Madres y abuelas ucranianas huyen de los bombardeos de la invasión rusa con sus hijos . Intentan que los más pequeños no sean conscientes de la situación, mientras que los jóvenes se sienten culpables por no estar con sus familiares. Algunas mujeres planean regresar cuando dejen a sus hijos al cuidado de familiares para apoyar a su ejército en la resistencia.
En la estación de tren de Nyugati estos días llegan trenes llenos de familias incompletas. La mayoría de los pasajeros son niños ucranianos que han huido con sus madres o abuelas. A veces, también acompañados por sus mascotas. Sus rostros delatan una gran incertidumbre pero en el andén les esperan trabajadores humanitarios y voluntarios que les ofrecen su amparo.
A Larisa Subyrina le tiemblan las manos mientras utiliza el traductor con su teléfono móvil. No es por el frío que hace en Budapest, tirita de puros nervios. Esta economista de Mariupol viaja con su prima Olga Zymenko, su hijo Misha, y su sobrino Elysey. Los chicos tienen 15 y 10 años. El pequeño sonríe tímido, el mayor está pendiente de Telegram y no abre la boca. Aseguran estar aliviados por estar en una zona segura después de un periplo de cinco días en coche y tren. “Hemos corrido un gran riesgo y nos ha salido bien”, indica Olga.
Olga Zymenko y su hijo Elysey muestran una foto de la última nochevieja en Mariupol. ELISENDA PALLARÉS
Sin embargo, saben que su ciudad sigue asediada y la preocupación por sus seres queridos aumenta cada día. “Somos afortunados por haber conseguido salir. La ciudad lleva días siendo bombardeada, sin electricidad ni agua potable, y no dejan salir a la población civil”, lamenta Subyrina. Trabajadores de Médicos Sin Fronteras constatan que la situación es límite en la ciudad del sureste de Ucrania y que hay personas que mueren debido a la falta de agua y medicinas.
Elena Hrytsenko también ha logrado salir de Ucrania por el punto fronterizo con Hungría de Záhony. Seguirá el viaje en tren con su hijo David, que no llega al año de edad, y su suegra. “Es el primer viaje de mi bebé, ojalá no fuese por este motivo”, exclama sin reprimir las lágrimas. Su marido se ha quedado en Odessa . La separación ha sido obligada. Ellos tienen prohibido salir de Ucrania por la ley marcial que se decretó en el país cuando empezó la invasión rusa el 24 de febrero.
Algunas han emprendido un viaje de ida y vuelta . “Voy a dejar a mi hijo y a tres niños más de unos amigos con mi hermana en Bruselas y regreso a Zaporiyia para apoyar a nuestro ejército, del que estoy muy orgullosa”, explica la abogada Tatyana Tsyaganok . Le horrorizan las imágenes de los bombardeos que ve a través de su móvil y que impide como puede que vean los niños. Pero se muestra convencida de la resistencia ucraniana y advierte que “no vamos a darle a Putin ni un pedazo de nuestra tierra , queremos ser libres”.
Larisa y Olga dudaron durante algunos días sobre si marcharse y dejar a sus padres y maridos. El impacto de un proyectil en una casa vecina decantó la balanza y las empujó a sacar a sus hijos de allí sin más equipaje que una mochila por persona . Tienen un albergue para pasar su primera noche en Budapest pero deben esperar cuatro horas para poder entrar. Deciden coger sus mochilas y salir de la estación para abstraer a los niños del éxodo por unas horas. “Propongo ir a ver el Parlamento”, exclama Larisa.
El Országház está a un cuarto de hora andando. La familia se hace fotos con el edificio de fondo. “Es muy triste ser refugiados y no turistas” , escribe Larisa en su móvil y me lo muestra para que no lo oigan los niños. Se mimetizan con los visitantes que se hacen selfies . El memorándum a la masacre del 25 de octubre de 1965 -que ocurrió durante la revolución húngara contra las políticas impuestas desde la Unión Soviética- los devuelve a la realidad. “En Rusia dicen que nos están liberando. ¿De qué? ¿De nuestra casa, nuestra familia y una vida tranquila?”, se pregunta Larisa.
David duerme en brazos de su abuela en el tren camino a Budapest tras huir de Odessa. ELISENDA PALLARÉS
Cogen sus mochilas y siguen paseando junto al Danubio . Giran a la izquierda para ir a contemplar la católica Basílica de San Esteban. El pequeño Elysey se divierte con todo lo que ve. Ahora se para a tocarle la barriga a una estatua de un policía rechoncho que da buena suerte según la tradición; luego se detiene ante una tienda de souvenirs. Su madre recuerda que estuvieron de vacaciones hace poco en Estambul. Olga tiene 37 años y era encargada en una tienda de electrónica de la cadena El Dorado. Larisa tiene 43 años y era economista en la empresa siderúrgica Metinvest.
Las bombas han dinamitado su cotidianidad . Apenas llevan ropa cómoda y medicinas en su equipaje. Larisa comenta entre risas que no le queda mucha ropa interior limpia. Se lo toman con humor, buen remedio frente a la desesperación.
Hungría se vuelca con los ucranianos
Cerca de 250.000 residentes en Ucrania han llegado a Hungría desde el 24 de febrero según ACNUR. Es el segundo país receptor del éxodo causado por la invasión de Putin, por detrás de Polonia . A diferencia de otras crisis humanitarias, el país gobernado por Viktor Orbán quiere estar a la altura. El primer ministro ha asegurado que sus fronteras estarán abiertas a los solicitantes de asilo . No así el armamento en apoyo a Ucrania, que no podrá pasar por su territorio. El drama ucraniano ha estallado a las puertas de las elecciones generales que se celebrarán el 3 de abril y el líder conservador quiere ser garante de la seguridad nacional.
Tanto en los pasos fronterizos como en las estaciones de Nyugati y Keleti de la capital , miles de voluntarios se han movilizado para recibir a sus vecinos con víveres, ropa de abrigo o juguetes para los más pequeños. Trabajadores de organizaciones como Cruz Roja asesoran a los refugiados ucranios sobre dónde deben dirigirse. Centros escolares con colchones en el suelo sirven estos días de alojamiento temporal para los que acaban de llegar. Y miles de familias ofrecen una habitación en su hogar. “Pensamos que es urgente ayudar a las madres y sus hijos, mañana podemos ser nosotros quienes estemos en su situación”, expone Melinda Palotas, voluntaria de Adra . Un grupo de erasmus españoles también acude cada tarde a repartir alimentos. “Es imposible mantenerse al margen frente a este desastre, queremos ayudar en lo que podamos”, asegura el cordobés David Luque .
A las jóvenes de Kiev Alevtyne Skolzkova y Alice Salnikova la invasión rusa las sorprendió de vacaciones en Budapest. Ahora prestan ayuda a los ucranianos que llegan a la ciudad. ELISENDA PALLARÉS
Una parte de los voluntarios son ucranianos. Es el caso de Alevtyna Skolkova y Alice Salnikova , dos amigas de Kiev a las que la invasión sorprendió de vacaciones en Budapest. “Nuestro primer impulso fue volver para estar con nuestras familias, pero nuestros padres nos han pedido que nos quedemos aquí ”, se resignan. Una familia húngara les acoge temporalmente y pasan 12 horas al día en la estación con un cartel con la bandera de Ucrania para indicar a sus compatriotas que están a su disposición. “Hacemos de traductoras para los que no hablan inglés o húngaro y les escuchamos, que es muy necesario ahora”, expone Alice. Tienen 20 años y prevén retomar sus estudios en Biología en Hungría si el conflicto es duradero.
La mayoría de los refugiados ucranianos que llegan a Budapest quieren seguir su camino hasta otros países donde tiene algún familiar o donde creen que podrán trabajar mientras no se pueda regresar a su país. La compañía ferroviaria MÁV les ofrece billetes gratuitos . “Germany” [Alemania] es el destino que más mencionan. Elena ha decidido seguir su travesía junto a su bebé y su suegra y pasarán la noche en un tren destino a Zúrich para encontrarse con una amiga. Olga se mantiene firme en su decisión de despedirse de su hijo en Bruselas para regresar a Ucrania . Quiere que “tenga un país democrático al que regresar”.
Larisa y Olga dudan. No imaginan su futuro inmediato en Hungría pero se plantean pasar unos días con la esperanza de poder volver para traer a sus madres que no han querido venir con ellas. “Dicen que son demasiado mayores para irse de su casa. Mi padre era ruso pero nuestra vida está en Ucrania ”, afirma Larisa. Ante la falta de noticias de sus seres queridos, al cabo de dos días deciden seguir su camino, tienen una prima en la ciudad portuguesa de Tomar que se ha prestado a acogerles.
Los niños insisten cada día en que quieren volver a casa con sus padres. Sus madres se esfuerzan en reprimir su miedo y tristeza . La invasión rusa les ha sorprendido y la acogida de los húngaros y del resto de europeos les emociona. Larisa es consciente de la fortuna de tener refugio , un derecho que no se reconoce a quienes escapan de otros conflictos: “No nos debían nada, les estaremos siempre agradecidos por ayudarnos”.