Tras la lectura del artículo Las CUP, Torra y la ceguera de Halifax, publicado en este medio y firmado por el compañero Antonio Maestre, creo que es necesaria una profunda reflexión en la izquierda española antes de seguir retirando carnés de izquierdista a miembros de colectivos sociales y partidos que han luchado sin tregua, desde hace muchos años y desde los pueblos y los barrios, contra un sistema que oprime a tantos sectores de la población en Catalunya, en el resto del estado y en todo el mundo. Maestre habla de prioridades en política para demostrar que las CUP han dejado el antifascismo en segundo plano para abrazar el nacionalismo supremacista del nuevo presidente de la Generalitat, Quim Torra. A las CUP, parece decir Maestre, se les cae la careta, antes que de izquierdas, son nacionalistas. No hay que fiarse de ellos. Están tan ciegos como Halifax y han entronizado a un xenófobo identitario.
“Las CUP han hecho posible que un tipo que cree en la superioridad racial e intelectual de algunos catalanes frente los españoles […] sea el nuevo presidente de todos los catalanes”, advierte el autor del artículo. Ante esta afirmación y la exposición de argumentos del texto, parece que la historia tiene pocos matices. Pero los hay, y de calado. Cuando se plantea la cuestión de las prioridades políticas en el caso que nos ocupa se presenta la siguiente dicotomía: o das prioridad al antifascismo o das prioridad al nacionalismo exacerbado. O eres de izquierdas o eres nacionalista. Ya lo dice Alberto Garzón: “no entiendo a los independentistas catalanes que se dicen de izquierdas”. Desde este prisma, al valorar la abstención de las CUP, la conclusión no puede ser otra que la izquierda anticapitalista catalana, cegada por el delirio de una nación independiente, ha perdido el norte y ha abrazado tesis supremacistas. Pero la realidad no es esta. Se puede publicar el titular y el argumento fácil, pero esto no ayuda precisamente al análisis.
El citado artículo obvia una cuestión de muchísima importancia y que, a mi parecer, invalida la comparación de la abstención de las CUP con la ceguera del conservador británico Lord Halifax, que en 1933 relativizó la amenaza del nazismo por compartir con el gobierno de Hitler un enemigo común, el comunismo. Las CUP no han dado carta blanca a Quim Torra. De hecho, cualquier propuesta legislativa que quiera aprobarse en el Parlament de Catalunya debe contar con el apoyo de los diputados de las CUP. Y, además, Torra no ostenta el cargo aupado por sus opiniones sobre los españoles, como si fuera un Trump a la catalana. Cualquier persona que conozca los movimientos sociales en Catalunya sabe que al mínimo gesto o discurso xenófobo realizado desde la presidencia de la Generalitat, la gente saldría a la calle, con las CUP al frente. Nada que ver con la historia de Halifax, porque aquí Torra depende en todo momento de la izquierda anticapitalista, si damos por hecho que contará siempre con el apoyo de ERC, partido del que “alguien de izquierdas” ya no puede esperar nada, según Maestre. Continua el reparto y la retirada de carnés desde la izquierda española.
La prioridad de las CUP no es la investidura de un presidente los textos del cual han causado náuseas a la mayoría de sus integrantes, como se pretende. La prioridad de las CUP, junto a ERC y Junts per Catalunya, es la lucha contra un estado y una mayoría política que tiene fobia a la diversidad existente en su propio territorio. Cierta izquierda española es muy dada a obviar el contexto de absoluta excepcionalidad en el que estamos inmersos para llegar a conclusiones simplistas. Recordemos, si es que debemos recordarlo, que hay gente en la cárcel por organizar un referéndum. Que el legítimo candidato no puede pisar el Parlament porque se lo amenaza con una acusación revanchista que supone treinta años de prisión, como si hubiera tomado el Congreso pistola en mano. Que la justicia española habla de rebelión por una manifestación pacífica. Que se acusa a partidos democráticos de golpistas. Que nos están avasallando. ¿Y os lleváis las manos a la cabeza porque ahora la prioridad de las CUP no es el mantenimiento de la pureza de las tesis de la izquierda sino rebelarse contra la autoridad central de la mano de los que también así lo desean?
No es ceguera, Antonio. Es una cuestión de supervivencia política. No se puede analizar la política catalana y valorar las acciones de los partidos independentistas desde la lógica autonomista. Es entonces cuando surgen los relatos de la Catalunya cuántica de la que tanto se jacta un sector significativo de la izquierda española, junto a la derecha. En Catalunya se está llevando a cabo un proceso revolucionario y pacífico contra el régimen del 78, al que sorprende que la izquierda española (salvo algunas excepciones) no se haya sumado sin complejos. Se quiere fundar una república. Y las repúblicas no son de izquierdas ni de derechas. Al otro lado de los Pirineos tenemos una república muy republicana y ya sabemos quién manda ahora y quién podría mandar en un futuro. Hagamos ficción. Imaginemos que Albert Rivera y Pedro Sanchez se dan un golpe muy fuerte en la cabeza y de repente se hacen republicanos. ¡Abajo la monarquía!, grita Rivera, tras ganar las elecciones. C’s ha quedado en primera posición, PSOE, en segunda, y Podemos, en tercera. Con la suma de los diputados de las tres formaciones se llega a los dos tercios para reformar la constitución e instaurar la tercera república. Eso sí, hay que formar gobierno con C’s y PSOE, y la presidencia debe ser para el candidato con más votos, Albert Rivera. ¿Desde la pureza izquierdista deberíamos exigir a Podemos que no facilitara la proclamación de la república para mantenerse fieles a sus postulados y no apoyar al candidato de la derecha neoliberal? Sería un acto de pureza tan valioso, que de tan pura a la izquierda no la volvería a votar nadie, jamás.
Las comparaciones, más cuando se basan en meras especulaciones, siempre carecen de exactitud. Catalunya, por su parte, no está a punto de proclamar una república viable porque sigue atrapada en el callejón del 78, los inquilinos del cual no reconocen ni reconocerán jamás su derecho a decidir libremente su relación política con el estado. El bloqueo es de magnitudes históricas y la cuestión va para largo, a la espera de conocer sentencias de cárcel y de ver como representantes electos deben permanecer décadas o el resto de sus vidas lejos de casa para no caer en manos de una justicia profundamente injusta. Precisamente, porque la lucha es larga y la solidaridad entre pueblos es siempre necesaria, la izquierda española debería hacer una profunda reflexión sobre el rol que está teniendo en la crisis catalana. La izquierda catalana favorable a una república es principalmente independentista, no nacionalista. El matiz, pasado por alto constantemente, vuelve a ser importante. La identidad, el etnicismo, la xenofobia, no forman parte del discurso habitual de la izquierda catalana, ni en los atriles ni en las conversaciones de bar. La mayoría de catalanes tenemos padres o abuelos de otras regiones del estado y defender este tipo de discursos propios de los años 30 sería tanto como negar nuestras raíces. ¿Qué hay tan aberrante en el deseo de una república catalana desde la perspectiva de la izquierda española? ¿Qué tan incompatibles son los dos proyectos republicanos, el español y el catalán?
Concluye Maestre que la ceguera de Halifax era el comunismo y que la de las CUP es España. Y me pregunto yo si no será la ceguera de la izquierda española (que a días parece compartir enemigo con la derecha española) la república catalana.