El concepto de memoria histórica ya es común en España, donde representa una herramienta o un proceso para la recuperación del legado de los que lucharon por la República. Sin embargo, en el mundo académico esta concepción representa solo una mínima parte de un campo de investigación mucho más amplio que estudia la forma en la que una sociedad relaciona su presente con su pasado.
Entrevistamos sobre esta cuestión a Astrid Erll, integrante del consejo asesor de la Memory Studies Association (Asociación de los Estudios de la Memoria) y catedrática de Literatura y Cultura Anglófona en la Universidad Goethe de Frankfurt. Erll es una de las expertas más consultadas de este campo de investigación, ya que ha contribuido también al desarrollo de la base teórica de los estudios de memoria. Sus publicaciones forman parte de la base científica del campo de investigación en todo el mundo. Cultural Memory after the Transnational Turn (2018) o Audiovisual Memory and the (Re)Making of Europe (2017) son solo las más recientes monografías de peso entre sus numerosas publicaciones.
En España, el término de la memoria está muy ligado a la histórica, referida a la Guerra Civil y la dictadura franquista. No obstante, la academia entiende por memoria mucho más. ¿El qué?
Memoria significa dar sentido al tiempo. El término se refiere a todas las prácticas que relacionan pasado, presente y futuro. Esto puede ser nuestro recuerdo individual sobre las últimas vacaciones de verano, la historia familiar que cuenta la abuela a sus nietos y el acuerdo parlamentario de guardar dos minutos de silencio para conmemorar las víctimas de la guerra. Para los estudiosos y estudiosas de la memoria, esta es omnipresente. Diferenciamos, no obstante, entre distintas formas de memoria y estudiamos su conexiones, como pueden ser la individual o colectiva.
Memoria es, aparentemente, un concepto muy flexible y moldeable. ¿Cómo se puede explicar esta característica de la memoria?
La memoria siempre es un constructo retrospectivo. Trata el pasado, pero está enteramente construido en el presente, echando un vistazo al futuro. Como los momentos del presente cambian constantemente –por ejemplo, adquirimos nuevos conocimientos, o tenemos otras preocupaciones y razones por las que recordamos– también cambia nuestra memoria. Los medios tecnológicos juegan además un papel importante en este proceso. Recordarás tu vida de diferentes formas si tienes a mano papel y boli, o si dispones de los dispositivos digitales de hoy en día: cámaras, películas, redes sociales, etcétera.
Suena alarmante que la memoria sea tan moldeable. Pero es importante darse cuenta que es todo lo que tenemos cuando hablamos de nuestros conocimientos del pasado. Incluyo los recuerdos históricos, producidos por profesionales historiográficos, de la arqueología… En el caso ideal, son fuentes fiables, pero no se debe olvidar que sus trabajos son siempre el resultado de construcciones retrospectivas.
¿En qué medida influyen en nuestro proceso de rememorar los distintos discursos que hay sobre un hecho o proceso?
Los discursos pueden dar un marco a nuestra memoria, guiar el proceso de rememorar y de conmemorar de una determinada forma. Pueden incluso rescatar memorias que habíamos olvidado o que estaban suprimidas. Ayudan a recordar, pero también pueden obstaculizar el flujo de memorias, especialmente cuando no encajan con el discurso dominante.
En este contexto, ¿cómo de importante es el proceso de recordar y de tener memoria colectiva para nuestra identidad, tanto individual como colectiva?
¡Es muy importante! Aunque no me gustaría convertir la identidad en una especie de fetiche. No estamos encerrados en un contenedor de identidad que nos permite solo un tipo de memoria para crear una determinada forma de identidad. Las personas somos seres curiosos: nos interesamos por otras personas y grupos y, naturalmente, por sus memorias. Y siempre pertenecemos a diferentes grupos sociales y, consecuentemente, a diferentes identidades y memorias.
Observando la construcción de las identidades podemos ver que muchas personas perciben la coexistencia de dos corrientes contradictorias. Por un lado, la modernidad parece estar ligada a una constante aceleración de la velocidad de nuestros días. Por otro, parece que nuestro pasado (o al menos un determinado pasado) adquiere cada vez más importancia. Un pasado que se hace cada vez más presente. ¿Cómo analizan los estudios científicos este proceso?
Cuando la vida cambia de manera rápida, el pasado se convierte fácilmente en un país extraño que se pretende conservar. Esta es una de las razones por la que aparecieron tantos museos históricos en el siglo XIX. Hoy, las nuevas tecnologías han añadido una dimensión importante: podemos grabar y almacenar más información de y sobre el pasado. El archivo está creciendo. Pero las mentes individuales no son capaces de recordar más que antes.
Esto nos lleva a otra gran pregunta: ¿cómo se puede definir el presente?
El presente no es la Edad de la Memoria, todas las épocas han sido épocas de memoria. Solo somos más conscientes, reflexionamos más sobre ella y, por ende, somos más estratégicos. El paradigma dominante en la memoria ha cambiado: los europeos no recuerdan ya tanto una historia sagrada o de héroes nacionales, sino que se enfocan más en las víctimas de las injusticias y en los momentos de emancipación. Poder elegir entre diferentes formas de recordar supone un gran potencial de poder, es una manera de crear diferentes futuros.