A. F. // Creo que es importante situarme un poco para introducir lo que voy a contar. Soy una chica de 20 años, estudio Ciencias Políticas y llevo bastantes años encasillándome dentro de esa izquierda que algunos considerarían “radical”. He estado siguiendo, muy de cerca, todos los “casos aislados” de muestras antidemocráticas dentro del Ejército por razones que ahora pasaré a explicar: me crié al lado de una base militar y fui a uno de esos colegios donde me daban prioridad a mí por ser hija de militar, por encima de aquel niño que era hijo de civil.
En las clases, de 25 alumnos, como mínimo seis éramos hijos o familiares de militares. Después pasé al instituto y, pese a prescindir de este criterio, seguía en terreno militar. Aunque era público había una imagen de la Virgen del Carmen (patrona de la Armada española, para quien no lo sepa). Nos impartían catequesis (opcional) dentro del mismo instituto y muchos de esos y de esas catequistas eran militares o esposas de militares.
Yo tuve suerte porque mis padres aceptaron sin problemas que me alejase de la religión y que nunca comulgase con ideas militaristas, monárquicas o, simplemente, de derechas. Nunca me educaron en esos valores de manera exclusiva, porque en mi casa nunca se vivió así, y eso es algo que les agradeceré eternamente. La figura de unos padres críticos con la institución es vital para un desarrollo más o menos neutral de la hija en cuestión. Pero sí sé que hay hijos que tuvieron pocas opciones de tener adultos de referencia que no compartieran la forma de pensar hegemónica de la Armada. Con padres católicos y en familias tradicionalmente relacionadas con el Ejército, y teniendo en cuenta el entorno en el que se movían, puede resultar difícil salir de ese bucle.
Y cuando acabas el instituto, tienes la opción de irte a un colegio mayor militar (el Jorge Juan, el Duque de Ahumada o el Barberán y Collar), si no quieres ir a una Escuela Militar, claro. Dentro de mi ingenuidad, debo confesar que cuando llegué a la universidad, hace dos años y medio, pensaba que tener un mínimo de siete personas diferentes de mi entorno (hablo de oficiales, claro, porque esa es otra historia de elitismo, junto a la permanencia de tu familia dentro de la propia Armada) en diversos cuerpos era algo relativamente normal.
Y estas relaciones (que entiendes como amistades porque son cercanos a ti desde que tienes cuatro años, más o menos) te llevan a sitios donde no sabes si encajas. Vas solo por intentar mantener esas relaciones. Y así acabé yo, junto a otra amiga de mi misma ideología, en la sonada fiesta de El Ciento de 2018 de la que se hablaba aquí hace unos días. Yo estuve ahí, yo viví (como mujer comunista) la situación de ver a mis “amigos de toda la vida” entonar una canción de la División Azul borrachos. Por mi situación personal, siempre había intentado tener una posición de silencio frente a la diferencia de opinión con respecto al militarismo en mis amistades. Pero ese trance marcó un antes y un después. Entendí que un espacio como ese (ya sean fiestas, círculos de amistades o colegios mayores) no era precisamente un espacio en el que una persona como yo pudiese sentirse segura.
En estos colegios mayores te puedes encontrar medidas como la prohibición de estar en la habitación de alguien del “sexo” opuesto (y digo sexo, y no género, porque es como aparece reflejado en las reglas). Cenas de Navidad en las que se brinda por España, por el Rey, incluso en términos religiosos. Discursos de directores dirigidos al amor a la Patria (en el artículo 6 de sus estatutos figura como objetivo “el fomento del cariño y respeto a las Fuerzas Armadas”). Notificar cuándo pasas la noche fuera, así como no dejar subir a tu habitación a ninguna clase de visita, son reglas que en pleno siglo XXI siguen vigentes en colegios universitarios.
Y es que dentro de las Fuerzas Armadas hay mucho pensamiento conservador y catolicista latente. No se puede discutir que uno de los objetivos de quienes hicieron la Transición fue conseguir la supeditación del Ejército a la esfera civil democrática. Pese a estos intentos, se puede hablar de cierto pacto no escrito en el que, para garantizar la inacción de las Fuerzas Armadas durante una transición que podía no ser de su gusto, se les otorgaba cierto grado de “autonomía militar” en su organización interna (un ejemplo de ello lo vemos en la actual existencia de tribunales castrenses, alejados de los civiles). El aire democrático que empezó a tener (o a aparentar) un Ejército no demasiado modificado después de 1989 fue una pieza clave de nuestra Transición.
Hemos vivido unas semanas peculiares en lo que respecta al supuesto Ejército democrático que nos intentan vender en el relato institucional. Se han juntado en unas pocas semanas la carta de militares retirados dando su apoyo al Rey en un hipotético golpe de Estado; el episodio protagonizado por unos soldados en Paracuellos del Jarama y el vídeo que publicó hace escasos días La Marea de jóvenes aspirantes y guardiamarinas de la Escuela Naval Militar cantando la versión de Estirpe Imperial de Primavera durante El Ciento de 2018.
No son casos aislados
Nos cuentan que hay casos aislados, pero con una estructura como la que hay en España, estos son los que pueden encajarse en, al menos, la izquierda moderada. Los casos aislados son los de los militares que no se saben los himnos de la División Azul. Los casos aislados son los de los militares que no posicionan sus objetivos “patrióticos” de manera completamente antagónica a un Gobierno de izquierda con pretensiones socialdemócratas. Y los casos aislados son los de los militares (y sus familias) que no sacan la bandera de España para protestar contra cualquier medida que no sea conservadora en lo social y liberal en lo económico.
Hablar de los militares franquistas como aquellos ancianos que se lucraron de los asesinatos y la represión durante la dictadura, como aquellos que no tuvieron que pedir perdón y salieron indemnes de un proceso de transición de las élites, es ser ingenuos y refleja una ceguera ante la realidad que es preocupante. Creo que hay ejemplos de sobra para rebatir esto, y uno de los primeros sería el ya mencionado suceso de Paracuellos. Pero no queda ahí, porque incluso aquellos que no han pasado aún por la Entrega de Reales Despachos [la ceremonia que los convierte profesionalmente en oficiales] se dedican a cantar himnos de corte filofascista.
Creo que la esencia de estas pequeñas reflexiones personales radica en que no nos confiemos y seamos críticos incluso aunque fuesen casos aislados (y repito, no creo que lo sean). Porque no son cuatro vejestorios fascistoides que echan de menos un periodo que no va a volver. Lo importante es que exijamos justicia, transparencia, rendición de cuentas por parte de los militares tal y como nosotros tenemos que responder por injurias contra la Corona. Y que este artículo sirva para enunciar lo que queremos: terminar de eliminar los resquicios de autonomía del Ejército que quedaron tras la Transición para no seguir creando militares críticos con todo menos con su derecha, su religión y su institución.