Abel Riu (Barcelona, 1986), especialista en geopolítica y en el espacio postsoviético, es uno de los catalanes que mejor conocen la historia y la política actual tanto en Rusia como en Ucrania. Se ha formado como politólogo y tiene un máster en Estudios Rusos y Eurasiáticos por la Universidad de Uppsala (Suecia). Actualmente es presidente del think tank Catalonia Global Institute, dedicado a estudiar las relaciones exteriores de Cataluña.
Anteriormente, ha colaborado con el Centro Delàs de Estudios por la Paz y con el Centro de Análisis en Política Exterior y Seguridad Internacional de Cataluña. De hecho, antes de la aplicación del 155 , trabajaba como técnico en la Delegación de la Generalitat en Polonia.
¿Por qué Rusia se ha metido en el lío de invadir Ucrania entera, un país de 44 millones de habitantes y 600.000 kilómetros cuadrados, el segundo mayor de Europa?
Carl von Clausewitz dijo que la guerra no es más que una continuación de la política por otros medios. Por tanto, hay que tener presentes los objetivos políticos del Kremlin, y para conseguirlos optó por la vía militar después de un tiempo dedicado a la diplomacia. Rusia tenía, por un lado, una serie de intereses y miedos en juego ante el acercamiento que Ucrania estaba haciendo a la OTAN y a la Unión Europea en los últimos ocho años, y, por otro lado, quiere resolver la cuestión del Donbass y hacer cumplir los Acuerdos de Minsk en el Gobierno ucraniano para reconocer la autonomía política de Donetsk y de Lugansk. Todo esto genera frustración en el Kremlin, y durante años ha ido enviando avisos que advierten de una intervención militar.
La diplomacia no ha logrado evitar la guerra esta vez…
Cabe decir que durante los últimos tres meses se realizaron esfuerzos diplomáticos al más alto nivel con cumbres de Rusia con Estados Unidos, con la OTAN o, sobre todo, con Francia y Alemania. Pero no hubo avances, y, finalmente, el Kremlin decide optar por la vía militar para imponerse.
Pero, ¿el objetivo era hacer una especie de guerra relámpago (como habían hecho antes con guerras más breves en el Cáucaso, en Crimea, en Transnístria…) o invadir el país y quedarse con él?
Rusia llama a la invasión “operación militar especial”. Cada vez hay más evidencias de que querían realizar una operación rápida, para dar un golpe de fuerza, provocar el derrumbe de las fuerzas defensivas ucranianas en 48 o 72 horas y cambiar el régimen político en Ucrania. Sin embargo, estos planes han fracasado. ¿Qué información tenía el Gobierno de Putin para tomar esa decisión? Se especula mucho sobre si los servicios secretos rusos tenían o no la información, y, si la tenían, ¿por qué no se la dieron a Putin? ¿Por miedo a contradecirlo? Da la sensación de que en el Kremlin pensaban que esto sería un paseo militar. Enviaron tropas desprotegidas, infantería sin protección aérea, lanzaron paracaidistas dentro de las filas ucranianas que fueron masacrados… Se han encontrado una situación que no esperaban y ahora se han visto, entre comillas, obligados a realizar un tipo de guerra de conquista territorial.
¿Putin enloqueció como se dice ahora a menudo en tertulias y redes sociales?
No existe irracionalidad por parte del Kremlin, sino una falta de información. El mito de la potencia militar rusa está ahora quedando muy maltrecho por todos los problemas que está teniendo contra un adversario, a priori, muy inferior.
¿Qué significa Ucrania para la mentalidad rusa?
El Kremlin utiliza a Ucrania en dos niveles: en el plano retórico y en el plano geopolítico. Uno sirve para justificar el otro. Putin, desde hace tiempo, ha hecho declaraciones públicas y artículos en prensa, donde vendría a negar la existencia de Ucrania como nación. Refuerza la idea del nacionalismo ruso más conservador, que se basa en la Gran Rusia formada por Rusia, Bielorrusia y Ucrania.
IVAN GIMÉNEZ / CRÍTIC
Los ucranianos serían, pues, un pueblo hermano de los rusos. Es, para ellos, antinatural que Ucrania dé la espalda a Rusia y se integre en la OTAN. Se habla de la Rus de Kiev, el primer Estado eslavo oriental; se dice mucho que Kiev es «la madre de todas las ciudades rusas», el lugar donde para ellos comienza todo en la Edad Media. Y, además, Putin comienza a decir que el problema viene de la creación de la República Socialista de Ucrania dentro de la URSS, a la que, después de la Segunda Guerra Mundial, le dan pedazos de lo que había sido Polonia, Rumania o Checoslovaquia y, como en los años cincuenta, le incorporan Crimea, que hasta entonces era rusa. Aquí hay una perspectiva imperialista. Y se auto otorga la capacidad de intervenir en la política ucraniana. Putin utiliza entonces toda esta retórica para justificar un objetivo geoestratégico, que es alejar Ucrania de la OTAN. Y, finalmente, acaba asegurando que Kiev se ha alejado de ellos por culpa de una especie de gobierno nazi y deja de reconocer la legitimidad del propio Estado ucraniano.
Pero, ¿Putin quiere quedarse Ucrania o se contentaría con el Donbass y Crimea?
Quiere detener el tiempo. Si no hubiera habido esta intervención militar, él entiende que Ucrania tarde o temprano se habría acercado cada vez más a la UE y la OTAN. Por eso, al menos, detiene este proceso durante algún tiempo. Estados Unidos ya había instalado sistemas de misiles en Polonia o en Rumanía. La OTAN estaba exportando material militar a Ucrania, estaba ensayando militares conjuntos… Y, si las cosas seguían así, el Gobierno ruso pensaba que acabarían instalando misiles o bases militares en el territorio ucraniano. De hecho, en Rusia se ha llegado a decir que Ucrania estaba preparando capacidades militares nucleares.
¿Ucrania podría realmente haber evitado la agresión reconociendo políticamente una autonomía para Donetsk y Lugansk?
Pero no lo hizo. Y esto estaba en los Acuerdos de Minsk firmados por Ucrania. No quisieron asumirlo ni durante la presidencia de Petró Poroshenko en el 2018, ni tampoco lo ha hecho ahora Volodímir Zelenski. Se da la circunstancia de que Zelenski, que es rusófono, gana las elecciones con la bandera de la conciliación y, además, curiosamente buena parte de su carrera artística le había hecho en lengua rusa.
Parecía que podía desbloquear la situación. De hecho, pocos meses después de ganar, hay una cumbre entre Macron, Merkel, Zelenski y Putin en la que se acuerda un mecanismo para que Ucrania hiciera los cambios constitucionales necesarios para reconocer la autonomía del Donbass… pero, cuando Zelenski vuelve a casa, se encuentra con unas movilizaciones bestiales de buena parte de la oposición, sobre todo de los sectores más nacionalistas, y grupos bastante siniestros de extrema derecha. Entonces hace sus cálculos y considera que no puede ceder, cambiando su posición para alejarse de la vía diplomática sobre el Donbass.
Para Putin, el otro objetivo, o no sé si decir excusa, es que la invasión buscaba «desnazificar» a Ucrania. ¿Hay un problema con la extrema derecha en Ucrania, como denuncian varios periodistas expertos en la zona, o se ha exagerado su poder?
Es una cuestión importante, y hay que hablar sin miedo. En Ucrania no hay un régimen nazi, ni tampoco gobierna la extrema derecha… pero esconder que en Ucrania hay un grave problema con la extrema derecha es hacerle el juego al Kremlin. Antes del Maidán, el partido de extrema derecha ucraniano, llamado Svoboda, sólo había alcanzado un 10% de los votos como máximo, y ahora tiene muchos menos apoyos.
Pero el problema serio comienza con Maidán. El Maidán fue un movimiento que pedía una aproximación a la Unión Europea pero que era minoritario en el sur y en el este del país e incluyó elementos democráticos, antioligárquicos y anticorrupción… pero también contenía elementos nacionalistas extremos. Svoboda apoyó al Maidán, por ejemplo. Sin embargo, el hecho más relevante se da cuando el movimiento, viendo que es duramente reprimido por parte del Estado, incorpora grupos violentos, que se llamaron autodefensas. Según algunos cálculos, llegaron a estar compuestas por 5.000 personas en su punto álgido; se organizaban en grupos de cien, y contaban con escudos, bates de béisbol, y muchos de estos violentos acababan de ser hooligans de los equipos de fútbol ucranianos. Esta gente son la punta de lanza de la parte violenta de Maidán.
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Cuando triunfa y provoca un cambio de Gobierno, el nuevo Estado ucraniano que sale es muy débil y está dividido, y las nuevas autoridades utilizan a estos grupos como instrumento de represión de los anti-Maidán. Una de las peores matanzas entre civiles de la historia contemporánea europea es la matanza de Odessa del 2014, cuando quemaron vivos 48 activistas anti-Maidán en el Edificio de los Sindicatos. Y, después, con el inicio de la rebelión en el Donbass, estos grupos ya se convierten en batallones de voluntarios.
El Batallón Azov, donde precisamente ahora parece haber integrado al menos un joven catalán de extrema derecha, es el más conocido.
Sí. El Batallón Azov fue fundado por un activista neonazi llamado Andrí Biletski. Es uno de los más importantes y opera especialmente en la zona de Mariúpol, en el sudeste. Antes de la guerra actual, debía de contar con unos 3.000 uniformados. De hecho, Azov crea su brazo político, con vínculos internacionales importantes, y consigue colocar a varios diputados de extrema derecha en el Parlamento. Pero hay más: Aidar, Dnipro-1 o Dnipro-2…; todos incorporan a la tropa gente que viene de la extrema derecha, y muchos de ellos son financiados por oligarcas. Pero lo que es aún peor es que muchos de ellos han acabado incorporándose a las fuerzas policiales o al ejército, incluso en algún caso en puestos de responsabilidad.
Pero, como decíamos, estos elementos no están en el Gobierno ucraniano, ¿verdad? Zelenski, que es judío, no será un neonazi. Zelenski, que es rusófono, tampoco debió de odiar a los rusos.
Totalmente, en su totalidad. Los partidos neonazis como el Pravi Séktor o Svoboda, y sus escisiones, apenas han obtenido cada uno el 2% o el 3% en las elecciones. Tienen un apoyo electoral testimonial. Pero cierto es que tienen poder. Sobre todo porque tuvieron un papel clave en el Maidán, en la represión del anti-Maidán y en la guerra en el Donbass. Y algunos de sus líderes se han ido blanqueando y normalizando hasta llegar a ocupar puestos de poder político o militar.
Y, en el terreno simbólico, ¿esta extrema derecha ha ganado peso dentro del nacionalismo ucraniano?
Sí. Sobre todo en el nuevo Estado posterior al Maidán. Las nuevas autoridades han incorporado lemas o relatos históricos de lo que en los años treinta y cuarenta fueron la Organización de los Nacionalistas Ucranianos y el Ejército Insurgente Ucraniano de lo que era la Ucrania occidental, con ideología fascista y un nacionalismo racista, que perpetraron matanzas contra judíos y contra polacos y que, durante la Segunda Guerra Mundial, colaboraron durante algún tiempo con el Tercer Reich. Algunos de los líderes de esa época, como Stepan Bandera, están siendo ahora rehabilitados, incluso con nombres de calles en varias ciudades. Se les está reincorporando al proceso de construcción nacional de Ucrania. Es una cuestión muy compleja, sin embargo.
¿Y Putin explota ahora estas contradicciones por su interés?
Sí. Putin dice que es necesario desnazificar para justificar sus acciones, y es una mera cuestión propagandística. Pero esto no significa que no haya un problema. En Ucrania, en los últimos años, todo lo que salía del relato oficial nacionalista sobre el Donbass estaba siendo reprimido o marginado. Por ejemplo, el Partido Comunista Ucraniano fue ilegalizado en 2015. Ha habido vulneraciones de derechos humanos, se ha dejado vía libre en la extrema derecha para controlar la calle, ha habido asesinatos de activistas y de periodistas, se han cerrado medios de comunicación, la izquierda ucraniana está absolutamente marginada… Y, mientras tanto, dado que Ucrania es la línea de frente contra Rusia, la UE y Estados Unidos miraban hacia otro lado.
Hablamos de paz, de cómo hacer la paz, de cómo poner fin a la guerra. El agresor aquí es el Gobierno de Rusia. ¿Qué salida le queda a Putin para no quedar estancado en el barro ucraniano y seguir provocando muertes y más muertes?
Putin necesita un triunfo político que pueda vender en el interior de Rusia. Y Zelenski, también, porque quiere seguir en el poder y necesita saber que, si cede ante Rusia, no le van a montar una insurrección los sectores más duros ucranianos. Esto es un problema porque las posiciones de unos y otros ahora son antagónicas. Parece que el Gobierno de Ucrania no va a ceder tan fácilmente porque, pese a que están sufriendo militarmente y son más débiles que Rusia, tienen una gran confianza en su victoria. Si los dos bandos creen que pueden ganar, ninguno se acercará al otro para ceder. Los únicos signos positivos que se vislumbran es que en los últimos días, a diferencia de lo que había dicho en los últimos meses, el Gobierno ucraniano sí parece que aceptaría una posición de neutralidad y renunciaría a la entrada a la OTAN. Esto podría ser leído como un éxito para Putin. Pero lo difícil de negociar vendrá con la cuestión territorial: la de Crimea y, sobre todo, la del Donbass. Los ucranianos no quieren reconocer la independencia del Donbass ni que Crimea sea parte de Rusia.
Por otro lado, hay que tener en cuenta que el ejército ruso puede quedar estancado sin poder avanzar ni conquistar a las grandes ciudades, y que a la vez Rusia está teniendo problemas por culpa de las sanciones, que irán a más. La pregunta clave es ¿cuánto tiempo puede mantener Rusia el empleo militar? ¿Cómo van a solucionar los problemas que tienen de suministro a sus tropas? Si se mantiene el bloqueo internacional contra Rusia, ¿podrá seguir disponiendo de municiones, de misiles…? Todo esto irá suponiendo cada vez más una presión para Rusia.
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Analistas de izquierdas como Rafael Poch o Carlos Taibo piensan que esa invasión podría suponer la quiebra económica y social de la Rusia de Putin. Siendo honestos, ¿cree que existe un movimiento realmente grande contra Putin y por la paz?
Las protestas realmente no están siendo muy multitudinarias en Rusia. Casi nunca ha habido grandes manifestaciones opositoras. Estamos hablando de protestas de algunos cientos de personas, quizás de algunos miles en ciudades como Moscú, Ekaterimburgo o San Petersburgo… Y, además, son reprimidas de forma muy feroz. La mayoría de los manifestantes son detenidos, les hacen un juicio rápido y van a prisión al menos15 días. Piense que Putin, para muchos rusos, significa el orden respecto al caos, la crisis y la corrupción de los años noventa… y que sus políticas han ayudado a crear una clase media más o menos acomodada en los últimos años. Habrá que ver si puede haber grietas en el seno del Estado ruso, especialmente en lo que respecta a las fuerzas armadas, si el número de muertes entre soldados sigue creciendo. Habrá que ver qué papel tienen los servicios secretos rusos del FSB [Servicio Federal de Seguridad].
Y, económicamente, ¿las sanciones harán daño al Gobierno ruso?
Hay previsiones que calculan que Rusia podría perder este año el 30% de su PIB. Puede haber problemas de desabastecimiento de productos básicos. La industria rusa puede tener dificultades, porque era muy dependiente de la tecnología occidental. Pero tendrá que verse en el corto y medio plazo hasta dónde llega la crisis económica que habrá en Rusia, si afectará a la gente más pobre, las clases medias y los oligarcas. Cuantos más problemas tenga el ejército ruso en Ucrania, más problemas podría tener Putin en su interior.
Esta entrevista se ha publicado originalmente en CRÍTIC. Puedes leerla en catalán aquí .