El presidente español Pedro Sánchez ha encontrado un inesperado refuerzo a su mandato gracias a la política internacional. El papel de España en la evacuación de Afganistán de ciudadanos extranjeros y nacionales en peligro le ha valido elogios por parte de la Unión Europea y del propio presidente de Estados Unidos, Joe Biden.
La presidenta de la Comisión Europea, Ursula von der Leyen, visitó el pasado fin de semana las instalaciones habilitadas para los refugiados afganos en la base de Torrejón de Ardoz (Madrid) y destacó el trabajo realizado por el Ejecutivo español, que calificó como «un ejemplo del alma europea».
Más efusivo, si cabe, estuvo Charles Michel, presidente del Consejo Europeo, que también acudió a la reunión en Madrid: «Querido presidente, querido Pedro. Quería expresar nuestra gratitud, hacia ti, Pedro, hacia tu Gobierno y por tu liderazgo. Porque tu decisión de adoptar inmediatamente esta iniciativa demuestra la dignidad en defensa de ese proyecto europeo basado en los principios y valores fundamentales».
Biden, por su parte, se refirió explícitamente a España en su última rueda de prensa: «He mantenido contactos personales con líderes de muchos países, incluidos Qatar, Alemania, España, Italia, Emiratos Árabes Unidos y otros. Están haciendo importantes contribuciones y quiero dar las gracias a todos nuestros socios».
El apoyo del Gobierno español y el uso de las bases militares estadounidenses (Torrejón, Morón de la Frontera, Rota) están siendo fundamentales para el principal objetivo de Biden, que en política exterior no se ha alejado demasiado del «America First«, de su antecesor en la Casa Blanca, Donald Trump: «Estamos trabajando para sacar a la gente de allí tan rápido como podemos. Esa es nuestra misión y nuestro objetivo. Nuestra determinación de traer de vuelta a casa hasta al último de los ciudadanos americanos y de evacuar a nuestros aliados afganos es inquebrantable».
La estrategia ha sido beneficiosa para ambas administraciones: Sánchez ha frenado las numerosas críticas a su gestión doméstica, referidas sobre todo al altísimo precio de la electricidad, el polémico proyecto de ampliación del aeropuerto de El Prat, la sentencia que anuló el primer estado de alarma a causa de la pandemia o el sempiterno problema de la vivienda; Biden, por su parte, ha conseguido trasladar un poco de tranquilidad tras el caos vivido en el aeropuerto de Kabul en las primeras horas de la evacuación, lo que le valió durísimas críticas en su país. En cualquier caso, la operación de retirada de las tropas, fijada en principio para el 31 de agosto, parece que tendrá que demorarse por algún tiempo.
La confusa postura de la oposición española es especialmente significativa: si la semana pasada, cuando estalló la crisis en Afganistán, urgía a Sánchez a terminar con sus vacaciones y criticaba incluso su calzado, tras el apoyo de la Casa Blanca, en el tono de sus reproches predomina ahora la ironía. «Celebramos que Sánchez haya reaparecido, que haya pasado de sus vacaciones en La Mareta [Lanzarote] a la Moncloa, pero le pedimos que camine unos pasos más, hacia el Congreso de los Diputados, que es donde debe dar la cara», decía Andrea Levy, presidenta del Comité de Derechos y Garantías del Partido Popular. Habló ella en vez del presidente de la formación, Pablo Casado, que efectivamente está de vacaciones y que, para su inmediato regreso, planea visitar las comarcas incendiadas de Ávila.
A la caza del disidente en Afganistán
Según un informe del Centro Noruego para el Análisis Global, una ONG que colabora con Naciones Unidas, los talibanes han redactado una lista de objetivos prioritarios que contradice sus declaraciones de no tomar represalias contra las personas que hayan colaborado con el anterior régimen político y con su patrocinador, el gobierno de Estados Unidos. Gracias a este listado, los talibanes van casa por casa buscando a los que consideran disidentes para arrestarlos. Si no los encuentran, actúan contra sus familiares, llegando incluso a la tortura y el asesinato. Así ha ocurrido en el caso de un periodista de la Deutsche Welle, que ha perdido a un familiar a manos de las milicias fundamentalistas afganas por este método.
En este clima extremadamente grave ganan relevancia las manifestaciones de mujeres que aún protestan públicamente contra los nuevos dirigentes del país. Así lo hicieron el pasado viernes, con pancartas, en la calle y a cara descubierta, un acto que evidencia su valentía y su determinación por no perder los derechos adquiridos en los últimos años.
La tensión continúa en los alrededores del aeropuerto de Kabul. Siete personas murieron en las últimas horas durante una avalancha para acceder al recinto y conseguir escapar de los talibanes, según informó el ministerio de Defensa británico. En total, se calcula que son 20 las víctimas mortales contabilizadas en el aeródromo afgano desde que comenzó la crisis, el pasado 15 de agosto. En los alrededores se arremolinan más de 18.000 personas desesperadas por encontrar un hueco en los aviones militares y abandonar el país.
Human Right Watch y otras organizaciones escribieron una carta al presidente Biden con el objetivo de asegurar la evacuación ordenada de todas estas personas. Entre sus peticiones está el adoptar “todas las medidas posibles para garantizar que todos los vuelos que salen de Afganistán estén llenos”. Según esta ONG, en los aviones no debería haber ningún asiento vacío en una situación tan grave para los derechos de las mujeres y la libertad de expresión como la que se vive actualmente en el país. Estados Unidos ya ha evacuado a 28.000 personas y espera añadir 15.000 compatriotas más, así como 60.000 afganos y afganas.
Estados Unidos abandona Afganistán después de 20 años de conflicto con los talibanes. El saldo de víctimas mortales asciende a 66.000 militares y policías afganos, cerca de 50.000 civiles, 2.448 soldados estadounidenses y 1.145 de la OTAN, entre los que se encuentran 102 españoles. Según el presidente Biden, su país ha gastado entre 150 y 300 millones de dólares al día durante sus dos décadas en suelo afgano. Sólo en armamento, Washington entregó al ejército afgano unos 28.000 millones de dólares. Ese equipamiento, más el que han dejado abandonado las fuerzas estadounidenses, se halla ahora en manos de los talibanes.
