‘La mirada’ es una sección de ‘La Marea’ en la que diversas autoras y autores ponen el foco en la actualidad desde otro punto de vista a partir de una fotografía. Puedes leer todas las de José Ovejero aquí.
La multitud es acogedora, nos permite participar en una energía colectiva, amplifica nuestra voz, el contacto con los demás diluye nuestros límites, nos devuelve la sensación de comunidad, dirige nuestros pasos, genera la imagen de un enemigo compartido, nos vuelve, también, más valientes de lo que somos. Y nos hace sentir que estamos haciendo historia; ocupar un espacio que no era nuestro, cortar una calle, imponer quién pasa y quién no, crear barreras, atizar el fuego: son formas de afirmar nuestro poder.
Cuando durante las revueltas de los indignados se gritaba “no nos representan” se estaba dando una explicación al hecho de que todas esas personas que antes se quedaban en sus casas esperando que otros actuasen y decidiesen por ellas, hubieran decidido ser protagonistas directas: tengo que estar yo ahí, yo, mi cuerpo, mi energía, mi ira, porque quienes deberían ocuparse de mis necesidades no lo están haciendo, porque recortan mis derechos y mis posibilidades. Por supuesto las razones individuales eran variadas y, en algunos casos, contradictorias.
Pero la multitud lima las contradicciones, las empuja al segundo plano porque en el primero está la acción, que conoce menos matices. En los últimos meses las multitudes han ocupado ciudades en Irán, Venezuela, Líbano, Ecuador, Santiago de Chile, Bolivia, Cataluña, Hong-Kong… En cierto sentido es reconfortante que la gente defienda sus derechos en una acción colectiva. Y sin embargo a veces la multitud da miedo, porque esa supuesta defensa de derechos puede esconder el deseo de limitar los de los demás. También porque se está volviendo frecuente que intereses ocultos azucen a la masa para que les resuelva lo que no saben resolver con la actividad política, para recurrir al uso de la fuerza sin asumir la responsabilidad por ello. La insurrección supuestamente espontánea resulta estar manipulada por grupos que no dan la cara ni ponen el cuerpo. Entonces la multitud no es protagonista sino instrumento, marioneta, víctima y verdugo también de quien la utiliza.
La multitud infunde esperanza y miedo. De cualquier manera, es signo de unos tiempos en los que la rabia está a flor de piel. Y la rabia puede ser creativa o destructora. Depende de contra quién se dirija, y cómo, y por qué.