Puede que sea arrastrar tanta sed por el desierto como para imaginar un enorme charco de agua cristalina, fresca, potable. Que contar las cosas de otra manera parezca un espejismo en medio del fetichismo por el fuego y las ganas de hacerle el boca a boca a objetos inanimados que tienen los voceros de los grandes grupos empresariales de la comunicación. No hace falta dar nombres de estos últimos, están todo el tiempo en todos-los-sitios, en platós o despachos, mientras envían a sus soldados con micrófono y casco. Son tan conocidos, ellos y sus empleadores, que aquí corremos el riesgo de girar la mirada hacia lo que a muchos puede dar la impresión de ser un nicho. Se toman tan en serio que esta violencia diaria siga llamándose normalidad entre spots y banners de bancos que si esto cae en sus manos pensarán que aquí hablamos de unos pocos radicales, irresponsables, jóvenes aun por madurar y descubrir que en sociedad la única brasa liberadora es la del domingo en que te da por invitar a tus amigos a unas chuletas en la terraza de tu casa en un PAU.
Esa, la de la edad, es una de las brechas que la reacción a la sentencia del Supremo contra los presos políticos catalanes nos ha mostrado más en la cara. No la única. La del alarmismo y la solemnidad a la hora de hacer un relato no ha sido mucho menor. Prietas las filas del régimen quiere decir que tensos los dedos en el teclado y miedo a enfadar a clientes que tampoco te van a solucionar nada el día en que tengas cara de gasto. La libertad y la frescura solo como borrador o toma falsa. Por fortuna, y a la vez que veíamos a media agenda pasarse a Telegram, también teníamos la cobertura instantánea que Andrea Gumes hacía sobre el asfalto barcelonés. “La revolución de los pies planos” escribía sobre la séptima noche de movilización con zapatillas, y es un buen resumen de cómo la periodista ha optado por tuitear con un enfoque natural de los hechos , tan cercano al costumbrismo como alejado de proclamas radicaloides desde un sofá. Ha sido una semana en la calle. “Estoy en shock, en estado de alerta, adrenalínica y a ratos frustrada. Han pasado ya unos días y empiezo a tener hasta el síndrome de la impostora. ¿Qué hago en la calle?, ¿de qué lado estoy?, ¿tengo que escoger bando?, ¿hay realmente bandos?, ¿estoy esperando a que me detengan o salir herida?, ¿tengo suficientes motivos? Soy toda contradicciones y creo que nos quieren así, nerviosos y dudando”, asegura. También que “es duro a nivel entorno, amigxs que no entienden que pueda estar cada día en la calle, grupos de whatsapp en tensión, silencios incómodos, gente a la que le empieza a parecer monotemático que ahora solo hable de esto. A la vez no quiero dejar de estar en la calle, creo que es un momento muy importante, de alguna manera me he buscado un entorno seguro , un refugio, de gente afín con la que poder discutir y dialogar estos días y poder decir por la mañana: oye, ¿alguien más ha soñado que nos zurraban muy fuerte? ”.
Para Gumes, como para otras cientos de miles de personas, lo sucedido no se ha limitado al tiempo que el trabajo deja libre . Uno de los dos programas de Radio Primavera, Tardeo , suspendió su emisión el día en que conocimos “una sentencia que vulnera derechos civiles y políticos”. Tampoco hizo el Ciberlocutorio semanal que conducen ella y la periodista y escritora Anna Pacheco , que a su vez aplazó la presentación que esa semana había prevista de su novela Listas, guapas, limpias .
Esta semana Gumes ha dedicado el editorial de Tardeo a las detenidas Xènia, Andrea y Paula . A su reporte diario, ella misma le quita mérito. “Es lo que he visto desde mi metro sesenta de altura y también es un poco al lado de quién te pones, en qué espacio te sitúas . Yo he querido estar al lado de los que salían a protestar, de lo que yo he considerado que era desobediencia civil. Al final te toca correr, protegerte de porrazos o de grupos fascistas que campan por las calles de caza”, cuenta.
También ha sabido dónde situarse el comunicador Albert Lloreta . Su vídeo Sobre la violència i el tsunami democràtic ha alcanzado casi 200.000 visualizaciones en menos de una semana. En él desmonta mantras de ciertos sectores independentistas como “esta es la imagen que quieren que demos” o “el mundo nos mira” defendiendo el derecho a estar enfadado o recordando la ventana de Overton y que “la paz no un simulacro de que todo va bien”. Lloreta es crítico respecto a cómo se ha contado la protesta en los medios hegemónicos. “Todo parece cuestión de tiempo. De pronto y en un primer momento, las cosas son como dice la versión oficial. Se propaga el discurso de que los choques con la policía son cosa de infiltrados violentos o grupos organizados que generan violencia en la calle. Luego ya hay matices, como que son jóvenes centennials frustrados por la represión del 1O y la sentencia y que salen a confrontar un presente sin esperanza. Son los periodistas quienes van colando el nuevo relato bajo el muro de contención ideológica que suelen ser las direcciones de los medios . Los relatos que acaban flotando en los medios surgen primero en internet de forma dispersa y libre, como un vídeo de Instagram o un hilo de Twitter , y después van calando entre los periodistas, primero, y los editoriales de los medios mucho, mucho después. Ahora estamos en un momento intermedio, los editoriales son duras contra los activistas, pero los opinadores y periodistas los humanizan. Es curioso que, probablemente, los mismos medios que han colaborado en la criminalización de quien protesta acaben haciéndoles a estos retratos más románticos para vender diarios de aquí a unos años. Mira cómo se trata hoy en día la Semana Trágica y todo el concepto de Barcelona como Rosa de Foc. Y no olvidemos la distancia física, que también genera un cambio en el discurso: lo que vale para Gamonal, Chile o Hong Kong no vale para Barcelona ”.
Autocuidados, medios hegemónicos y humor
En un artículo merecidamente viral , el periodista Hibai Arbide recogía el guante de otro compañero, Jose Durán, que aseguraba encender la televisión, escuchar a tertulianos de la cadena pública y no entender cuándo habíamos dejado de compartir planeta. Nos ha pasado un poco a todos al mínimo contacto con los grandes medios. Empresas o entidades poco sospechosas de ser antisistema como el Festival de Sitges, el CCCB, el FC Barcelona o Primavera Sound condenaban la sentencia contra los políticos catalanes mientras que una pequeña exposición a la percebida en el imaginario colectivo como cadena progresista azuzaba la idea de que de una vez los militares invadieran el centro de una Barcelona de la que solo se mostraba en pantalla, parafraseando a –la Premio Nacional de Narrativa 2019– Cristina Morales, fuego en lugar de cafeterías abiertas. Todos los grandes medios, incluso la alcaldesa, coincidían en algo: los manifestantes debían respetar el mobiliario de zonas, como el Eixample, cuya subida del precio de los alquileres ha expulsado a muchos lejos de ellas.
Gumes, que sabía que ante la previsible distorsión sería interesante “mostrar lo que veía como si fuera un relato para mis conocidos” no ha necesitado poner la tele estos días. Ve lo que dice La Sexta a través de capturas. “Mi canal de información ahora mismo es Telegram, los vídeos y fotos de Twitter y Betevé en el ordenador, sobre todo desde que dejaron la tertulia para poner directamente cámaras en las calles. Sé que esto es una burbuja y que yo misma me he encerrado en ella, pero ahora mismo es una protección que me he impuesto a modo de cuidados . No me apetece enervarme ante la televisión, pero me pasa igual con artículos o columnas, o incluso algún o alguna tuitero/a que admiro, y que pienso que cómo puede estar tan perdido/a”, afirma le periodista que, pasados unos días, volverá a “abrir el abanico informativo”.
Han sido días en los que era fácil que otra disonancia cognitiva fuera entre lo que mostraba la pantalla grande del bar y nuestro móvil. En la primera, el gesto circunspecto del ministro Grande-Marlaska asegurando ir hasta el final para averiguar quién estaba detrás de la organización de las protestas; en nuestra mano, una sátira salida de la cabeza del editor audiovisual Pol Mallafré que han visto, solo por un tuit, como mínimo 50.000 personas. El diálogo tarantinesco entre un manifestante y un dealer de códigos QR de Tsunami Democràtic ya ha dejado uno de los latiguillos del malestar post-sentencia: “La Brimo està que trina” .
Mallafré, la persona detrás del canal Mockudramas , afirma que le indigna, más que la violencia policial, “que les regalen al día siguiente un jamón o que los medios traten el tema con tanta maldad y miopía”. “Estos días he parado todos los procesos creativos para estar únicamente pendiente de la actualidad. Creo que no soy el único, con quien he hablado coincide en que son días muy difíciles de gestionar emocionalmente y para concentrarse. Prefiero mantenerme callado o en segundo plano por ejemplo en Twitter, donde ando con mucho cuidado para no herir ninguna sensibilidad y en la mayoría de los casos opto por el silencio. Tampoco me apetece reír cuando acabo de ver a alguien partirle la cabeza a otro. Y me flipaba la gente que andaba por las redes con total normalidad siguiendo con sus movidas ”, cuenta el editor. Sobre si habrá más vídeos de Mockudramas sobre el tema, Mallafré asegura que sí pero también que no quiere precipitarse “y arrancar una maquinaria de vídeos sin sentido solo para hacer grande el canal y mis redes”.
Encontrará fuente y a la vez competidor en la propia realidad. El momento del pasado programa de 30 Minuts (TV3) en que un miembro de su equipo comunica a Quim Torra la negativa de Pedro Sánchez de ponerse al teléfono se parecía demasiado a una mezcla de capítulo de The Office y película de Todd Solondz. “Eso es imposible de superar. Cuando haces parodia de algo ridículo corres el riesgo de no hacer gracia. En este caso, eso de Torra ya es una parodia en si misma. Y hacer una parodia de una parodia es un terreno para los muy valientes”, dice Mallafré.
¿Una nueva cultura de la protesta?
No son precisamente paródicos, sino más bien un homenaje a quienes han puesto el cuerpo estos días en la calle, los últimos memes de Blanca Martínez . Una barricada contrapuesta a la balsa de Medusa de Delacroix o dos manifestantes jugando al ajedrez versus los jugadores de cartas de Otto Dix son dos ejemplos.
Tampoco han sido tibios en el espacio en el que Martínez trabaja, El Bloque TV , en cuyos stories de Instagram ha habido consejos antirrepresivos, ni en la editorial del programa de radio La Sotana , ni por supuesto las raperas Tribade, que han llevado su solidaridad con las detenidas hasta la prisión de Wad Ras . Se han mojado también Los Voluble , haciendo una revisión de urgencia de su clip para la canción de Fiera en Fundación Robo, Erik Urano e incluso Yung Beef y su sello La Vendición . Tampoco se han cortado Pol Vidal Ribas, Arnau Sabater y Carles Antón Gibert. Como Flashy Icecream y Chill C han publicado la canción más ad hoc para las protestas de estos pasados días: Llàgrimes de sang . “Nos vimos obligados a expresar nuestros sentimientos como mejor sabemos. Escribimos el tema en una tarde en el estudio mientras masterizábamos nuestro nuevo disco, que se retrasa precisamente por estos incidentes. Eso fue un jueves por la tarde y el viernes durante la Marxa per la Llibertat grabamos el vídeo”, nos cuentan. Subieron la canción a Instagram para no ser acusados de monetizar la lucha pero tras muchas peticiones accedieron a colgarla en Spotify. Eso sí, todo lo que saquen de ella lo donarán a colectivos como Sanitaris per la Repùblica, un grupo desde médicos a psicólogos que ayudan desde la primera línea en manifestaciones de riesgo.
“Ha quedado demostrado que años de diálogo y protestas pacíficas no han sido suficientes para que se escuche la voluntad de un pueblo. Los jóvenes hemos crecido con este sentimiento y además hemos tenido que ver cómo se agredía a nuestro pueblo o se metía en la cárcel a nuestros líderes políticos. Ha habido un cambio anímico entre la gente, sobre todo entre la juventud”, resume el grupo. “Hemos crecido con cada porrazo”, “esto por cada vez que han tocado a nuestras yayas” o “el puño arriba por quien no puede estar en casa” son líneas de la canción que subrayan su discurso.
Como escribía la periodista Clàudia Rius en un brillante reportaje sobre los manifestantes más jóvenes de estos últimos días, “la del 2000 es una generación que se ha instruido en valores emancipadores pero que estructuralmente se ha encontrado un mundo en plena decadencia”. Chavalas y chavales familiarizados con conceptos como empoderamiento, capaces de resignificar letras de Rosalía o La Zowi en protestas políticas, pero condenados -de momento, y en ello están para revertirlo- a las crisis de la precariedad laboral, vivienda o climática, que son lo que han vivido desde que tienen uso de razón.
A diferencia de ciertas interpretaciones del 15M, aquí no parece haber un “qué hay de lo mío” porque ya de entrada no hay nada “tuyo”. Dicho de otro modo, y aunque a muchos babyboomers y algún millennial no les cuadre, cada selfie convive de manera natural con la certeza de que apenas hay salida individual en este juego del demonio y con el teléfono de los abogados de la mani apuntado en el brazo . Gumes cree que “ya basta de esta historia de que los jóvenes son apáticos, vagos y apolíticos. Creo que es el momento que muchos han encontrado para evidenciar que no están contentos. Estos mismos jóvenes a los que luego los oyes decir, ‘estad atentos que no se nos escape el último tren’. Me encanta esta normalidad en medio del caos . Cuando empezó la autodefensa con barricadas, no sabes la de motos que llegamos a apartar, un montón de jóvenes cerca del fuego sacando motos de esas enormes entre cinco. ¿Eso sale en los grandes medios?”.
Lloreta cree que el cambio generacional, y un nuevo ciclo político, han dotado a las protestas de una actitud más firme. “El 1O supuso un choque contra la realidad: la autodeterminación requiere confrontación, los partidos piensan más en sus intereses que en proteger a los ciudadanos y hay víctimas injustas de la represión. Son cosas que han pasado siempre, pero ahora vividas en la propia piel . Por eso, ahora ya no es tanto sonreír como cuidarse .
También, como dice Clàudia Rius en su reportaje, tras ese ‘cuidarse’ hay una nueva cultura que impregna el espacio independentista: la de las luchas feministas, ecologistas y antirracistas , que dan profundidad a la protesta. Y así como la sonrisa era un poco de cara a la galería, el cuidarse llena también de contenido el movimiento independentista”, opina el comunicador. ¿Estamos viviendo el final de la validez del lema som gent de pau ? “Una década de procés nos ha llevado a una serie de preconcepciones sobre quiénes somos los catalanes, qué tenemos derecho a hacer y qué no, y qué tipo de acciones nos representan. El procés, como fenómeno cultural, consiguió introducir en mucha gente la idea de que los gestos performativos son relevantes, que estamos en un escenario y el mundo es el público. Que se valora nuestra capacidad de hacer cosas espectaculares y originales y sacar muy buena nota. Nunca ha premiado, el procés, la efectividad o la dureza de la situación real. El lugar común más difícil de desmontar es confundir desobediencia no violenta con actos simbólicos en la plaza del barrio, cantar Els Segadors, pedir unidad y marchar a casa. Costará hacer calar que la desobediencia pacífica también quiere decir hacer cosas que son justas pero ilegales, como bloquearle el paso a la policía, cortar carreteras u ocupar edificios . La fisura del discurso procesista es el 1O: la violencia policial de aquel día es la señal de que lo que pasaba era realmente desobediente ”.
“Lo mejor de todo es ver cómo un proceso que empezó en manos de unos señores mayores que decían palabras vacías, boom, de golpe, se les ha escurrido de las manos”, afirma Gumes. “Ahora son ellos los que no entienden nada. Cada nueva declaración es una muestra más de lo perdidos que están y de su incapacidad por controlar a la gente. La cara de Gabriel Rufián en Via Laietana es el meme definitivo, el resumen de todo”.