LOS SOCIOS/AS ESCRIBEN* // Desde hace bastante tiempo se viene atribuyendo a los miembros de la especie humana el calificativo de homo sapiens, hombre que sabe, hombre sabio. También se les ha atribuido el calificativo de homo faber, hombre que fabrica, y ciertamente, en el mundo capitalista, este calificativo está más que merecido. El mismo Marx lo expresó en el Manifiesto Comunista: “La burguesía, con su dominio de clase, que cuenta apenas con un siglo de existencia, ha creado fuerzas productivas más abundantes y más grandiosas que todas las generaciones pasadas juntas. El sometimiento de las fuerzas de la naturaleza, el empleo de la máquinas, la aplicación de la química a la industria y a la agricultura, la navegación de vapor, el ferrocarril, el telégrafo eléctrico…”. Y eso era en 1848. Desde entonces, este formidable desarrollo científico y técnico no ha hecho más que acelerarse.
El problema es que en lo de sapiens el género humano se ha quedado totalmente estancado, incluso podíamos decir que ha retrocedido tanto que hoy resulta cuestionable el calificativo de sapiens. El hombre sabio, el sapiens, prevé las consecuencias de sus actos a medio y largo plazo. Sin embargo, la humanidad actual está dirigida por unas mentes obsesionadas por el beneficio a corto plazo, se muestran insensibles a las consecuencias a más largo plazo, por más que esas consecuencias estén muy claras y puedan llevar a situaciones de enorme gravedad. Mentes enloquecidas por una ambición desbocada que no vacila en provocar cualquier catástrofe con tal de seguir adelante con sus beneficios.
El sistema capitalista se ha volcado en lo de faber, ha desarrollado su ciencia y su tecnología hasta límites impensables hace un siglo. Pero cuando sus científicos le advierten de que con su tecnología está destrozando el medio ambiente del planeta y va camino de un desastre ecológico, deja su sabiduría a un lado y lo más que hace es pintar de verde la maquinaría con que arrasa la naturaleza.
La irracionalidad del sistema capitalista se ha hecho clamorosa cuando el problema de la conservación de un medio ambiente sano para la humanidad ha saltado a primer plano. Pero su irracionalidad viene de más atrás, parece que está inscrita en sus genes. Se dice que la economía es la ciencia que estudia los recursos, la creación de riqueza y la producción, distribución y consumo de bienes y servicios, para satisfacer las necesidades humanas. Pues uno de los primeros objetivos de la economía capitalista no es la satisfacción de las necesidades humanas, sino la creación de nuevas necesidades.
En el mundo se gastan aproximadamente unos 500.000 millones de dólares anuales en impulsar el deseo de consumo de los seres humanos. 500.000 millones de dólares es lo que se invierte anualmente en publicidad. Podrán decir que la publicidad lo que pretende es informar, o que compremos una marca y no otra. Vale, pero en el fondo de todos los anuncios está el mismo objetivo: movernos a comprar, gastar, consumir. Nos inculcan machaconamente lo felices que nos va a hacer comprar esto o lo otro, cuando la realidad es que solamente nos sentimos felices si estamos a gusto con lo que tenemos. Pero la consecuencia es que nos sentiremos mucho menos impulsados a seguir comprando, y eso al sistema capitalista le viene fatal. Así es que el verdadero objetivo de la publicidad no es nuestra felicidad, sino la creación de una insatisfacción generalizada con lo que poseemos, con el fin de que sigamos consumiendo.
Otra
cosa a tener en cuenta es que el sistema impulsa con el mayor entusiasmo la
productividad con el fin de ahorrar trabajo. Pero hoy un gran problema de la
humanidad es la enorme cantidad de mano de obra que se encuentra sin hallar un
campo donde emplearse. Pues se sigue impulsando la productividad con todo ardor
y dejando sin cubrir necesidades humanas fundamentales cuando no son rentables
para el capital.
Podíamos seguir hablando largo y tendido de cómo queda lo de sapiens en el sistema capitalista. Pero ahora lo importante es ver cómo estamos de sapiens cada uno de nosotros, y si no vamos caer en la trampa de una propaganda engañosa, que en estas elecciones se ha disfrazado de izquierdismo puro, y nos empuja a la abstención… para que gane la derecha.
*Antonio Zugasti es socio cooperativista de ‘La Marea’.