Según las estadísticas, una de cada cuatro personas con las que has hablado esta semana la tendrá a lo largo de su vida. En la Unión Europea se le dedica un 20% del gasto sanitario y tienes más posibilidad de verte afectada por alguna que por un cáncer. Sin embargo, las enfermedades mentales siguen cubiertas por un oscuro velo.
El Día Mundial de la Salud Mental, que la Organización Mundial de la Salud (OMS) conmemora desde 2002, busca visibilizar esta realidad que afecta a unos 450 millones de personas en todo el mundo. Este año el objetivo es reivindicar la dignidad de las personas afectadas y luchar contra el estigma.
Como explica Matrica Devkota, de Nepal, a la OMS «las personas con problemas de salud mental nos enfrentamos a niveles elevados de estigmatización y discriminación. Cuando nos tachan de tener un problema de salud mental, experimentamos marginación social: perdemos el trabajo, perdemos prestigio social y quedamos aislados de la familia y la sociedad».
El estigma deteriora la “identidad normal”. En el estudio clásico de Erving Goffman, la experiencia (o el diagnóstico) de una enfermedad mental es una de las tres causas por los que una persona puede ser estigmatizada, además de la percepción de una diferencia física o la adscripción a una categoría social determinada.
La consecuencias del estigma asociado a la enfermedad mental pasan por el rechazo, la pérdida de empleo, el encierro, los insultos e incluso los ataques violentos. El proceso de estigmatización es relacional. Es decir, para que una persona sea estigmatizada tiene que existir un grupo estigmatizador que ejerce esa discriminación.
Uno de los estereotipos más fuertemente asociados a las personas que padecen sufrimiento psíquico es el de peligrosidad. Sin embargo, como la Asociación Española de Neuropsiquiatría-Profesionales de Salud Mental recuerda, “el diagnóstico de un trastorno mental no favorece la aparición de conductas violentas en un porcentaje mayor que en el resto de la población”. Al contrario, y como consecuencia del estigma, éstas tienen más probabilidades de ser víctimas que perpetradoras de agresiones.
La falta de recursos para la atención y sensibilización es uno de los retos pendientes. Las familias, y dentro de ellas principalmente las mujeres, asumen las necesidades de cuidados que el Sistema Nacional de Salud no proporciona. En muchos casos, se trata de procesos crónicos en los que se requiere un apoyo que va más allá de lo meramente farmacológico.
A pesar del silenciamiento y exclusión, cada vez son más las voces de personas diagnosticadas que reclaman ser escuchadas. Es el caso de Entrevoces, un congreso mundial que en noviembre celebra su séptima edición en Alcalá de Henares y que pone en primer plano la experiencia de las personas afectadas por alucinaciones auditivas. O de experiencias radiofónicas como Radio Nikosia, de Barcelona, o Radio Prometea, de A Coruña, que realizan una tarea fundamental: desmontar los mitos en torno a la salud y enfermedad mental.