Según el diccionario, en Argentina ser un “gil” es ser alguien ingenuo, incauto. Es un término denigrante aunque tiene sus matices. “Un gil nunca piensa mal, no cree que haya gente dispuesta a aprovecharse de la debilidad de los demás”, explica Ricardo Darín, protagonista y productor de La odisea de los giles . Un gil, podría resumirse así, es un inocente, sí, pero también es alguien noble.
En la película se cuenta la historia de un grupo de trabajadores que forman una cooperativa en su pueblo para reutilizar unos viejos depósitos de grano. Cuando todo está preparado para empezar a funcionar, unos indeseables se aprovechan del colapso financiero y del posterior corralito que vivió el país en 2001 y les roban toda su inversión con la colaboración del propio banco. El estreno en Argentina ha coincidido con una nueva crisis económica, lo que ha dotado a la cinta de una nueva significación. Y el éxito ha sido arrollador. Cuando la película se presentó en el Festival de Toronto, Darín tenía dudas sobre cómo sería recibida por el público canadiense. “Temía que la consideraran demasiado localista. Pero no. En todas partes hay seres aplastados, humillados, abofeteados, que necesitan reparación y consuelo”.
La reparación, en el caso de estos giles, llegará en forma de venganza: van a recuperar lo que es suyo, con lo que la historia se convierte en una trepidante película de atracos. Y no solo eso. El filme de Sebastián Borensztein lo tiene todo: es una comedia tronchante, un drama conmovedor, una peli de suspense y un manifiesto político. La complicidad del elenco (extraordinario, tocado por una varita mágica) se contagia sin ninguna duda a la platea, que terminará, como explica Darín con evidente placer, “embriagada por un espíritu cooperativista y solidario”.
Antes de Richard Linklater estaba Claude Lelouch. Antes de Ethan Hawke y Julie Delpy estaban Jean-Louis Trintignant y Anouk Aimée. Sus personajes de Un hombre y una mujer (1966) atraviesan medio siglo de historia del cine y cierran su trilogía ahora, cuando ambos bordean los 90 años, en Los años más bellos de una vida . La película original (que le valió a Lelouch el Oscar al mejor guion) narraba el enamoramiento entre dos viudos jóvenes con hijos, piloto de carreras él, script de cine ella. Y era muy moderna para su época: sorprende que fuera ella quien diera el primer paso en aquella relación. “Yo jamás habría hecho algo así. Es fantástico que lo haga una mujer”, piensa él. Y también es ella la que acude al rescate ahora, para sacar a aquel esporádico amante de la bruma de su demencia senil.
Las miradas que le dedica Anouk Aimée lo dicen todo: está la pena de ver a su viejo amigo tan disminuido, está la ternura imponiéndose a la petulancia del piloto chulito y ligón que sigue siendo él, está el amor derrotando al tiempo. Pero el amor no es solo el que ellos se profesan sino también el que Lelouch ha utilizado para filmarlos, antes y ahora, en un ejercicio autorreferencial y mitómano.
Trintignant, enfermo de cáncer, anunció tras el estreno de Happy End (2017) que se retiraba del cine porque ya no podía valerse por sí mismo. Aimée llevaba siete largos años sin ponerse delante de una cámara. Sin embargo, ambos han sacado fuerzas para mirarse a los ojos una vez más, con el inovidable tema musical de Francis Lai de fondo, tal y como lo hicieron hace 53 años. “Qué bellos éramos entonces”, dice Trintignant sacando una fotografía de la cartera. “Uno siempre es bello cuando está enamorado”, contesta Anouk Aimée. Y tiene razón. Ella es la prueba.
Mirar por la cámara es como tocar un instrumento musical. Es un acto delicado, lleno de matices, destinado a provocar movimientos en la sensibilidad y el intelecto de la audiencia. En ese sentido, Agnès Varda, fallecida el pasado marzo, fue una virtuosa de su instrumento, una genio, una de las más grandes personalidades creadoras de la historia del cine. En Varda por Agnès , una suerte de autobiografía documental, explica su carrera como cineasta y sus procesos de creación. “Interpreto el papel de una pequeña anciana, regordeta y parlanchina, que cuenta su vida. Sin embargo, son los demás los que me interesan y a los que me gusta filmar”, dice Varda, a sus 90 años, con su voz melodiosa y su mirada de niña.
Esta mujer, la única entre los componentes de la Nouvelle Vague, puso siempre al ser humano en el centro de su obra. Abrazó la vanguardia con Cléo de 5 a 7 , se acercó a los Panteras Negras en Oakland, defendió el feminismo y el derecho al aborto. O simplemente rodó la vida cotidiana de su calle (la rue Daguerre, en París, donde vivió junto a su amado compañero, el también cineasta Jacques Demy), con sus panaderías, sus tiendas, sus carnicerías… “Nada es banal si sientes amor, empatía hacia la gente que filmas”, asegura. Con el cambio de siglo, ya septuagenaria y sin financiación para su personalísimo cine, agarró una pequeña cámara digital y se fue a grabar a personas que recogían objetos y alimentos del suelo.
De esa modesta premisa salió una obra maestra del documental: Los espigadores y la espigadora (2000). La directora va desgranando todos estos episodios en primera persona en una cinta que es una clase magistral de creación artística y también un testamento con el que se despide del mundo y de la gente que tanto amó.
En España pasó el tiempo (añorado por muchos, según las encuestas) en el que los niños y niñas trabajaban. Pero hoy, si uno sale de Europa occidental, no podrá evitar esa desgarradora visión a cada paso. El mundo está lleno de niños que viven una vida de mierda. La directora libanesa Nadine Labaki cuenta la historia de uno de ellos, uno cualquiera, todos en definitiva, en Cafarnaúm .
Premiada en Cannes y nominada al Globo de Oro, al BAFTA y al Oscar, la cinta es una sacudida, un puñetazo, un choque brusco con esa realidad no tan lejana. Zain, el protagonista, se escapa de casa tras enfrentarse a sus padres (a los que acaba denunciando por traerle al mundo) por pactar el matrimonio de su hermana, de solo 11 años. Labaki hace con el relato de este niño explotado y sin papeles un cuento universal. Zain es primo hermano de Oliver Twist y de la Fantine de Los miserables . Y Cafarnaúm , una denuncia y una demoledora obra de arte.