Esta entrevista forma parte del dossier La memoria de Europa, que aún puedes comprar en nuestra tienda online. Si lo prefieres, puedes suscribirte desde 40 euros para que te lleguen todas nuestras revistas a casa. El último número, ya disponible: ¿De quién es España?
Un león alado esculpido en piedra vigila el acceso a la fortaleza de Knin (Croacia). La parte inferior izquierda del relieve que representa a San Marcos quedó dañada en alguno de los múltiples bombardeos que ha sufrido este pueblo, situado tradicionalmente entre dos grandes imperios. Según la leyenda, justo ahí, bajo la pata del león, se colocaba un libro abierto con el texto «Pax Tibi Marce Evangelista Meus» [«La paz sea contigo, Marcos, mi evangelista»] para simbolizar tiempos de paz. En tiempos de guerra, se colocaba un libro cerrado. Durante buena parte de la turbulenta historia de esta región, el libro permaneció cerrado. A pocos kilómetros de allí, en el norte, nació Jovan Kablar en 1933. Formado como ingeniero mecánico, fue el alcalde de Knin y diputado en la última asamblea del Parlamento de la República Socialista de Croacia, en la antigua Yugoslavia.
En la vida de muchas personas, la guerra supone un antes y un después. Jovan ha tenido “tres antes y tres después”. Se jubiló en 1991, el mismo año en que empezó la guerra civil, poco después de que la derecha nacionalista croata ganara las elecciones. Sin posibilidad de recibir pagas de jubilación, durante un tiempo ocupó el cargo de presidente de la Cámara de Economía de la autoproclamada República Serbia de Krajina. En 1995, tras la gran ofensiva militar croata, salió exiliado a Serbia. En su capital, Belgrado, se ganó la vida como asesor de la Cámara de Economía de Kosovo. Poco después, con el bombardeo de la OTAN, llegó su tercer “antes y después”.
Jovan nació en una familia campesina en un pequeño pueblo de mayoría serbia, en el norte de Dalmacia. “La vida era dura, pero no conocíamos otra mejor”, cuenta. Su voz se va tiñendo de recuerdos. «Así que… bueno…». El hilo se interrumpe para concluir con un aclarador “se vivía”. Sin electricidad, agua corriente, productos higiénicos, ni tantas otras cosas que hoy damos por sentadas. Pero, aun así, “se vivía”, comiendo de lo que se cosechaba del modesto y precario huerto, en una tierra poco dada a las bondades. “Se vivía con modestia”, insiste Jovan antes de hablar de la Segunda Guerra Mundial. “Recuerdo perfectamente todo el horror que trajo la guerra. Allí donde vivíamos, los distintos ejércitos se sucedían continuamente. Al inicio estábamos bajo la ocupación de la Italia fascista y luego de la Alemania nazi. Hubo terror, pero nada comparado con lo perpetrado por los ustacha”. Jovan se detiene para hacer hincapié: “Uso la palabra ustacha a propósito, para dejar clara la distinción entre lo que es ustacha y lo que es croata”. Quiere diferenciar el régimen ustacha, fascista y sanguinario, que bajo la protección de los nazis gobernó en Croacia durante la Segunda Guerra Mundial, del pueblo croata, “que es tan parecido al serbio”, en su opinión.
A continuación, Jovan recupera de la memoria la imagen de cuerpos tirados en los arcenes de la carretera, y pide disculpas por usar la palabra “degollados”. Como si aquel niño tuviera la culpa de haberlos visto, de haber presenciado la imagen de serbios, varones del pueblo vecino, masacrados por los ustacha. Usando los números parece más fácil contarlo. La vocación de ingeniero se antepone a la emocionalidad de la memoria histórica: 700.000 personas brutalmente asesinadas en el campo de concentración de Jasenovac por el mero hecho de pertenecer a la etnia serbia, a los pueblos judío o gitano, o al Partido Comunista, como fue el caso de numerosos croatas antifascistas. Otras varios miles de personas fueron exterminadas en el campo de concentración de Jadovno “y muchas, muchas más”, recuenta Jovan, como si esperase pasar página con la siguiente pregunta, que ya intuía.
Con el fin de la guerra empezó el proyecto de construcción de Yugos-lavia, del hogar de todos los eslavos del Sur. Hermanos. Unidos. «Tras la guerra todo estaba destruido. Hubo carencia de todo. El racionamiento se organizaba mediante un programa de puntos. Todo producto llevaba asignado un valor determinado expresado en estos puntos», explica mientras pronuncia un nuevo «pero, se vivía» que queda suspendido en el aire. Con 14 años, dejó el hogar familiar para aprender unc oficio. “Hasta 1960 se vivía mal. A partir de entonces, empezó a notarse la mejora”, dice con nostalgia al referirse a los tiempos del libro abierto. Hasta que toca hablar de la desintegración de Yugoslavia: “Está tan claro como el día: si Yugoslavia hubiera entrado en la Unión Europea nunca hubiera habido guerra. Nos hicimos mucho daño y pasará tiempo hasta que las heridas se curen del todo”.
Jovan está convencido de que si Yugoslavia se hubiera integrado en la Unión Europea los programas nacionalistas de Tudjman, Milosevic e Izetbegovic habrían sido neutralizados. “Es una verdadera pena que no se hiciera un mayor esfuerzo para que sucediera. Ante Markovic [el reformista y último primer ministro de Yugoslavia] estaba cerca de conseguirlo. Si lo hubiéramos logrado, tengo la más profunda convicción de que la guerra se podía haber evitado”, opina. Como tantos otros serbios, Jovan aprovecha la ocasión para achacar gran culpa de lo sucedido en los Balcanes a EEUU, «que no quiere tener una Europa fuerte, y hace todo lo posible para obstaculizar su proceso de crecimiento”.
Ultranacionalismos
Este octogenario es consciente del peligro que supone hoy la resurrección de los ultranacionalismos, pero se muestra optimista sobre el futuro europeo. “Son movimientos minoritarios y no creo que representen una amenaza seria. Creo que el nivel medio de educación es suficientemente alto para que los europeos se resistan a este tipo de manifestaciones negativas”.
Jovan vive en Serbia, pero también reconoce a Croacia como su país: “Es donde nací, donde tuve toda mi vida laboral, donde he criado a la familia y construido la casa”. Sin embargo, lamenta que todavía se respiren aires chovinistas en este país y que se minimice el periodo nazi. En Croacia, los criminales de guerra son celebrados como héroes y la simbología ustacha reaparece, cada vez con más frecuencia. Donde su presencia se hace más evidente es durante los partidos de la idolatrada selección nacional de fútbol, cuando en las gradas se corea el grito «Za dom spremni” [Por la patria, ¡listos!], el saludo oficial del régimen ustascha, sin que ello sea condenado por la actual presidenta, Kolinda Grabar-Kitarovi, que lo califica simplemente como “un antiguo saludo croata”. Desde que este país logró la independencia, se calcula que más de 3.000 monumentos antifascistas han sido destruidos.
Pero Croacia no es un caso aislado. También en Serbia, Bosnia y Kosovo los criminales de guerra son elevados a la categoría de héroes entre una población cuyo nivel de vida sigue lejos de los que tuvieron antes de las guerras de los 90. Por ello, a pesar de las críticas a la forma en que se facilitó la integración de Croacia en la UE –sin atender antes a las demandas de los serbios exiliados de Croacia, que exigían el pago de sus pensiones y la devolución de los pisos que les fueron confiscados–, Jovan cree que una Europa fuerte puede garantizar paz y estabilidad. Tanto es así, que cree que incluso podría solucionar el complejo tema de Kosovo.
«Los albaneses insisten en el proyecto de una Gran Albania”, asegura Jovan, “pero, si estuvieran en la Unión Europea, olvidarían esas pretensiones porque todos formaríamos parte de lo mismo”. Para quienes conocen la compleja realidad kosovar, la solución puede parecer utópica. Sin embargo, también lo fue en su momento la unificación europea. “Aunque ahora parezca normal, tras la Segunda Guerra Mundial era difícil imaginar que un día Europa estaría unida. Pero las situaciones cambian y con ello las circunstancias”, concluye Jovan, esperanzado en ver el libro más abierto que cerrado.