Cultura | Preguntas Humanas
Belén Funes: “Cuantos más cineastas haya que sepan lo que es pagar un alquiler, más historias que cuenten los problemas de vivienda habrá”
La directora estrena su nueva película, ‘Los Tortuga’. Un filme con múltiples lecturas, todas ellas complementarias: problemas de vivienda, migración o duelo.
Cuenta la directora de cine Belén Funes que el título de su nueva película, Los Tortuga, proviene de esas personas que, sobre todo en las décadas de los 60, 70 y durante las Olimpiadas del 92, migraron desde Andalucía a ciudades del norte como Barcelona. Se les conocía así porque cargaban con todas sus pertenencias: aunque dejaban el corazón en su tierra, había pocas posibilidades de que volvieran. Una nueva cinta en la que, igual que sucedió con La hija de un ladrón –con la que ganó el Premio Goya a Mejor Dirección Novel–, hay mucha crítica social y relaciones familiares.
Las protagonistas son Delia y Anabel, madre e hija. La primera, una chilena que vive en Barcelona trabajando de taxista y, la segunda, una joven con raíces paternas en Andalucía que comienza con mucha ilusión sus estudios en Comunicación Audiovisual. Todo irá más o menos bien hasta que reciben una carta de un fondo buitre en la que se les anuncia que las van a echar de su vivienda: a partir de ahí deberán encontrar otro techo en una urbe en la que, en esas condiciones, es casi imposible. Una realidad a la que se deberán enfrentar mientras cargan con el duelo por su marido y padre recién muerto.
Con estos ingredientes, Belén Funes crea una película con múltiples lecturas, todas ellas complementarias: problemas de vivienda, migración o duelo son solo algunas de ellas. En La Marea hemos hablado con la directora sobre estos temas y sobre cómo el cine se ha convertido en un arte en el que la economía ha desparecido. En palabras de Funes: “Yo veo muchas películas en las que no sabemos de qué trabajan los personajes o cómo han pagado un piso enorme en el centro de una ciudad. En muchas otras tampoco cómo comen o cómo hacen para coger taxis todo el rato. Ha desaparecido tanto la economía del cine que se ha desnaturalizado”.
¿Quiénes son esos tortuga que dan título a la película?
Ser un tortuga era algo que yo había oído de la gente del pueblo, algo que ha formado parte más de la tradición oral que escrita, y que tiene que ver mucho con mi padre. Él vivía en Jaén y siendo un chaval se fue a vivir a Barcelona. En los 60, 70 y luego en el 92 con las Olimpiadas, se produjo un gran éxodo desde Andalucía hacia las ciudades del norte. Los tortuga fueron esa gente que cargó con toda su vida a las espaldas sin saber si iba a volver. Un viaje que se hacía para buscar una vida mejor, pero en contra de lo que les pedía el corazón.
«Los tortuga fueron esa gente que cargó con toda su vida a las espaldas sin saber si iba a volver. Un viaje que se hacía para buscar una vida mejor, pero en contra de lo que les pedía el corazón».
En el caso de su película, la migración es doble: desde Chile y Jaén a Barcelona. ¿Por qué contarla así?
Me gustaba la idea de internacionalizar los procesos migratorios para hacer la peli más grande. Por ello, Delia, la protagonista, es una chilena viviendo en Barcelona: una ciudad que no la admite, pero a la vez no puede volver al Chile del que salió porque le queda poco allí. Me conmovía mucho imaginar un personaje así, perdida entre dos mundos. Este juego me permitía hablar de más migraciones, no solo la española, como la que vive su hija.
Una migración que aborda de manera diferente a como se suele hacer en el cine: aquí la protagonista está adaptada, tiene amigas, un trabajo.
Para que una película sea dramática no es necesario que esté rodeada de infinitos elementos malos. Por ello, sentía que no había que darle a Delia más problemas, sino que fuera una persona con amigas, disfrutona, que le gustara bailar, un cuerpo deseante, etc. Los relatos de inmigración suelen ser de poca adaptabilidad, pero lo que he visto a mi alrededor es lo contrario. Por eso ellas tienen un universo que las sostiene y una familia en Jaén que es súper comprensiva.
Uno de esos dramas que sufren las protagonistas es el desahucio. ¿Se puede hacer una película realista hoy en día sin tener en cuenta la crisis de vivienda?
A mí me resultaría muy difícil hacer una película sobre Barcelona en estos años en la que no hubiera un problema de vivienda. Por ello, si no hubiera este conflicto, para mí estaría blanqueando la situación. Parece una ciudad muy moderna y cosmopolita de cara a la galería, pero en el fondo es un lugar muy complicado para vivir. Para pagar una casa, la gente destina alrededor de un 80-85% de su sueldo. Conseguir un piso en esta ciudad siendo madre soltera es una aventura. Si encima se es inmigrante, estás jodida. Y si no tienes nómina, olvídate, no va a pasar.
«Me resultaría muy difícil hacer una película sobre Barcelona en estos años en la que no hubiera un problema de vivienda. Parece una ciudad muy moderna y cosmopolita de cara a la galería, pero en el fondo es un lugar muy complicado para vivir».
Una realidad que tiene quizá su punto álgido cuando las protagonistas van a ver una casa para alquilarla: se cruzan con las inquilinas que van a ser desahuciadas.
Esta es una práctica que llevan a cabo las inmobiliarias. Enseñan los pisos con la familia dentro. Mi primo se estaba comprando una casa y le dijeron que se lo iban a enseñar con el “bicho” dentro. Así llaman a las personas que van a desahuciar. Esto lo hacen porque están hechos de la materia de la que está hecho el infierno.
¿Quedan muchas películas por escribir que cuenten la realidad social que estamos atravesando en cuanto al tema de la vivienda?
Quedan muchas. Y cuantos más cineastas haya que sepan lo que es pagar un alquiler, más historias que cuenten los problemas de vivienda habrá. Ese es el gran relevo generacional. No solo con cuestiones de vivienda. En mi caso, cuando escribo una película, tengo un Excel con cada personaje para saber cuánto dinero tiene, en qué lo gasta y cuánto le queda a final de mes. Esto lo hago para saber cómo viven.
Sin embargo, yo veo muchas películas en las que no sabemos de qué trabajan los personajes o no sabemos cómo han pagado un piso enorme en el centro de una ciudad. En muchas otras no sabemos cómo comen o cómo hacen para coger taxis todo el rato. Ha desaparecido tanto la economía del cine que se ha desnaturalizado. Igualmente, creo que hay muchos cineastas que están cambiando esto.
«Veo muchas películas en las que no sabemos de qué trabajan los personajes o no sabemos cómo han pagado un piso enorme en el centro de una ciudad».
Otro de los temas que atraviesa la película y a las protagonistas es el duelo por el marido/padre muerto. Un dolor que se narra desde dos formas de afrontarlo muy diferentes.
Son dos perspectivas muy diferentes porque son dos generaciones muy diferentes. La generación de la madre es la de mujeres que tienen unos 50 años y que, según lo que yo creo, han sido educadas para ser torres, es decir, eso que no cae nunca, a la que nunca le puede la fragilidad, que se enfocan en lo práctico, etc.
Sin embargo, Anabel le está diciendo a la generación predecesora que compartir los momentos malos es una forma de conectar, que la colectividad es la única forma de sanar las cosas. Por eso tenemos mucho que aprender de los jóvenes; algo que quería reivindicar también con la película. Parece que la gente joven solo representa en el cine la mediocridad. Y para nada es así.
Aun así, es una película en la que gobiernan los silencios.
Doy vueltas alrededor del conflicto sin nombrarlo. Algo que es muy Funes. El nivel de comunicación es a través del silencio.
Esto hace que sea una cinta narrada indirectamente, desde lo que se calla más que desde lo que se dice. Desde lo que se intuye.
Es una película que no cree en la palabra. De hecho, hay mucha narrativa inventada. En este espacio los protagonistas son los mejores. Sin embargo, en hablar en profundidad del tema no. Se cree más en la mirada, en el gesto o en el silencio, que en la palabra.
«La hija le dice a su madre, a la generación predecesora, que compartir los momentos malos es una forma de conectar, que la colectividad es la única forma de sanar las cosas».
Algo que hace que, sobre todo las actrices protagonistas, tengan mucho peso en la película. ¿Podría decirse que es una cinta de actrices?
Yo creo que sí. Es un rodaje que estuvo muy acomodado a los actores y no al revés. En general me gusta que sea así. Además, en esta película había muchas personas que actuaban por primera vez: los de Jaén son todos agricultores y las de Barcelona taxistas.
Lo que hacía muy complicado que cada personaje no tuviera un color diferente. Hemos intentado hacer un ejercicio de coherencia, pero para eso hemos tenido que poner el trabajo de los actores en el centro y que todo gire en torno a ellos. Cuando la veo montada, creo que el alma son ellos.