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Camboya y Tailandia: cuando las fronteras son historia viva

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Análisis | Internacional

Camboya y Tailandia: cuando las fronteras son historia viva

El conflicto territorial entre ambos países se remonta a más de un siglo, a los tratados coloniales firmados entre Francia y Siam. Este año ha vuelto a estallar en combates armados y ataques aéreos con decenas de muertos y miles de desplazados. La paz firmada tras el enfrentamiento es aún muy débil.

Un refugiado camboyano camina en un complejo de pagodas en la provincia de Banteay Meanchey (Camboya), el 30 de julio de 2025. KIMLONG MENG / NURPHOTO / REUTERS
Laura Fernández Morena
15 agosto 2025 Una lectura de 7 minutos
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Se trata de un conflicto que nadie vio venir… pero que todos temían. En mayo de 2025 la frontera entre Camboya y Tailandia volvió a estallar. Aunque las tensiones territoriales han sido una constante silenciosa desde hace décadas, nadie predijo la magnitud de esta nueva escalada. En pocas semanas, lo que comenzó con un cruce de declaraciones y tropas en zonas rurales se convirtió en un conflicto armado con decenas de muertos, miles de desplazados y un daño profundo al tejido social y cultural de Camboya.

La raíz no es nueva. La frontera fue definida por tratados coloniales entre Francia y Siam (en 1904 y 1907) dejando zonas grises que nunca se resolvieron del todo. En 1962 y 2013, la Corte Internacional de Justicia reconoció la soberanía camboyana sobre el templo de Preah Vihear, pero sin resolver del todo las áreas colindantes. Hoy, esas ambigüedades regresan como llamas, alimentadas por nacionalismos, intereses energéticos y geopolíticos y narrativas bélicas.

La ofensiva de las narrativas: diplomacia vs. desinformación

En 2025, tras más de una década sin choques de gran escala desde los enfrentamientos de 2011 en torno a Preah Vihear, la tensión fronteriza volvió a estallar el 28 de mayo, cuando un soldado camboyano murió cerca del “Triángulo Esmeralda” en un incidente que Tailandia calificó de defensa y Camboya de provocación por incursión militar.

El 2 de junio, el primer ministro Hun Manet anunció que Camboya había presentado ante la Corte Internacional de Justicia una demanda para resolver el estatus de Ta Moan Thom, Ta Moan Tauch, Ta Krabei y Mom Bei; Bangkok rechazó la jurisdicción y reafirmó su soberanía. También a principios de junio, se filtra una llamada privada entre Paetongtarn Shinawatra (primera ministra de Tailandia, suspendida posteriormente) y Hun Sen (presidente del Senado, padre del actual primer ministro y hombre fuerte de Camboya durante más de 30 años). La conversación incluye críticas al ejército tailandés (las Fuerzas Armadas Reales de Tailandia) como obstáculo político. La filtración provoca protestas masivas en Bangkok y la suspensión de Shinawatra el 1 de julio por parte del Tribunal Constitucional de Tailandia.

Entre el 22 y el 24 de junio, ambos países cerraron su frontera: Tailandia alegó motivos de seguridad y lucha contra el crimen transfronterizo, mientras Camboya afirmó que respondía a medidas previas de Bangkok. A finales de junio y durante julio, se intensificó el despliegue militar con la construcción de infraestructuras, fortificaciones y movimiento de artillería en zonas clave como Chong Bok (punto fronterizo entre la provincia tailandesa de Ubon Ratchathani y la camboyana de Preah Vihear) y el área del templo Ta Muen Thom.

El 23 de julio, un soldado tailandés resultó herido por una mina antipersona en la frontera, lo que llevó a Tailandia a retirar a su embajador en Phnom Penh (capital de Camboya) y expulsar al enviado camboyano, acusando a su vecino de violar el Tratado de Ottawa (que prohíbe las minas antipersona), acusación que Camboya negó pidiendo investigaciones internacionales. La situación escaló los días 24 y 25 de julio, cuando aviones F-16 y artillería tailandesa atacaron áreas alrededor del templo Preah Vihear (Patrimonio de la Humanidad de la UNESCO situado en territorio camboyano), lo que se interpretó en Camboya como un ataque cultural y un intento de “borrado histórico”, en palabras del rapero Vannda (figura muy popular e influyente en el país).

Al mismo tiempo, se lanzaron acusaciones de uso de gas venenoso mediante drones, sin pruebas verificadas. La guerra digital amplificó la crisis con la circulación de imágenes y afirmaciones no confirmadas de un país contra el otro, hasta que el 28 de julio, tras una mediación regional, ambos gobiernos acordaron y anunciaron un alto el fuego “inmediato e incondicional”, aunque las acusaciones posteriores de violaciones (que continúan hasta hoy) evidencian que el litigio, anclado en la soberanía, la memoria y las disputas históricas, sigue lejos de resolverse.

El drama humano: los desplazados de siempre

Más de 168.000 personas han sido evacuadas de seis provincias camboyanas. La mayoría huyó a pie, con lo puesto. Muchas de ellas por segunda vez en sus vidas. Ancianos que sobrevivieron al genocidio de los jemeres rojos en la década de 1970 hoy pasan las noches en campamentos improvisados en la jungla, expuestos a la intemperie y con recursos limitados.

Desde Tailandia, más de 30.000 trabajadores migrantes camboyanos regresaron abruptamente tras denuncias de xenofobia, detenciones arbitrarias y ataques. El gobierno camboyano activó un plan de emergencia: eliminó restricciones internas, facilitó el cambio de divisas y ofreció más de 230.000 puestos de trabajo.

La solidaridad ciudadana no tardó en llegar. Influencers como Think with PingAnn usaron sus plataformas para coordinar donaciones, distribuir medicinas, ropa y juguetes, y exigir justicia. “Estamos haciendo todo lo que podemos con nuestras voces, dinero y plataformas. He entregado kits de emergencia a campamentos con miles de mujeres y niños. No es caridad. Es resistencia”, ha asegurado el influencer a La Marea.

Las pérdidas combinadas podrían superar los 60.000 millones de baht (unos 1.540 millones de euros), y para Camboya, una crisis prolongada que podría costar más del 1% de su PIB.

En paralelo, el país ha roto sus lazos digitales con Tailandia: desde junio dejó de comprarle ancho de banda y redirigió todo el tráfico internacional por otras rutas. También prohibió productos de consumo, películas y telenovelas tailandesas, e incluso algunas cadenas de supermercados. En redes sociales, visitar estos comercios comenzó a verse como un acto de complicidad con el vecino, aunque quienes trabajaban allí fueran, en su mayoría, jóvenes de pueblos cercanos intentando costear sus estudios. La guerra, queda claro, se libra también en la esfera cultural y cotidiana.

¿Paz o tregua?

El alto el fuego del 28 de julio de 2025, mediado por Malasia, que preside la Asociación de Naciones del Sudeste Asiático (ASEAN), con apoyo de EE. UU. y China, reunió a los primeros ministros Hun Manet (Camboya) y Phumtham Wechayachai (Tailandia) para pactar un cese “inmediato e incondicional”. Pero la tregua nació frágil: Camboya acusa al ejército tailandés de actuar por su cuenta y seguir atacando. El 4 de agosto denunció una incursión en An Ses, con la instalación de alambre de espino, y ese mismo día tres soldados tailandeses resultaron heridos por una mina en una zona disputada.

Además, a principios de agosto circuló un controvertido informe que acusaba a Tailandia de planear un ataque con misiles GPS dirigido contra el presidente del Senado Hun Sen y su hijo, el primer ministro camboyano. Estas acusaciones fueron rápidamente rechazadas por las autoridades tailandesas, y desde Camboya se hizo un llamado a medios de comunicación y ciudadanía para actuar con cautela y responsabilidad, advirtiendo que la difusión de narrativas no verificadas pone en riesgo la estabilidad de una paz que sigue siendo muy débil. La desconfianza es total.

Por añadidura, el asunto de los prisioneros agrava la tensión: Tailandia devolvió a dos soldados camboyanos heridos, pero retiene a 18, considerados “prisioneros de guerra”; Camboya exige su liberación inmediata, mientras el Comité Internacional de la Cruz Roja (CICR) confirma su buen estado de salud.

El regreso de los desplazados sigue bajo amenaza por las 1.549 bombas aéreas de conflictos anteriores halladas en Oddar Meanchey, entre ellas seis MK-84 activas, posiblemente fabricadas bajo licencia israelí. CMAC y agencias internacionales trabajan en su limpieza.

Mientras tanto, Camboya proponía a Donald Trump al Nobel de la Paz, generando un gran debate: muchos ven en el primer ministro malasio, Anwar Ibrahim, al verdadero artífice de la mediación. Y en el corazón del litigio, el templo de Preah Vihear yace parcialmente destruido, convertido en símbolo de una diplomacia en ruinas.

¿Y ahora qué?

Este conflicto ha dejado lecciones dolorosas. Primero, que los mapas son armas si no se trazan con justicia. Segundo, que los templos pueden convertirse en trincheras. Y tercero, que la paz no se firma solo con diplomacia: se construye con verdad, memoria y reparación.

Las armas pueden callar, sí. Pero las heridas seguirán sangrando si no se reconocen las pérdidas, si no se escucha a quienes duermen bajo plásticos en Banteay Meanchey y si no se reconoce que Camboya, una vez más, ha puesto los muertos sin tener los micrófonos.

El reto ahora es que la diplomacia no falle. Porque si esta guerra vuelve, no será solo por territorio. Será porque el mundo no escuchó lo suficiente.


Este reportaje ha contado con la ayuda del traductor local Roeurt Soeurt.

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