Cultura

[AVANCE EDITORIAL] ‘Clara y Claire’ (Sitara Editorial, 2020), de Camille Laurens

Sitara Editorial publica en marzo esta novela —traducida por Juan Gabriel López Guix— que plantea cuestiones como las relaciones a través de las redes sociales, la invisibilidad de la mujer madura, el deseo femenino o la culpa.

Cubierta de 'Clara y Claire', de Editorial Sitara.

La Marea

03 marzo 2020 Una lectura de 7 minutos

Claire, profesora divorciada de 48 años y madre de dos hijos, decide crear un perfil falso en Facebook para controlar a Jo, hombre evasivo con el que mantiene una relación. En el mundo virtual, Claire se transforma en Clara, una chica de 24 años, soltera, joven y bonita, comenzando así un juego de seducción y doble identidad. La manipulación, lo imprevisto, el deseo, la mentira y la fatalidad desarrollan una trama en la que todo está mucho más interconectado de lo que a primera vista pudiera parecer.

Con múltiples referencias literarias que van de Marivaux, Racine, Flaubert o Las relaciones peligrosas a Marguerite Duras, Joan Didion o Lacan, Clara y Claire plantea cuestiones muy actuales relacionadas con las relaciones a través de las redes sociales, la invisibilidad de la mujer madura, el deseo femenino o la culpa.

La novela, que ganó el premio Roman News 2016, ha inspirado la última película del director francés Safy Nebbou (Clara y Claire, 2019).

Ha sido traducida al español por Juan Gabriel López Guix.

Sobre la autora

Camille Laurens. Francesca Mantovani © Gallimard

Novelista y ensayista, Camille Laurens nació en 1957 en Dijon, Francia. La autora tiene una veintena de obras publicadas en Francia, la mayoría con la editorial Gallimard. En España, la editorial Seix Barral publicó en 2001 En esos brazos, novela ganadora de los premios Fémina y Renaudot de los Estudiantes en 2000.

Camille Laurens ha impartido clases en Normandía y en Marruecos, país en el que vivió durante doce años. Desde 2007, forma parte del jurado del premio Femina y, desde febrero de 2020, es miembro de la Academia Goncourt.

Conversaciones con el doctor Marc B.

Claire

Ya se lo he contado todo cien veces a sus colegas. No tiene más que leer mi expediente.

Ya sé que es usted nuevo, me doy cuenta. ¿Es su primer trabajo? Porque no tiene usted más de treinta años, como mucho.

No los aparenta.

Me río porque le recito a Marivaux y no se da cuenta. En su escuela la literatura todavía no entraba en el plan de estudios, ¿verdad?

Podría haberse dado cuenta, no sé, por el ritmo, la entonación. Su trabajo es escuchar cómo suenan las cosas. Notar si algo chirría. Tic tac. Si alguien anda bien de mente. O bien demente.

Araminte. La hermosa viuda. De quien no sabemos si su joven intendente desea seducirla porque la quiere o porque es rica. Si es sincero por más que la manipule. Pero usted no es Dorante, me imagino que no está aquí con la intención de casarse conmigo, ¿verdad?

Hice un poco de teatro, sí, en otro tiempo, hace mucho tiempo. Mi marido era director de teatro, bueno, es. Él sigue dedicándose. Cuando nos conocimos, siendo estudiantes, actuábamos en la compañía de la universidad. Qué lejano me parece todo eso. Y, sin embargo, mire, todavía me sé de memoria algunas réplicas. También aprendí el arte de la puesta en escena, ¿no se lo cree? Pero, bueno, no vamos a remontarnos al diluvio universal. Además, ya está todo escrito ahí, en sus papeles. ¿Qué más quiere?

¿Necesita comprender? Le entiendo perfectamente. Pero, ¿qué es lo que quiere comprender?

Bonita respuesta. Se ha anotado un punto. ¿Cómo se llama?

Marc. Marc. Me cae bien, Marc, y estoy de acuerdo con usted: en cada uno de nosotros, solo hay dos personas interesantes, la que quiere matar y la que quiere morir. Están representadas de forma desigual pero, cuando identificamos a las dos, entonces podemos decir que conocemos a alguien. A menudo, demasiado tarde.

¿Que cómo hemos llegado hasta aquí? ¿Hemos? Es muy amable por incluirse en este desastre, cuando apenas acaba de llegar. Nadie puede responsabilizarlo de la situación en la que me encuentro, a la que he «llegado», suponiendo que me haya movido en los dos, mmm, tres años, ¿dos y medio?, que llevo aquí. Y hemos, ¿quiénes, nosotros? ¿Todos nosotros? Nosotros, la institución. Nosotros, los especialistas. Nosotros, la sociedad. ¿Cómo nos las hemos arreglado para que esta mujer aquí presente esté todavía a cargo de la colectividad, para que no haya sido devuelta a sus deberes, a sus obligaciones, a su capacidad productiva ya que no reproductiva? ¿Para que, en la flor de la edad, sea alimentada, alojada, vigilada, tratada con nuestros cuidados, en lugar de realizar para la sociedad lo que sin duda todavía sabe hacer? ¿Dónde la hemos jodido? ¿Esa es su pregunta?

Docente. También doliente, sangrante, a veces.

En la universidad, sí, literatura comparada. Profesora titular. Iba a convertirme en catedrática. Me iban a otorgar la máxima distinción, a admitir en el maravilloso mundo de los mandarines. A los cuarenta y siete años se puede decir que era un ejemplo para las mujeres, ya sabe que la proporción de mujeres en puestos de responsabilidad es todavía ridícula. Y entonces ¡catacrac! ¡El desastre! Me encierran, me examinan y, hasta ahora, me retienen. ¿Me va a retener, Marc? ¿Me va a retener con usted? Aquí, ya no sirvo para nada, no pago mi tributo a la sociedad. Estoy difunta, en el sentido estricto: despojada de mis funciones. Sí, tal cual, soy una disfunción, se me rompió un manguito, o si prefiere, un perno, un cable, y, ¡pumba!, castañazo, estoy muerta y usted es el encargado de resucitarme, de volver a introducirme en el circuito, de volver a arrancar la máquina, en resumen, de reinsertarme. Quiere que la difunta funcione de nuevo. A propósito, quiero hacerle una observación: me ha convocado esta ma… ¿qué ocurre, no le gusta el verbo convocar? Bueno, me ha convidado esta mañana, son las once, se lo digo para otras veces si hay otras veces, no estoy bien por las mañanas, no estoy operativa, por las mañanas no me levanto, estoy atontada por el Valium de la noche, el Xanax todavía no me ha calmado, aunque a menudo (es un secreto, no se lo diga a nadie), a menudo no me lo tomo, prefiero la ansiedad al olvido, cuando se es desgraciado más vale saberlo, ¿no está de acuerdo?

Al principio, esto no tenía nada que ver con Chris (con Christophe), porque imagino que quiere que le hable de Christophe, ¿verdad? Del cuerpo del delito o, más bien, del corazón del delito. De mis penas del corazón. ¿O prefiere que le hable de mi infancia, de mis padres, de mi familia… de todo ese rollo?

Al principio no tenía ningún interés por Chris. No lo conocía, no me interesaba. Le pedí amistad por Facebook simplemente para seguir lo que hacía Jo, Joël. Salía con Joël, con Jo, por aquel entonces. Jo, por aquella época, casi no tenía amistades en las redes sociales, solo aceptaba a las personas que conocía, menos a mí, porque decía que los amantes no debían ser amigos. Sin embargo Chris (me lo había dicho Jo), Chris tenía cientos de amistades, navegaba mucho por Facebook, su nick era KissChris, cosechaba me gustas con una facilidad que provocaba la admiración de Jo. ¿Está usted en Facebook, Marc? ¿Entiende lo que le cuento? ¿Necesita que se lo traduzca?

Cuando se conoce un poco a Jo, se puede decir que esa timidez resultaba rara, porque por una parte era una persona sin ningún límite, ninguno en absoluto; apenas el de no matar en el momento en que lo asaltaba la pulsión de hacerlo, y ni siquiera eso: hay tantísimas formas de matar. Te podía destruir en un instante, con una palabra, con un silencio. Sabrá que la principal ansiedad de las mujeres es la de ser abandonadas, ¿verdad? Sí, esas cosas están escritas en sus libros. Pues bien, Jo era así, supongo que se podría decir «perverso»: te abandonaba diez veces al día. Sabía dónde estaba la debilidad (los perversos son, en cierto modo, quienes mejor conocen a las mujeres) y clavaba ahí la cuña de la ausencia para pulverizar tu energía vital, tus deseos de felicidad. Te daba la mano, la apretaba y luego te soltaba, por nada, sin motivo aparente, solo porque contabas con él, porque cedías a la confianza. En los últimos tiempos, ya no le decía lo que quería, le escondía lo que me gustaba, porque se las habría ingeniado para evitarlo o impedirlo. Cuando no podía más, lo dejaba, pero nunca cortaba del todo. Y él volvía a mí todo meloso o yo lo llamaba toda acaramelada, y el ciclo volvía a empezar, mes tras mes. No me pregunte por qué. Me acababa de separar de mi marido, no tenía ganas de estar sola, tenía necesidad de amor, al menos de hacerlo, hablar de él, creer en él, bueno ya se sabe la canción, queremos vivir, ¿hace falta decir por qué?

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[AVANCE EDITORIAL] ‘Clara y Claire’ (Sitara Editorial, 2020), de Camille Laurens

Sitara Editorial publica en marzo esta novela —traducida por Juan Gabriel López Guix— que plantea cuestiones como las relaciones a través de las redes sociales, la invisibilidad de la mujer madura, el deseo femenino o la culpa.

Sobre la autora

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