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“Entre tres musulmanas y una latina, le dan el trabajo a la latina”

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“Entre tres musulmanas y una latina, le dan el trabajo a la latina”

Los prejuicios alimentan el paro y la precariedad en el colectivo árabe, que denuncia la falta de comprensión de los empleadores ante tradiciones como el Ramadán o el uso del pañuelo.

Familias pasean por una calle. SARAI RUA
Olivia Carballar y Santiago Sáez
12 octubre 2016 Una lectura de 4 minutos
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Este reportaje está incluido en #LaMarea42

En un claro en la selva de plásticos del levante almeriense, Bouchira trata de tranquilizar a Amin, uno de sus dos hijos gemelos. Los bebés nacieron hace un mes en el asentamiento de Don Domingo, a unos cientos de metros de la pedanía de San Isidro, en el término municipal de Níjar (Almería). En el poblado se mezclan chabolas y ruinas reconstruidas de un antiguo cortijo. Dos zonas separadas por invernaderos albergan a unas 100 personas, en su mayoría marroquíes como Bouchira. «No puedo trabajar, tengo que cuidar de los niños», dice sin perder la sonrisa. Pero en Don Domingo, el que no trabaja no cobra, y la miseria se desparrama por todas partes.

A Benaissa, un joven de unos 25 años, lo operaron de apendicitis a principios de agosto y, desde entonces, no trabaja. «Llevo dos días sin comer nada«, asegura mientras abre una desvencijada y vacía nevera. Su vecino Achraf, de 19 años, explica la situación: «En los invernaderos te contratan por días, y si un día no puedes venir, aunque sea porque estás enfermo, no te pagan». Achraf está cursando un módulo de peluquería con la esperanza de obtener un trabajo fuera de los invernaderos. Muchos de ellos no tienen estudios y terminan recluidos, como en una espiral sin fin, en trabajos de poca cualificación como la agricultura en Almería o la ganadería en los campos de Castilla. En las ciudades, además, la crisis se llevó por delante a las miles de familias musulmanas que vivían de la construcción. Los contratos en la obra fueron sustituidos por la economía sin papeles. Y lo mismo ocurrió en la hostelería, que llegó a ocupar al 40% de inmigrantes. Un barómetro de 2010 impulsado por los entonces ministerios de Trabajo e Inmigración, Justicia e Interior, situaba la tasa de desempleo del colectivo árabe por encima del 27%, siete puntos más que la media. Los más jóvenes, la segunda generación, tampoco se han librado de la lista del paro ni aun con estudios universitarios.

De todas las denuncias recogidas en el último informe de SOS Racismo del año 2014, el 4% se refiere a casos de discriminación laboral, relacionadas con la negativa de los empleadores a formalizar el contrato prometido o el abono de unos sueldos por debajo del salario mínimo. El número de quejas en este apartado se situó en 14. Un año antes, en 2013, hubo 47.

El trabajo es uno de los principales ámbitos en los que afloran los prejuicios, el rechazo al otro, a otra cultura, a otra religión. En el caso de las mujeres y en los empleos de cara al público, la discriminación es mucho más evidente. La Fundación Sevilla Acoge pone un ejemplo: cada vez que les llega una oferta de trabajo y proponen a tres mujeres musulmanas y a una latina, siempre eligen a la latina. «Necesito una persona que cuide a mi madre, pero es que a mi madre le dan miedo las mujeres con pañuelo», es la respuesta que suelen dar, según explica Asmaa Hallaga Messari, mediadora social en la organización.

«Hay prejuicios y desconocimiento. Creen que como no comen cerdo, tampoco lo pueden tocar o guisar. Y no saben que eso no es así. ¿Pero qué pasa con las mujeres que trabajan con cofia?», se pregunta. «Pues si no te gusta, vete a tu país», es la respuesta habitual que viene a continuación. Y no, insiste Hallaga: «No tengo por qué irme a otro país, porque a lo mejor soy de este país y aunque no lo fuera tengo derecho a que se respete mi identidad cultural».

En algunos hoteles es frecuente comprobar cómo las mujeres tienen asumido que parte de su uniforme como limpiadoras o camareras es quitarse el pañuelo. A la salida, se lo vuelven a poner. En muchos casos, son ahora las mujeres las que sostienen a la familia. Según una encuesta recogida en un informe de Amnistía Internacional, las percepciones sobre la discriminación sufrida por las mujeres musulmanas varían en función del lugar de nacimiento: las nacidas en Europa asociaban más a menudo el rechazo de una candidatura de empleo con discriminación por motivos de religión, mientras que las nacidas fuera del país de la UE donde ahora vivían pensaban que se debía a su origen étnico. Amnistía Internacional insiste en que las políticas aplicadas con el objetivo de promover «una determinada imagen de marca, complacer a los clientes o reforzar una noción de neutralidad» son discriminatorias. En algunos países, incluso, la prohibición del hiyab ha llevado a algunas mujeres a usar pelucas o gorros. En España, recientemente una mujer denunció a Acciona por impedirle trabajar con pañuelo en el aeropuerto de Mallorca.

El duro mes de ramadán

Sambajay Ndiaye, musulmán de Senegal, lleva 11 años en España. Trabaja en un invernadero en Murcia. El momento de mayor roce se produce durante el mes de Ramadán, en el que los adultos no pueden ingerir alimentos ni bebida entre la salida y la puesta del sol. Cuando coincide con el verano, las condiciones de humedad y altas temperaturas de los invernaderos pueden hacer muy duro el ayuno. Y los encargados, afirma Samba, como lo llaman sus amigos, no ayudan: «La misma persona que durante todo el año no te hace ni caso, en Ramadán no hace más que ofrecerte agua fría».

La Fiesta del Cordero, Eid al-Adha, es la celebración más importante del calendario musulmán. Muchos trabajadores de los invernaderos tampoco acuden esa jornada al tajo. El convenio colectivo provincial en el campo recoge su derecho a un día de permiso, pero no está retribuido. A pesar de los problemas, según Samba, no todos los jefes actúan de la misma manera: «Hay mucha gente, la mayoría, que trata de entenderte, que te pregunta y que está dispuesta a cambiar los horarios para empezar más temprano y evitar las horas de más calor, o trabajar menos horas y recuperarlas después». Pero al final, todo depende de los acuerdos verbales.

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