Las jornadas de reflexión son unos días un tanto extraños. Ante una política hipermediatizada y en campaña electoral perpetua, el parón a 24 horas de unos comicios es un momento singular. Después de 15 días de echar el resto y tratar de animar a los votantes, las jornadas de reflexión se convierten en un momento impostado donde las candidatas y candidatos de los diferentes partidos tratan de hacer cosas normales como caminar o sacar a pasear al perro.
Es lo que hoy harán Ángel Gabilondo, Isabel Díaz Ayuso, Edmundo Bal, Mónica García, Pablo Iglesias o Rocío Monasterio. Como si nada hubiese pasado, como si no llevasen dos semanas siendo los y las protagonistas de la vida política a nivel nacional.
Pero la calma será eso, pura impostura. Por detrás, todo se sigue moviendo a un ritmo estresante. Buena prueba de ello es la denuncia que hoy ha interpuesto el PSOE contra Ayuso ante la Junta Electoral al considerar que la candidata del Partido Popular ha hecho un uso “torticero y partidista” del acto institucional del día de la Comunidad de Madrid que tuvo lugar ayer domingo, reverencia de Nacho Cano incluida.
Es la última prueba que corrobora que esta campaña no ha terminado y que es posible que tampoco termine mañana tras conocer los resultados de las elecciones. No olvidemos que habrá comicios nuevamente en dos años, tal y como marca la ley electoral madrileña. Lo de 4 de mayo será un punto de inflexión, pero no un punto final.
La derecha parte, a priori, con ventaja para hacerse con el gobierno de la Comunidad de Madrid. Así lo dicen la mayoría de las encuestas. Pero saben que hay partido y por eso no pueden respirar con toda la tranquilidad que quisieran. Su baza durante la campaña ha sido esa, jugar con el miedo de sus votantes ante un posible gobierno tripartito de izquierdas que, según el marco utilizado, arrebataría a la población madrileña la libertad de la que ahora disfrutan. Las cañas podrían tener los días contados, dicen.
Parece claro que Ayuso arrasará, de acuerdo a que es mejor lo malo conocido, en palabras de la popular Beatriz Fanjul, pero que necesitará a la extrema derecha para ser presidenta. Podría ser, por tanto, la primera vez que Vox entre a formar parte de un gobierno regional y podría hacerlo a lo grande en una de las comunidades más importantes de todo el Estado. Bien es cierto que no es la primera vez que el PP le abre las puertas a la ultraderecha: en Murcia la consejera de Educación fue expulsada de Vox.
Y en ese miedo también ha basado su campaña la izquierda madrileña, que afrontó la convocatoria de elecciones con pesimismo. La aparición de Pablo Iglesias en el tablero de juego y, sobre todo, el importante ascenso de Mónica García durante la campaña han abierto un pequeño resquicio de ilusión de cara a mañana.
Ante la más que posible desaparición de Ciudadanos, los bloques y los pactos están ya definidos de antemano. La única sorpresa sería un empate a escaños que terminaría por llevar a Madrid a una repetición electoral. De lo contrario, mañana se podría saber quién se sentará en la presidencia de la CAM. Luego habrá que cerrar los flecos, sí, pero el grueso quedaría claro el martes por la noche.
Mucho se ha hablado de la polarización política entre bloques durante esta campaña, consecuencia de una memoria selectiva que romantiza el pasado y que olvida los últimos años en Catalunya, la guerra sucia de las elecciones nacionales de 2004, el terrorismo en Euskadi, el doberman del 96… Quizá la novedad sea la participación de un partido abiertamente xenófobo que señala a colectivos vulnerables. O quizá no tanto si recordamos que en 2015 Xavier Garcia Albiol (PP) pretendía limpiar Badalona.
Las balas en sobres sí han marcado la campaña. Aunque sobre todo lo han hecho las reticencias de la derecha a condenar dichos actos sin peros y sin matices. Cuando fue Ayuso quien las recibió, los candidatos de PSOE, Más Madrid y Unidas Podemos enviaron mensajes en solidaridad con la cabeza de lista del PP. Mañana, serán otros sobres los que decidan el futuro inmediato de la Comunidad de Madrid.
5.112.658 de madrileños y madrileñas tienen en su mano la decisión. 1.084 colegios electorales serán los testigos directos de ello. Unos 7.700 efectivos de las Fuerzas y Cuerpos de Seguridad del Estado tratarán de que todo se desarrolle con normalidad.
Voto con sesgo de clase
Movilizar a los barrios obreros ha sido la máxima de los tres partidos de izquierdas para estos comicios. Un artículo de Raúl Sánchez en elDiario.es revela por qué: el dominio electoral de la derecha en las últimas décadas se ha construido ganando únicamente en solo un 30% del territorio madrileño, concretamente en el 30% más rico.
Es una máxima clara en cualquier análisis político: las rentas más altas votan siempre y lo hacen con mucha conciencia de la clase a la que pertenecen. En los barrios con rentas más bajas, sin embargo, la abstención suele ser mucho mayor. Por ello, ampliar la base electoral es la única opción de las izquierdas. Después de la capital, que aglutina a 2,36 millones de votantes, el conocido como ‘cinturón rojo’ –compuesto por grandes municipios del sur como Móstoles, Fuenlabrada, Leganés o Alcalá de Henares–, supone la segunda gran masa de votantes.
Que las elecciones se celebren en un día laborable no parece lo más idóneo para ello. Cualquier trabajador tiene derecho a solicitar unas horas libres para introducir su urna, pero eso es solo la teoría. En la práctica todo se complica, más aún si tenemos en cuenta el posible miedo de una parte de la ciudadanía ante la pandemia. Solo mañana será posible dilucidar cuáles han sido las consecuencias de estos hechos.