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Internacional | Sociedad

Italia y el machismo eterno

El goteo de feminicidios sigue asolando Italia. En 2023, el asesinato de la joven Giulia Cecchettin sacó por primera vez a la calle a la sociedad italiana. Parecía que algo iba a cambiar. Esta semana, las muertes de dos veinteañeras a manos de sus exnovios confirman que romper con el patriarcado continúa siendo una asignatura pendiente.

Una muestra de arte urbano dedicado a Giulia Cecchettin cerca de la Piazza del Duomo, en Milán. PAMELA ROVARIS / MONDADORI PORTFOLIO / REUTERS
Barbara Celis
04 abril 2025 Una lectura de 10 minutos
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Este reportaje se publicó originalmente en #LaMarea104. Puedes conseguir la revista aquí o suscribirte y apoyar el periodismo independiente.

En la película Siempre nos quedará mañana (2023) que sacudió Italia al llevar por primera vez la violencia machista al celuloide, hay una escena en la que un marido abofetea a su esposa a cámara lenta. El filme, de la directora italiana Paola Cortellesi, transcurre en 1946, año en que las mujeres italianas pudieron votar por primera vez. El patriarcado dominaba completamente aquella sociedad de posguerra, igual que las del resto de sociedades europeas.

Casi 80 años más tarde, y a pesar de que aún hay un 7% de europeos que piensan que abofetear a su pareja de vez en cuando es aceptable (lo dice el último Eurobarómetro 2024 sobre Estereotipos de Género de la UE), Europa ha progresado en igualdad de género. Sin embargo, para quienes vivimos en Italia, la percepción es que el machismo es aquí más evidente que en los países vecinos. Más de 100 asesinadas en 2024, micromachismos, hipersexualización de mujeres y niñas obsesionadas con su aspecto físico, titulares sobre feminicidios que se recrean en el aspecto culebronesco de historias de amor aún llamadas pasionales, mansplaining continuo, homofobia explícita, jefes que le preguntan a sus empleados «a cuál de tus compañeras de trabajo te follarías» y madres que aún le dicen a sus hijas «cásate con un hombre rico que te mantenga». Pueden parecer percepciones personales pero, más allá de la subjetividad, los datos lo confirman.

En el Global Gender Gap Report 2024 que el Foro Económico Mundial utiliza para medir la paridad de género entre 146 países, Italia ocupa el puesto 87º frente al 10º de España. A escala europea, mientras España figura en el puesto número 4 del Gender Equality Index 2024 del Instituto Europeo para la Igualdad de Género (tras Suecia, Holanda y Dinamarca), Italia está situada en el 14 y es el país con la tasa de empleo femenino más baja de toda la UE: solamente el 65,5% de las mujeres italianas tienen un trabajo remunerado, frente al 75,6% en España.

Hay otros datos reveladores: el 38% de los italianos cree que es aceptable controlar las finanzas de su pareja (frente al 26% de los españoles) y al 24% le parece apropiado controlar sus actividades o relaciones (frente al 13% de los españoles).

El patriarcado impenitente

El patriarcado es una tela de araña tupida, tejida a lo largo de muchos siglos, y cuya densidad, robustez y resistencia anuncian aún décadas de sudor y trabajo para deshacerla. «En Italia, además, tenemos el Vaticano, un Estado invisible dentro del Estado que lo permea y lo contamina todo con su cultura moralista: los partidos políticos, la educación –considera que la educación sexual no existe en las escuelas porque las familias católicas la rechazan– y hasta los movimientos feministas». Francesca Ceccarelli nos lo cuenta a primeros de diciembre sentada en el stand de la revista feminista Frisson, de la que es editora, en la feria del libro Más Libros Más Libres, en Roma. «Ni siquiera las mujeres que están en el poder asumen modos de liderazgo diferentes. Siguen los patrones masculinos. Hasta la primera ministra, Georgia Meloni, se hace llamar presidente en lugar de presidenta. Las palabras definen la realidad. Si ya en la palabra reniegas de tu género es imposible que veas el resto de la problemática», explica.

La revista Frisson estuvo a punto de renunciar a la cita con Más Libros Más Libres porque entre los invitados a la feria de este año había un filósofo, Leonardo Caffo, pendiente de una sentencia por agresiones machistas a su exmujer (después ha sido condenado a cuatro años de cárcel). Finalmente, él mismo renunció, pero su invitación, que llevó a la retirada de editoriales y escritores como forma de protesta, desató una gran polvareda, entre otras cosas, porque este año la feria estaba dedicada a la memoria de Giulia Cecchettin, la estudiante de 22 años que fue víctima en 2023 del primer feminicidio que sacó a la calle en masa a la sociedad italiana para protestar contra la violencia machista.

«Un delito de poder»

También fue el primer feminicidio que puso las expresiones «patriarcado» y «feminicidio de Estado» sobre la mesa de los italianos a la hora de la cena. Fue un plato que se sirvió frío durante el funeral de Giulia y que se le atragantó a muchos: con un país en lágrimas tras seguir con morbosidad su secuestro y la persecución del exnovio asesino durante una semana en titulares cargados de tópicos del género «crimen pasional», Elena Cecchettin, hermana de la víctima, hizo temblar los cimientos del patriarcado italiano en prime time durante una entrevista en directo: «A Turetta (el asesino de Giulia) se le suele definir como un monstruo, pero no es un monstruo. Un monstruo es una excepción, una persona externa a la sociedad, una persona de la que la sociedad no debe hacerse responsable. Y, sin embargo, hay responsabilidad. Los monstruos no están enfermos, son hijos sanos del patriarcado, de la cultura de la violación. La cultura de la violación es la que legitima cualquier comportamiento que dañe la figura de la mujer. […] El feminicidio es un homicidio de Estado, porque el Estado no nos protege. No es un delito pasional, es un delito de poder». Su entrevistadora, que en realidad buscaba un «¿y tú cómo te sientes?» al más puro estilo Nieves Herrero, se quedó sin palabras. El resto de Italia también.

Para Corinna de Cesare, periodista fundadora de la startup de información con perspectiva de género The Period, la familia Cecchettin «pronunció las palabras precisas en el momento más difícil para ellos y eso provocó una toma de conciencia colectiva en todo el país. Hay un antes y un después en la opinión pública, aunque la familia ha pagado un precio alto ya que Elena se ha convertido en el blanco de la política de derechas y de su prensa», explica De Cesare, también coautora del pódcast Una volta un uomo (‘Una vez un hombre’).

Justo un año después, la familia ha creado la Fundación Giulia Cecchettin, cuyo principal objetivo es promover un giro radical «para cambiar la dimensión estructural y cultural que alimenta la violencia de género». Busca llevar la educación sexual y afectiva a los colegios, trabajar con asociaciones de mujeres maltratadas y ofrecer becas a mujeres para estudiar carreras de ciencias ya que Giulia estaba a punto de licenciarse en ingeniería biomédica cuando la asesinaron.

Sveva Avveduto, presidenta emérita del Consejo Nacional de Investigación italiano y presidenta de la Asociación Mujeres y Ciencia, coincide en que la educación y los estímulos son clave para que las mujeres jóvenes rompan con los estereotipos. «Hacen falta más cuotas, más incentivos para favorecer la paridad de género y, sobre todo, hay que poner más recursos en educación a la igualdad. La política podría ayudar mucho, pero ahora en Italia ocurre lo contrario. En cambio, la sociedad parece vivir un momento muy activo a favor de los cambios», explica a La Marea. En el ámbito de la ciencia ella dice ser testigo de una transformación, aunque lenta. «Hoy ya vemos que en muchas carreras de ciencias entran un 50% de hombres y un 50% de mujeres. El problema es que muchas mujeres se quedan por el camino. Por eso hay que crear incentivos y hacerles ver que ellas también están a la altura. Los estereotipos de género han vinculado siempre la ciencia con el hombre y todos esos siglos pesan incluso en la perspectiva que la mujer tiene de sí misma y de sus capacidades».

Falta de sororidad

En ese sentido se expresa también la escritora y periodista Flaminia Festuccia, quien en declaraciones a La Marea echa de menos la sororidad que sí dice haber visto en otros países. «En Italia aún falta que las mujeres nos unamos y trabajemos juntas. El patriarcado está muy interiorizado. Aquí ser mujer aún se considera peor que ser hombre, y por eso las arquitectas y las ingenieras prefieren que las llamen arquitecto o ingeniero, porque temen que, al ser definidas en femenino, las consideren menos profesionales. Por suerte hay una nueva generación de jóvenes muy combativa. Ellas son la esperanza».

Italia y el machismo eterno
Imagen de una de las muchas manifestaciones que recorrieron Italia tras el asesinato de Giulia Cecchettin. «El feminicidio es un homicidio de Estado» y «Nos queremos vivas», dicen los carteles de esta protesta realizada en la Universidad de Milán. CLAUDIA GRECO / REUTERS

Gracias a esas nuevas generaciones, Gino Cecchettin es hoy un padre fuera de lo común que habla de patriarcado como una feminista más. «Todo me lo ha enseñado mi hija Elena tras perder a Giulia», ha dicho. De ella ha aprendido también que la educación es «el primer paso para cambiar la cultura machista de este país». Sin la colaboración de hombres como Gino, el camino será más arduo.

No obstante, también es esencial que los gobiernos se impliquen con medidas concretas, pero eso parece estar lejos del horizonte del gabinete de extrema derecha de Meloni, que aún asocia feminicidios con inmigración. El pasado 25-N, día escogido por la familia Cecchettin para presentar su fundación ante el Congreso italiano, el ministro de Educación, Giuseppe Valditara, pronunció un discurso en el que calificó el patriarcado de ideología y a los feminicidas de ser fundamentalmente de origen inmigrante.

La realidad de las cifras es otra: el 75% de los feminicidas son italianos en un país con un 9% de extranjeros. «Si en vez de hacer propaganda durante la presentación de una fundación que lleva el nombre de una mujer asesinada por un un hombre blanco, italiano y de buena familia se nos escuchara, no seguirían muriendo cientos de mujeres en Italia cada año», replicó Elena Cecchettin en redes sociales. El padre tampoco se mordió la lengua: «¿Qué ha propuesto durante este año el Gobierno? ¿Por qué siempre tienen que ser las familias de las víctimas las que unan fuerzas y creen cosas positivas para el futuro?».

Pese a que ya hay más de 100 feminicidios este año, el llamado «efecto Cecchettin» no deja dudas: durante el primer trimestre de 2024 las llamadas al 1522, el número para solicitar ayuda contra agresiones machistas, se dispararon un 83% y a lo largo de 2024 los centros de acogida a mujeres maltratadas también registraron un aumento del 14% respecto al año anterior.

La política ausente

Pero la falta de interés sobre estos temas por parte de todos los políticos italianos, incluido el Partido Democrático de Elly Schlein, también puede medirse: tras analizar 300.000 posts de políticos y políticas nacionales, regionales y locales, el estudio Más allá de las palabras. Narración política y percepción pública sobre la violencia machista, de la ONG Action Aid, concluyó que sólo el 1,5% de sus posts se ha centrado en denunciar este problema, casi siempre en relación con una fecha femenina (8 de marzo o 25 de noviembre), y cuando lo hacen a menudo sus mensajes son engañosos: confunden datos y términos, alimentan el sexismo benévolo, atribuyen las causas a cuestiones étnico-religiosas, lo mezclan con temas de seguridad pública o hablan de castración química para resolverlo.

Italia y el machismo eterno
Francesca Ceccarelli (dcha.), editora de la revista feminista Frisson, e Ilaria Magni, una colaboradora de la publación, durante la feria Más Libros Más Libres. BARBARA CELIS

El feminismo en Italia era muy activo en los años setenta, tanto que pese al Vaticano, fue uno de los primeros países de Europa que aprobó una ley del aborto (en 1978). Pero el feminismo fue marginado por el poderoso Partido Comunista de aquella época por miedo a que les restara votos y nunca ha regresado al primer plano de la política. «Hoy la izquierda ignora el feminismo y la derecha busca el retroceso en los derechos reproductivos sin que la izquierda realmente se oponga. Incluso hay candidatos de izquierda antiabortistas, lo que demuestra el peso del catolicismo en la política. En los últimos 30 años no se han afrontado los problemas estructurales y culturales creados por el patriarcado, sólo se han puesto parches, no se han creado instrumentos eficaces para enfrentarse a la brecha de género y romper el techo de cristal en cuestión de sueldos, empleos, igualdad de oportunidades… Lo peor es que no son temas de derechas o de izquierdas, es una cuestión de progreso y derechos que nos beneficiarían a todos, pero Italia aún se niega a ver la realidad», concluye Corinna de Cesare.

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Comentarios
  1. Gus dice:
    13/04/2025 a las 09:08

    Ahora empieza una semana de aclamación (y procesamiento/procesionamiento) popular de la misoginia católica.

    Responder

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