El mismo día en el que la prensa de Zaragoza informaba de que Natalia Chueca era la primera alcaldesa española en probar las nuevas gafas Apple Vision Pro, el Ayuntamiento nos avisaba de que teníamos que suspender Conocimientos Híbridos , un ciclo que organizábamos para 2024 en Etopia , relacionado con inteligencia artificial y diferentes áreas del pensamiento.
Por decisión del nuevo consejero de Economía, Transformación Digital y Transparencia del Ayuntamiento de Zaragoza , un tal Carlos Gimeno Casado , Etopia pasará a ser un centro empresarial y su faceta artística desaparecerá. Todo lo que se ha hecho durante años y que ha convertido al centro de arte y tecnología en un referente europeo, borrado por orden directa y unánime, aunque la alcaldesa insista en negarlo : sus famosas residencias creativas, los laboratorios de imagen y de sonido, el New Media Lab, las exposiciones en sala, las proyecciones de Fachada Media, las actividades lúdicas con niños, las visitas de tantos colegios, los clubes de lectura, el laboratorio de fabricación digital, los más de 20 proyectos con diferentes instituciones culturales de Europa.
La alcaldesa de Zaragoza, Natalia Chueca. AYTO DE ZARAGOZA
Un tecnócrata formado en Lille y con experiencia empresarial en los sectores agrícola y joyero ha decidido acabar con una fructífera década de experimentación artística, con un sitio único en la ciudad y en España, para ir a ver cosas que no sólo nunca habíamos visto, sino que ni siquiera nos imaginábamos que existían. Uno de los pocos rincones que sacaban a Zaragoza de esa eterna siesta de mediocridad que le encanta dormir.
Después de beber bastante agua no conseguí apaciguar esa sed que sobreviene con la ansiedad de una mala noticia. Y tuve que comunicarme con María Arnal y Jorge Carrión. Iban a venir los dos el viernes 15 de marzo para una mesa sobre creación e inteligencia artificial: la música, la literatura, el cruce de disciplinas artísticas.
Mientras les escribía un correo comunicándoles la suspensión, pidiéndoles tantas disculpas, pensaba en toda esa cantidad de gente que votó a esta señora que sonríe en la foto con sus gafas de Apple mientras acaricia el holograma de un Tiranosaurio Rex: ¿tendrán alguna noción de lo que acaban de perder? ¿Acaso les importa? Mientras acababa el mensaje con la bronca y el dolor del momento, también pensaba en cuál sería la mejor manera de conseguir la empatía de todas estas personas, de llegar a la explicación más amena y didáctica posible para que entiendan quiénes son María Arnal y Jorge Carrión, qué lugar ocupan en el campo cultural, cuánta cantidad de años llevan trabajando en sus respectivas disciplinas, lo inconmensurablemente buenos y talentosos que consiguieron ser.
Envié los correos, recibí respuestas tiernas y comprensivas, seguí pensando en la otra tristeza, la que es posterior a la de no poder traerlos: la existencia de miles y miles y tantos miles más de habitantes de Zaragoza a los que les importa un carajo, no solo perderse a Arnal y a Carrión, sino siquiera enterarse, anoticiarse de que no vendrán.
¿Qué estoy diciendo? Si ni siquiera deben saber lo que hacía Etopia. Mientras me preparaba un mate, mi cabeza seguía haciéndose preguntas, efervescente. ¿Cómo se le explica al actual consejero a cargo de esas tres áreas tan pomposas quién es Santiago Latorre, lo que significa para la música contemporánea? ¿Sería capaz de apreciar esa pérdida? ¿Podría entender la cantidad de trabajo y dedicación que puso Laura Montañés en Etopia para que haya sido uno de los mejores centros de arte y tecnología de España , de Europa? Alejandro Simón Partal y Violeta Gil pasaron por aquí. ¿Tendrá este señor la mínima idea de quiénes son, en qué se convirtieron, en parte, gracias a Etopia?
FOTO: AYUNTAMIENTO DE ZARAGOZA
Escribí hace poco en Zero Grados que la mera existencia de Etopia era una de las pocas causas por la que merecía la pena salir a las calles siempre iguales de Zaragoza, tan monótonas y satisfechas de sí mismas todo el tiempo. Había dos más: ir a casa de mi pareja, encontrarme con amigas y amigos. Ahora tengo un motivo menos.
También escribí que, desde mi llegada, a mitad de 2020, habitaba la ciudad desde la indiferencia. Sin Etopia, lo que empezará a ganar terreno es el asco, ya siento las primeras náuseas. Porque me han arrebatado un lugar propio, a mí y a otra gente que solía ir a buscar un tipo de refugio similar al mío. Un sitio que convirtieron en nonato para una gran masa de personas que, de todas maneras, seguirán sus vidas como si nada, apreciando la fortuna de habitar una ciudad tan cómoda y sin riesgos, tan segura con lo mismo de siempre todo el tiempo.
Gente tan afortunada de poder disfrutar en familia de la estupenda relación calidad-precio de sus restaurantes, de hacer colas con disfraces de campesinos medievales para ofrecer flores a la escultura de una virgen, de seguir financiando la preciada calidad de vida que, dicen con orgullo por aquí, dice Zaragoza de sí misma, pareciera unívocamente tener. Todas y todos continuarán sus vidas sin valorar en lo más mínimo lo que su ciudad acaba de perder, probablemente para siempre.
Es tan triste que Etopia se convierta en Paletopía , un nuevo templo de la meritocracia empresarial que se llenará de hombres que comen con la boca abierta y huelen a tintorería, que usan caros anillos de boda y van siempre tan pulcros bien vestidos, perfumados, que comparan cada cosa que ven con la manera que tienen de hacerlo “los americanos”, que tienen el living de sus casas decorado con estilo nórdico propuesto en la revista Hola , que creen que cualquier conflicto político de cualquier parte del mundo en cualquier momento histórico se debe a la antinomia entre dos bandos iguales de malos.
El edificio que supo albergar tantas inquietudes y sensibilidad será reconvertido en hábitat de emprendestúpidos de pupilas opacas que desayunan en Starbucks, que usan a los riders de Glovo como si fueran fichas, que saludan con la mano blanda y no saben cómo mirar a los ojos ni siquiera cuando comparten sus ideas brillantes de cómo hacer dinero en tiempo récord sin pasar por Hacienda. De seres grises con picos encorvados que repiten cada tres frases de curiosa sintaxis las palabras liderazgo, innovación y talento. De tantos personajes de Pantomima Full.
Alguien, alguna vez, me ha contado que Zaragoza supo ser más interesante, con buenos festivales de música, de cine, de danza, con encuentros literarios bastante ambiciosos. No estoy en condiciones de rescatar esa época ni siquiera desde la nostalgia: no la viví, no sé cómo hacerlo. No tengo parangón desde el cual sostenerme, solo el breve pero intenso instante en el que hice cosas dentro de Etopía y sentí, después de tanto tiempo, alguna sensación cercana al futuro. Era inevitable porque el centro acababa de cumplir 10 años y lo festejaba con la publicación de un libro titulado El laboratorio de las preguntas futuras , como un acertado intento por evitar el protocolar balance de gestión y estar en sintonía con las disciplinas que convivieron allí durante todos esos años: la ciencia, la tecnología, el arte.
Disciplinas que reclaman, todo el tiempo, tantas preguntas. Nadie se hubiera imaginado que ese ciclo hacia el futuro lo detendría el desdén de un par de funcionarios de turno ni que el último párrafo de la alcaldesa Natalia Chueca, en el texto que introduce al libro, se lea tan poco tiempo después como las palabras de una cínica impresentable: «Estoy segura de que los próximos 10 años de Etopia darán fruto aún a más ideas, más empleos creativos, más proyectos y, muy probablemente, también a más preguntas. Pero también de que entre todos, construiremos ese futuro deseado».
Las preguntas
Las preguntas futuras que me vienen a la cabeza, ahora mismo, están todas enfocadas en dos caminos: cómo conseguir que mis semejantes dejen de creer que VOX y el PP son una alternativa de gobierno válida , constructiva, responsable; cómo convivir con sus votantes en la misma ciudad, en los mismos bares y esquinas, tan satisfechos de la seguridad de que Zaragoza siga sin correr ningún tipo de riesgo, conformes con la mediocridad que sigue ganando terreno.
El dinero que cubría las dietas y los desplazamientos para videoartistas transpirenaicos de Francia y de Aragón ahora irá para comprar el tiempo de algunas beatas con el pelo lacio bien atado, de manera que puedan preparar muy bien sus seminarios contra el aborto. Todo el presupuesto que cubría la estadía, los ensayos y la grabación de canciones de artistas emergentes de diferentes partes del mundo ahora irá para engrosar el caché de toreros, banderilleros y todo el personal necesario para la tortura pública de animales, para que la tauromaquia siga siendo la disciplina que mejor refleja el espíritu español, su atrofiada valentía.
Todo eso, y tantas cosas más, significa que Etopia deje de existir: que Zaragoza sea otra ciudad más en la que la derecha replica e insiste en instaurar la caricatura folklórica de la tradición. Con la sonrisa de reptil de su alcaldesa detrás de las nuevas gafas de Apple, divirtiéndose en cada caricia que simula para los dinosaurios en la realidad virtual. Cuando se quite las gafas, los dinosaurios seguirán aquí.