Víctimas en son de paz (Pagès Editors) es un libro que, como describe su autor, el periodista Àlex Romaguera, trata de aproximarse a “las consecuencias de la violencia política registrada dentro del Estado español durante los últimos 50 años”. Historias para escuchar, o leer, que le han servido para contextualizar unos hechos que ha enmarcado entre el fin de la dictadura franquista hasta el cese definitivo de ETA, en 2011. Según destaca Romaguera en las primeras páginas, “podemos contabilizar unos mil asesinatos de esta naturaleza”.
La obra, publicada por el momento en catalán –próximamente saldrá en castellano–, recoge testimonios de diferentes generaciones y contextos políticos. También de diferentes actores armados, desde de víctimas de ETA, de los GAL, de grupos fascistas o de la masacre del 11-M en Madrid perpetrada por los yihadistas. Tampoco faltan familiares de víctimas de la ultraderecha o de funcionarios del Estado. Desde Merçona Puig Antich, hermana de Salvador Puig Antich, miembro del Movimiento Ibérico de Liberación y uno de los últimos ejecutados por la dictadura franquista en 1974, hasta Mavi Muñoz, madre de Carlos Palomino, asesinado por un radical de ultraderecha en 2007.
Y, ¿por qué estas personas y no otras? “No todas las víctimas han vivido el mismo proceso. Tampoco todas quieren ocupar un primer plano. He querido hablar con las que, lejos de quedarse instaladas en el odio y en el rencor, han experimentado un proceso de resiliencia; han asimilado su realidad y después de otro proceso, el de sanación, han querido compartir su experiencia para que nadie pase por su mismo sufrimiento. Personas que han huido también de la instrumentalización política”. Todas ellas tienen algo en común, tal y como se destaca en muchas de las páginas del libro, su lucha por exigir verdad, justicia y reparación.
¿Qué implica que no todas ellas sean conocidas? El periodista señala la principal asignatura pendiente: “El reconocimiento” y pone el foco en una doble victimización. “Primero, el daño emocional ocasionado por la pérdida y, después, el daño generado por la falta de ese reconocimiento, que impide iniciar un proceso judicial, sin ir más lejos. Para estas personas, víctimas indirectas de la violencia, es necesario el mismo respeto y, sobre todo, la misma reparación, independientemente de su actitud, trayectoria o posición política”.
El camino pendiente
En Víctimas en son de paz, también se incide en la doble vara de medir que, según Romaguera, ha existido y aún queda pendiente zanjar. “Se han reconocido, sobre todo, a víctimas de ETA o de los GRAPO, a la vez que se han silenciado muchas otras”. En el libro se insiste en esa palabra, reconocimiento, ya que, según el periodista, “todas ellas remarcan que un proceso de paz, convivencia y reconciliación pasa por que todas y cada de ellas sean reconocidas”.
“No se puede pasar de página si antes no se ha leído esa página. Según algunas de las últimas encuestas, casi el 70% de los jóvenes menores de 35 años no han tratado nunca el tema de ETA en institutos o universidades, el 60% de los jóvenes no sabe quién fue Miguel Ángel Blanco; incluso entre alumnos de la propia Universidad de Deusto, las encuestas muestran, una vez tras otra, ese desconocimiento sobre la violencia política que se ha vivido en España. Hay que transmitir que detrás de todo acto violento hay un gran drama. Conocer la historia para no repetirla es básico”.
Dentro de ese camino que queda por recorrer, Romaguera vuelve a señalar esa “doble vara de medir” en cuanto al reconocimiento, que también considera un asunto pendiente: “Quedan más de 500 crímenes sin esclarecer y eso es algo indispensable para reparar el daño. Las víctimas necesitan del reconocimiento porque hace visible la injusticia padecida”. Para ejemplificarlo en el libro, el testimonio de Aitziber Berrueta, hija de Ángel, un panadero de Pamplona que murió a manos de un policía nacional en 2004.
El germen de Víctimas en son de paz fueron los Encuentros Restaurativos, en los que Àlex Romaguera profundizó a través de los casos de Maixabel Lasa y Mari Carmen Hernández, ambas viudas, que se reunieron con los etarras responsables de los crímenes de sus maridos. Esas jornadas sirvieron de empuje para relatar el periplo vivido por las víctimas y cómo se han implicado socialmente en favor de la convivencia, lejos del rencor o la venganza.