Pedro Almodóvar me convoca a las cuatro de la tarde de un Viernes Santo para charlar a través de Zoom sobre su libro más reciente, El último sueño. Después de habérmelo leído un par de veces –y de haberlo gozado muchísimo–, me hace ilusión hablar con Almodóvar un Viernes Santo, solo un año después de que él escribiera una deliciosa crónica del tedio durante una tarde de Jueves Santo, una Memoria de un día vacío, que también se incluye en esta colección de relatos. Alimento mi vanidad pensando que he salvado, durante algo más de una hora, a Pedro Almodóvar del aburrimiento de la Semana Santa. Y empezamos a hablar. Y me entrego a escucharle y a dejarme embaucar por sus historias, que él cuenta igual de bien sobre el papel, en una película o en cualquier charla relajada. Esto no es una entrevista. Esto es una muestra más del enorme talento de Pedro Almodóvar para la narración oral. Yo no soy un periodista; yo vuelvo a ser un adolescente embelesado.
La primera pregunta que te quiero hacer es por qué no has firmado este libro como Pedro Almodóvar Caballero. Porque hay un texto que firmas así –El último sueño– y creo que hubiera sido lo justo, no solo porque es una crónica de orfandad que escribes al día siguiente de la muerte de tu madre, sino porque hay mucho de ella en tus relatos. De esa memoria que conservas de tu madre, leyendo en voz alta las cartas a las vecinas del pueblo e inventándose algunos pasajes para felicidad de las oyentes.
Hubiera sido un buen homenaje. Es verdad. Me lo dices tarde porque ya están impresos. Para diferenciarme del Pedro Almodóvar cineasta hubiera sido gracioso.
Como creador tienes ese don, el de inventar a través de palabras de otros. En casi todos los relatos aparece gente que lee o que habla a través de las demás.
Siempre hay historias dentro de las historias; no es una cuestión que yo haya hecho deliberadamente, ni conscientemente, ni como parte del estilo, sino que mi modo de fabular me lleva siempre ahí. De hecho, mi primer recuerdo como fabulador es muy lorquiano. Yo tendría nueve años en esa época. Mi hermana asistía a clases de corte y confección en el pueblo. Entonces yo iba al cine con mis hermanas, ellas sabían perfectamente lo que veíamos, porque lo veíamos los tres juntos, pero había una cosa que les divertía mucho y era que yo les contara la película después de verla. A veces, en casa, pero muchas veces iba a ver a mi hermana a la clase de costura, que en verano se hacía en un patio. Allí estaba la maestra con un montón de adolescentes enseñándoles a coser y me preguntaban por la última película que hubiera visto. Y yo les contaba la película y me enardecía tanto el hecho de contársela que la iba aumentando y me inventaba una que tenía que ver con la que había visto, pero la mitad era invención mía.
Y ahora, ¿cómo recuerdas esas películas? ¿Cómo las viste o cómo las contaste?
Bueno, en mi cine hay un momento en que ya solo son guiones, guiones que se convierten en películas. Y no cuento nada antes. En otra época, en los 80, sí eran películas que antes de abordar o durante el abordaje del guion yo ya les contaba a los amigos o a la gente que me rodeaba de qué iban, de qué iban a tratar. Yo trabajaba en ese momento en la Telefónica, en el lugar más separado del centro de la ambición administrativa, porque yo allí no quería prosperar. Entonces les pedí a mis superiores que me desterraran a un lugar donde no hubiese gente ambiciosa administrativamente hablando, y me mandaron a un almacén donde el único administrativo era yo y lo demás era personal del almacén, con lo que evidentemente les demostraba que yo no quería llegar a más en la Telefónica.
Recuerdo contarles las primeras peripecias que se me iban ocurriendo en mis guiones a aquellos mozos de almacén. Ellos eran muy masculinos y muy brutos, en el mejor y en el peor sentido. Pensaban que les estaba gastando una broma y uno de esos días –porque yo escribía durante el trabajo, acababa mi tarea pronto y escribía– se me ocurrió la canción de Te quiero porque eres sucia y se la recité a ellos. No podía imaginar que unos meses después les diría: “Podéis ir al cine Peñalver a ver la película”. Y se quedaron patidifusos cuando vieron que lo que les estaba contando como una futura película era una película de verdad, con muchos defectos, claro, pero de verdad. Pepi, Luci y Bom. No dieron crédito, se quedaron pasmados.
Hablando de ambición, ¿tú sientes que has vivido una ambición distinta con el cine y con la literatura?
Sí, al principio quería ser escritor. Después el cine es el que me posee y me dedico a ello. Un poco también porque yo era como esas actrices cómicas que admiran muchísimo a las actrices dramáticas porque creen que ellas no están hechas para eso, y las admiran incluso en exceso, porque las cómicas tienen muy fácil hacer drama. Yo me sentía así, con ese complejo de inferioridad con respecto a los escritores y pensaba que no tenía el talento suficiente para convertirme en escritor de verdad. […]
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