La semana pasada tuve la paciencia de ver el debate entre los representantes de los seis partidos con representación parlamentaria. No recuerdo que a lo largo del debate aparecieran las palabras capitalismo o poder de los mercados. Creo que el cambio climático sí se mencionó, pero muy de pasada. ¿Le da miedo a la izquierda oficial sacar esos temas? Entonces, ¿a qué jugamos? ¿O es que prefiere dejarlo para más adelante? ¿Para cuándo?
Desde la izquierda se planteó una fiscalidad progresiva para que paguen más los más ricos, la banca y las grandes empresas. ¿Tienen las fuerzas políticas la capacidad de imponer esas medidas? Alberto Garzón en la página 162 de su libro A pie de escaño (Península, 2015) –por cierto, un libro muy interesante, como los otros de Garzón- escribe textualmente: “Sin duda, quienes ostentan una verdadera capacidad efectiva para tomar decisiones son las grandes empresas y las grandes fortunas. Su riqueza financiera y económica les permite mover enormes masas de dinero por los mercados financieros y condicionar los movimientos globales de esos mercados. De esa forma logran condicionar también, o incluso determinar, las propias decisiones políticas de los gobiernos democrático (…). Se trata, en definitiva, de una forma prácticamente inmediata (…) de disciplinar a los gobiernos democráticos con tan sólo un par de clics de ratón”.
Seguramente, se trata de una exageración y necesitarán más de ‘un par de clics de ratón’ para disciplinar a un gobierno rebelde, pero no muchos más. También es posible que esas fuerzas económicas permitan a un gobierno un cierto margen de maniobra en el terreno de las políticas sociales, pero siempre que eso no afecte seriamente a sus intereses. Por otra parte, es muy posible que la nueva crisis, que según muchos expertos anda revoloteando por el horizonte, no tarda mucho en descargar. Si para entonces gobierna un partido más o menos de izquierdas, a la derecha se le pone en bandeja la ocasión de armar un escándalo monumental, culpando a un gobierno de izquierdas de todas las consecuencias de una crisis más del sistema capitalista.
Nuestros
políticos parecen haber olvidado la conocida sentencia de George Orwell:
«En una época de engaño universal, decir la verdad es un acto revolucionario”.
¿O es que han olvidado eso de revolucionario? Ciertamente, hoy la revolución,
la sustitución del sistema capitalista, no parece estar al alcance de la mano.
Pero, si renunciamos a tener esa revolución como un horizonte siempre presente,
nos condenamos al esfuerzo inútil y frustrante de luchar por la absurda quimera
de un capitalismo bueno.
Cuando
se proclama, como hace Unidas Podemos, que “la
historia la escribes tú”, cosa que me parece muy cierta, es fundamental que
los millones de “tús” conozcan la
realidad de la manera más fidedigna posible y sean capaces de analizarla de una
forma racional y crítica. Escribirán la historia de acuerdo con su mentalidad,
sus valores y su ideología. Eso nos obliga a tener en cuenta lo que ya Gramsci advertía, que la ideología dominante es la ideología de la clase dominante, y nos
impone como tarea fundamental la lucha cultural e ideológica. Elemento básico
de esta lucha es demostrar sin ningún género de duda que el capitalismo es un
sistema totalmente insostenible.
Recientemente, Zygmunt Bauman señalaba que el imaginario colectivo de nuestras sociedades es el imaginario colectivo burgués. En este imaginario, la lucha por los propios intereses es un punto central, y existe el peligro de que desde los partidos y sindicatos de izquierdas se esté impulsando fundamentalmente una lucha por los propios intereses, aunque puedan ser unos intereses de clase. ¿Nos apartan esos intereses de clase de los valores fundamentales del imaginario burgués? ¿Nos llevan a luchar por la multitud de refugiados que llegan a nuestras fronteras huyendo de las bombas fabricadas en nuestros países, por los emigrantes que se ahogan en el mediterráneo, o por los niños que mueren de hambre en África? Si eso no lo tenemos en cuenta, ¿qué esperamos?