Sociedad
Las duras preguntas que plantea la muerte de frío de René Robert
La muerte por hipotermia del fotógrafo René Robert en una concurrida calle de París tras haber sufrido una caída, ha abierto el debate sobre cómo es posible que nadie se acercara a auxiliarlo en nueve horas y cómo se ha normalizado en las grandes ciudades el hecho de aceptar que personas vivan, y mueran, en la intemperie
ANA BASANTA* | ¿Por qué pasamos de largo cuando vemos a alguien en el suelo en la vía pública? El individualismo, la indiferencia y la falta de sensibilidad son algunos de los factores que hacen que apartemos la mirada de una realidad que nos es incómoda. Así lo explican personas consultadas del mundo de la psicología, la sociología, las entidades sociales y la ética a raíz de la muerte del fotógrafo suizo René Robert.
René Robert, que estuvo cincuenta años detrás la cámara retratando a los grandes bailadores y músicos de flamenco, murió la noche del miércoles al jueves en París después de su habitual paseo nocturno por su barrio cerca de la plaza de la República. Cayó, por razones que se desconocen, en la calle de Turbigo y permaneció en la acera durante nueve horas. Cuando avisaron a los servicios de emergencias, ya era demasiado tarde. Había muerto de frío. Tenía 84 años. El primero en pedir ayuda fue, precisamente, una persona sin hogar, preocupada por aquel hombre que permanecía tendido en el suelo.
Prejudicios y desconfianza
Anna Romeu es la presidenta de la Sección de Emergencias del Colegio Oficial de Psicología de Catalunya. Considera que hechos como la muerte de René Robert en estas circunstancias son una muestra del individualismo y de la falta de sensibilidad de la sociedad, especialmente en las grandes ciudades. “En lugares donde hay mucha densidad de población es donde nos encontramos actitudes más impersonales, mientras que en lugares con menos gente, en ambientes rurales, donde las personas dependen más las unas de las otras, es donde normalmente hay más humanidad. Cada vez pasa más esto”.
En el caso del artista, la psicóloga cree que es posible que le hubieran confundido con una persona sin hogar. “Quizás no sabes si esta persona está durmiendo. Nadie se preocupa, nadie se acerca y pueden pasar horas y horas. Es el resultado de esta impersonalidad hacia la que vamos cada vez más”.
Los prejuicios y la desconfianza estarían unidos a esta carencia de humanidad: “Si la gente que pasaba por su lado lo confundió con una persona sin hogar, probablemente tiene que ver con los prejuicios, con el hecho de no acercarse a lo que no es conocido y con la sensación de peligro, que es un prejuicio hacia esa persona”.
Romeu hace una reflexión personal a raíz de este episodio: “Es muy fácil criticar a la gente que pasó por el lado de esta persona durante nueve horas, pero creo que cada cual se tendría que preguntar: ‘¿Qué hubiera hecho yo?’ Y si hubiera parado, ‘¿habría hecho algo o hubiera seguido?’ Creo que la reflexión colectiva es muy fácil, y la reflexión individual es mucho más valiente”.
La responsabilidad del Estado
Desde el Colegio de Profesionales de Ciencia Política y de Sociología de Catalunya, coinciden en que hay una tendencia a la invisibilización de realidades que son incómodas para la mayoría. La socióloga especializada en mediación Glòria García señala que “hay diferentes maneras de expresar aspectos como pueden ser la solidaridad, la cohesión o la preocupación, pero sí que hay elementos básicos, y la ciencia lo tiene estudiado, en ciertas sociedades como pueden ser la francesa o la española, como el hecho de que hay un aumento del individualismo”.
Este comportamiento individualista, explica García, hace que queden desamparadas muchas situaciones de vulnerabilidad y que se estén invisibilizando, como las personas mayores que viven en soledad, las maternidades diversas o el sinhogarismo. “Muchos de estos fenómenos están pasando en soledad. No es gratuito, hay muchos factores que lo explican. Uno de ellos podría ser que hay mucha confianza y delegación en el estado. El ciudadano o la ciudadana puede pensar ‘a mí ya no me hace falta preocuparme ni hacer nada porque ya llegará el estado’ y ‘además, ya pago mis impuestos’”. El incremento del individualismo y de la delegación en el estado hace que, a veces, la sociedad mire hacia otro lado cuando ve escenas que son incómodas.
Otro elemento a tener en cuenta es el del anonimato que da vivir en un ambiente muy urbano, como puede ocurrir en ciudades como París o Barcelona. “No es un contexto reducido como podría ser un pueblo, sino que en las ciudades las identidades se pierden. A René Robert no se le estaba identificando como René Robert, no se le identificaba como a alguien a quien se tenía que prestar apoyo o auxilio. Son situaciones que pasan desde hace años y, en esta en concreto, está el contexto de que estaba en el espacio público, era de noche y era hombre. Hay ciertas cosas que hacen aumentar la percepción de inseguridad, más allá de si los datos delincuenciales lo demuestran”, remarca la socióloga.
Asimismo, la desigualdad puede jugar su papel en este contexto de desconfianza. “Hay alguien que tiene más poder que el resto en cuanto que es capaz de marcar las normas que se tienen que seguir y las hace públicas y obligatorias. El que pone en práctica la norma que ha dictado el poderoso, en términos sociológicos, es el que es normal. El que está fuera, el resto, porque es minoría, porque no quiere seguir la norma o porque delinque, todo este grueso, sería la persona diferente, generalizando. Al normal no le interesa estar en el saco del diferente, no le interesa perturbar la normalidad a la que pertenece”.
«Si es una persona conocida provoca un revuelo muy grande»
La fundación Arrels, que atiende y asesora a personas sin hogar que viven en la ciudad de Barcelona, está familiarizada con las defunciones en la calle de personas anónimas. Para el director de la entidad, Ferran Busquets, la conclusión que se puede extraer a raíz de la muerte de René Robert, es que “si es una persona conocida provoca un revuelo muy grande y si es una persona de calle provoca un revuelo mucho más pequeño”.
Como ejemplo, recuerda el caso de las tres personas sin hogar que fueron asesinadas en abril del 2020 coincidiendo con el inicio de la pandemia de la covid. “Es verdad que hubo ruido, pero si hubieran sido tres vecinos que van a tirar la basura, el revuelo se habría multiplicado por 10.000. La solidaridad, desgraciadamente, es proporcional a cómo creemos que nos puede afectar”.
Así, es más probable que nos sintamos identificadas con una persona que se cae o se marea y a la que nadie ayuda, que con alguien que duerme en la calle: “El caso de René Robert nos impacta más porque nos hubiera podido pasar a nosotros. Yo puedo salir mañana a la calle y me puede pasar lo mismo. Es un tema de cómo valoramos al resto de las personas y de cómo nos sentimos identificadas con la situación. Y si la gente hubiera visto que se trataba de una persona conocida, se hubiera parado”.
Busquets comparte que en la sociedad hay un incremento del individualismo y de la indiferencia y lo relaciona con la desigualdad: “Si hay pobreza es porque hay riqueza y, en el fondo, todo el mundo quiere ser rico”. “Todo el mundo, o casi todo, está de acuerdo en que no haya nadie durmiendo en la calle. La pregunta, para mí, no es si tú quieres que haya gente durmiendo en la calle, sino tú a que estás dispuesto para que no haya nadie en la calle. No es tan bonito implicarse”.
Más allá de la notoriedad del fotógrafo de artistas de la talla de Camarón de la Isla o Paco de Lucía, cada noche hay personas que duermen en la calle en las grandes ciudades y pasan frío en invierno, y a menudo hay desconocimiento y falta de sensibilidad hacia esta situación. “Si París fuera una ciudad en que nadie aceptara que hubiera gente durmiendo en la calle, este señor estaría vivo”.
«El virus de la indiferencia se propaga con mucha facilidad»
El director de la Cátedra Ethos de la Universitat Ramon Llull, Francesc Torralba, destaca que “la muerte del reconocido fotógrafo francés nos invita a reflexionar sobre la indiferencia. La indiferencia es justamente la carencia de ética, es una expresión nítida de nuestro narcisismo e individualismo”.
Para el filósofo y teólogo, “pasar de largo es una obscenidad cotidiana que se repite constantemente en las grandes ciudades. Pasamos de largo de los indigentes, de los pobres, de los sin hogar. Forman parte del paisaje urbano. Vivimos preocupados y acelerados, centrados en nuestros pequeños o grandes problemas. Los otros no interesan”.
“Llama la atención que haya sido un indigente quien haya estado atento hacia el fotógrafo finado”, continúa Torralba. “El virus de la indiferencia se propaga con mucha facilidad por todas partes. No estamos dispuestos a conmovernos por el otro, a perder tiempo, a darle tiempo, a ocuparnos. Cuanto más aumenta la indiferencia hacia los que sufren, más aumenta nuestra mezquindad. La ética es justamente el más opuesto: es descentramiento, apertura, escucha, en definitiva, consiste en no pasar de largo».
¿Qué mensaje se está dando a la juventud?
Una de las alarmas del debate que se ha generado tiene que ver con cómo estamos educando a las nuevas generaciones. Según la psicóloga Anna Romeu, se está poniendo de relieve “el no ayudar, el no preguntar si alguien necesita algo, el ‘no te fijes’ o el ‘pasa de largo porque puede ser un peligro’. Se transmite un mensaje de miedo hacia las personas que no son conocidas en vez de uno de solidaridad”.
Romeu sostiene que “nos hemos ‘desensibilizado’ de según qué escenas y las hemos normalizado. No ponemos atención en el sufrimiento de ver, por ejemplo, a una persona durmiendo en la calle, pero que una persona pase frío y duerma en la calle no es normal”.
Del mismo modo, la socióloga Glòria García expone que “estamos inmersos en esta tendencia al aumento de la individualidad, que tiene cosas buenas y malas. Pero prestemos atención. Miremos las dos caras de la moneda. Tengamos en cuenta las carencias que tiene este escenario y, por lo tanto, sepamos a quién tenemos que reclamar o cómo articular o cómo gestionar estas carencias de este nuevo escenario, que es el aumento de la individualidad”.
El director de Arrels sostiene que, además de la despersonalización y el individualismo, el mensaje que se está transmitiendo a la juventud “es que si eres famoso, tienes derecho a la indignación pública y, si eres una persona anónima, no”. Busquets habla también del “derecho al recuerdo”, y es que la fundación participa con otras entidades en un homenaje anual a las personas sin hogar que han fallecido en Barcelona en el último año. En el acto del pasado 27 de octubre, recordaron a 69 personas, 17 de las cuales murieron en la calle.
*Ana Basanta es periodista y escritora. Licenciada en Historia y Ciencias de la Comunicación. Especializada en temáticas sociales. Autora de los libros Doctor, no voy a rendirme, Días que valieron la pena y Líbano desconocido, entre otros.
Decían que el Covid nos iba a volver más humanos.
En mi opinión ha sido al contrario. El miedo ha vuelto a la gente histérica.
Hasta toser en el transporte público puede ser motivo de hostilidad hoy día. Yo lo he experimentado, como si no se hubiera tosido siempre.
Hemos pasado de aplaudir a los sanitarios a agredirlos.
Que culpa tendrán ellos de que la Sanidad Publica haya jubilado a miles y no contraten nuevos, bien porque la piensan privatizar o porque los recortes a los servicios públicos los destinan al Ministerio de Defensa y en última instancia a la OTAN para que masacre a los pueblos que al capital le convenga.
Y la sociedad en lugar de luchar por los derechos que nos sacan más bien parece un rebaño de borregos histéricos, asustados, en lucha unos con otros.
Tanto miedo, si la vida es un soplo y aquí no se queda nadie.
Es el capitalismo que nos ha vaciado de valores, nos has alienado y de ver tanta violencia que genera este sistema genocida, en lugar de revelarnos hemos pasado a acostumbrarnos a ella, a aceptarla como normal; lo peor es que la gente es adicta al capitalismo/consumismo.
A este sistema le conviene que seamos individualistas. La solidaridad, si lo analizas, ves que es castigada.