran inteligencia política.
Llego al final del artículo: ¿Sigo alegrándome? ¿Debe entrar Imaginar un país en mi serie Un año feliz? A pesar de todo sí; porque necesitamos libros que nos empujen a pensar y discutir el futuro, y necesitamos gobiernos que, aunque solo sea pasajeramente, se alejen de las necesidades y urgencias electorales para mirar el futuro no muy lejano y preguntarnos cuál queremos que sea. Y, hasta ahora, nadie me lo había preguntado.