Continuamente se nos advierte, para que estemos prevenidos, de que Rusia y los «enemigos de Europa» están dispuestos a trabajar a favor de la intoxicación informativa. Noticias falsas o tendenciosas, bulos, medias verdades… desinformación, en definitiva, que confunda y dé alas a la desafección, que debilite las instituciones y que condicione el voto.
En la antesala de las elecciones al Parlamento Europeo, las cuales ya están cerca, esta advertencia debe ser interpretada como que las críticas al denominado proyecto europeo podrían ser interpretadas como entregar munición al adversario, que, sin el menor escrúpulo, va a utilizar. La consigna del statu quo es contundente: cerremos filas para reivindicar más Europa, aunque ello se traduzca, como ya está sucediendo, en un significativo aumento del gasto militar; aunque la Europa actual se haya convertido en un engranaje más de la política agresiva de la Organización del Tratado del Atlántico Norte y de Estados Unidos; aunque la Europa realmente existente nada tenga que ver con la Europa social y solidaria que se nos prometió.
No tengo ninguna duda de que en la refriega política y electoral en la que estamos inmersos casi de manera permanente todo vale; los debates de fondo, los que afectan a las mayorías sociales, ni están ni se les espera. Las redes sociales, el principal altavoz del que disponen los que están instalados en estas prácticas y la principal vía de información de la gente, ganan protagonismo.
Pero no se trata sólo de las redes sociales. ¿Y la prensa supuestamente seria? Me pregunto dónde se encuentra ese raro espécimen. Un ejemplo, entre otros muchos. Leyendo una edición reciente de El País encuentro la siguiente cabecera: «Guerra entre Israel y Gaza»; a continuación, un texto en el que se ofrecen al lector los acontecimientos más recientes de esa supuesta guerra.
El mensaje es claro como el agua y no debe pasarnos desapercibido: hay una guerra entre dos Estados o entre dos territorios que justificaría ese titular equidistante y tramposo. Porque, ¿Gaza está en guerra con Israel o más bien este país y su ejército, uno de los más potentes del mundo, está cometiendo una brutal masacre, un genocidio, contra la indefensa población gazatí? Población que, no olvidemos, desde hace décadas ha estado sufriendo un cerco y un continuo hostigamiento por parte del ejército de Israel y que ha visto cómo los colonos de ese país se han apoderado, con el apoyo de ese ejército y vulnerando continuamente los tratados internacionales, de una parte importante de su territorio. Gaza era y es una inmensa cárcel.
¿Acaso, con ese y otros titulares y textos que encontramos en la prensa seria, no estamos ante una burda y cruel falsificación de la realidad? Así lo pienso. De esta manera, esos medios de comunicación están creando continuamente opinión pública, en este caso a golpe de titulares que cuelan el mensaje de que no estamos asistiendo a una invasión de Gaza por Israel, sino a una guerra donde hay dos contendientes que comparten responsabilidad, tanto en su desencadenamiento como en su eventual finalización.
En esas estamos. Entretanto, el genocidio avanza; son ya decenas de miles -imposible disponer de una evaluación precisa- los asesinados; los que no matan las bombas y los disparos, mueren por el hambre y la enfermedad. Escuelas, hospitales, edificios, infraestructuras básicas… todo destruido. La estrategia de la aniquilación.
La denominada comunidad internacional se mueve entre el apoyo descarado a Israel -que continúa recibiendo armas de Estados Unidos, Alemania y de otros países europeos-, las declaraciones más o menos protocolarias de algunos gobiernos (el nuestro, por ejemplo) y de diversas instituciones, que no detienen la invasión, pero si levantan una cortina de humo detrás de la cual tan sólo encuentro toneladas de hipocresía e inacción. ¿Y la calle? Hay manifestaciones, algunas muy numerosas, y más recientemente las todavía incipientes protestas de nuestros universitarios. Todo ello insuficiente. ¿No deberían movilizar los sindicatos a los trabajadores?
A estas alturas, con la enorme tristeza y angustia del que, desde la distancia, ve que el genocidio avanza implacable, sólo me pregunto una cosa ¿dónde están las medidas concretas contra Israel? La respuesta es: no existen.