¿Cabe valorar las medidas anunciadas en el Congreso por Pedro Sánchez como un cambio de orientación en la política llevada a cabo por el gobierno de coalición? ¿Están a la altura de la situación de emergencia que estamos viviendo? ¿La hoja de ruta del Gobierno apunta decididamente hacia la izquierda? Me gustaría que la respuesta a estas preguntas fuera un sí rotundo, pero, en mi opinión, las medidas puestas sobre la mesa, siendo positivas, son claramente insuficientes.
En lo positivo, ha puesto sobre la mesa actuaciones -de las que hasta ahora sólo se hablaba de manera retórica, sin que se adoptara ninguna medida relevante al respecto- encaminadas a que en la lucha contra la inflación paguen más los que más tienen; se aborde, en definitiva, con un criterio de justicia social. En este sentido, los impuestos extraordinarios sobre los grandes bancos y empresas energéticas constituyen una buena noticia.
Hay que valorar asimismo de manera positiva que, frente al mantra de las derechas de que hay que bajar los impuestos (no sólo para atajar la inflación sino, en términos más generales, para salir de la crisis y para que la economía funcione bien), el gobierno proponga aumentar los que tiene que pagar el oligopolio energético y bancario. Detrás de los planteamientos defendidos desde las derechas de bajar con carácter general los impuestos hay una estrategia de debilitar, y si es posible, desmantelar las políticas redistributivas del Estado, privarle de recursos y legitimidad con la indisimulada pretensión de que los mercados entren a saco, como ya lo están haciendo, en el sector social público. En esa dinámica es imposible que las izquierdas amplíen su base social y electoral.
Pero esos impuestos, por los que se prevé recaudar unos 7.000 millones de euros, se aplicarán con carácter excepcional, por lo que se supone que, una vez superada esta excepcionalidad, si es que se consigue superar una situación que a día de hoy es cada vez más crítica, las aguas volverán a su cauce.
Y el cauce habitual por donde, desgraciadamente, transita nuestra economía -y el conjunto del mundo capitalista- pasa por el restablecimiento de los privilegios de las corporaciones, volver a la implacable lógica de los mercados. La misma lógica que está permitiendo que sus ejecutivos y principales directivos reciban retribuciones obscenas, que los grandes accionistas se embolsen cuantiosos dividendos, que las farmacéuticas estén haciendo, con dinero público, un formidable negocio con la pandemia, que, aprovechando el desorden y la escasez provocada por la guerra y la interrupción de las cadenas globales de suministro, las empresas que disponen de un considerable poder de mercado -¡ay, la gran mentira de la competencia perfecta!- hayan aprovechado para aumentar sus márgenes de beneficio, siendo responsables, en consecuencia, de la espiral inflacionista. ¿Volver a esta normalidad? Esa parece que es la voluntad manifestada por el presidente del Gobierno.
Asistimos otra vez a la tibieza e inconsistencia -una de cal y otra de arena- a las que este Gobierno nos tiene acostumbrados. ¿Giro a la izquierda? Esto es lo que se desprende de las declaraciones de los responsables de Unidas Podemos; no sólo proclaman que este viraje se ha producido, sino que ellos lo han propiciado; triple salto mortal dialéctico para justificar su presencia en el Gobierno, sin que, sin embargo, muestren la mínima disposición a realizar una valoración de las insuficiencias y contradicciones llevadas a cabo por el mismo. Me parece que celebrar que el Gobierno se ha situado, por fin, en un espacio claramente de izquierdas son palabras mayores, es ir demasiado lejos.
Es imposible pasar por alto que en la misma sesión que Pedro Sánchez ha anunciado que aumentará, de manera excepcional y limitada, los impuestos sobre las empresas que conforman el oligopolio bancario y energético, ha justificado otra vez la necesidad de aumentar el gasto militar; en el colmo de la indecencia, ha comparado la situación de Ucrania con el aislamiento y el boicot llevado a cabo por las “democracias occidentales” contra la República española en guerra contra el fascismo. Y de nuevo se ha felicitado por haber acogido la cumbre de la OTAN en Madrid, que nos alinea de manera rotunda con la política militarista de Estados Unidos y de esta organización. Las consecuencias de ese alineamiento son enormes y de gran calado. Nos priva de recursos que necesitamos para luchar contra la inflación y para enfrentar la emergencia social y climática; y también se lleva por delante la agenda estructural que supuestamente quería promover la Unión Europea.
Es evidente que con estos impuestos excepcionales aumentarán los recursos del Estado y, en consecuencia, contribuirán a fortalecer en alguna medida la capacidad redistributiva de las administraciones públicas. Pero, como he señalado antes, Pedro Sánchez ha dejado claro su carácter transitorio y excepcional. Este no es el mensaje correcto, no es el que se corresponde con la situación de emergencia que estamos viviendo, ni el que cabe esperar de un Gobierno de izquierdas. La reducción sustancial de la desigualdad, que ha alcanzado valores extremos y está cada vez más enquistada, la lucha contra el cambio climático, que está muy cerca de situarnos en un escenario irreversible, poner las bases de un modelo económico sostenido en unos nuevos patrones de producción, consumo, vivienda y transporte y la reducción de los niveles de deuda pública, que ha alcanzado cotas históricas, precisan, además de reducir el fraude tributario, del aumento de la progresividad fiscal; y esta reforma tiene que abordarse desde ahora mismo, sin paños calientes.
Por todo ello, de nada valen las etiquetas del tipo “giro a la izquierda”. Tampoco es de recibo la pulsión electoralista que está detrás de las últimas medidas lanzadas por Pedro Sánchez, en un intento de recuperarse del batacazo de las elecciones andaluces y de tomar posiciones en el horizonte, sobre todo, de las generales. Finalmente, lo único que cuenta es la determinación en la aplicación de políticas que hagan frente a la problemática que antes mencionaba. Esta es la verdadera medida del progresismo de este Gobierno y es precisamente aquí donde se aprecian sus mayores carencias.