Portada de Sapukái . HOJA DE LATA
Los hombres y mujeres de aquel tiempo se dividieron: los ingleses eran dioses / los ingleses eran demonios. Los que los quisieron dioses argumentaron que antes de La Forestal no había trabajo, ni casas, ni un «vale por un kilo de carne», esas monedas con las que hacer cola una vez por mes en las proveedurías. Los que los vislumbraron demonios, entendieron desde un principio el final de la historia: después de explotarnos, a nosotros y al quebracho, y cuando ya no queda nada que explotar, se irán en busca de otros destinos todavía vírgenes… Efectivamente, tras el quebracho sudamericano se fueron tras la mimosa africana .
Dicen los que saben, que los demonios talaron el 90 por ciento de aquel patrimonio argentino, que con tanto beneplácito entregaron los políticos corruptos e incapaces de aquella época, y que el proceso de desertificación y de catástrofe ecológica que dejaron se calcula en unos 3.000 millones de dólares. Tras el paso de los ingleses, lo que había sido un conjunto de bosques y selvas con árboles que tardaron cientos de años en hacerse descomunales, quedó en un paisaje, tan espacioso como una Barcelona y media, con troncos cortados al ras, inundaciones constantes y plagas a la orden del día.
Sin contar la historia de los levantamientos sindicales, que trajeron masacres para los manuales valientes de la Historia. Sin contar las historias de amor y desamor, de crímenes y de misterios, y los exagerados días de Sapukái, el personaje protagonista de mi nueva novela que le da título, inspirado en Pascual Ortiz. No cuento todo esto porque lo cuento en la novela. Mi bisabuelo fantasma y yo, los invitamos a leerla.