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Carta desde Islandia: “Estoy enfadada. ¿Cómo hemos permitido que sucediera?”

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Carta desde Islandia: “Estoy enfadada. ¿Cómo hemos permitido que sucediera?”

"Era increíble, los mismos partidos que nos metieron en aquel lío volvieron a acceder al poder. Habíamos trabajado tanto para echarlos y reemplazarlos por gente más sensible...", escribe Kristin Maria Autrey desde Reikiavik.

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10 abril 2016 Una lectura de 3 minutos
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Kristin Maria Autrey (REIKIAVIK ) // Hoy estoy enfadada. Estoy confusa, avergonzada y triste. Tengo el estómago revuelto. Está volviendo a ocurrir todo de nuevo, no lo puedo creer. ¿Cómo ha podido pasar? ¿Cómo hemos permitido que sucediera?

Hago memoria para recordar cómo pasamos a la acción durante el colapso económico de 2008, las marchas hasta la plaza del Parlamento para pedir la dimisión del gobierno de coalición de los conservadores del Partido de la Independencia y el centro-izquierda de la Alianza Socialdemócrata, pidiendo que asumieran responsabilidades por su comportamiento temerario, ignorando los avisos de los expertos en economía de todo el mundo y mostrando que eran absolutamente incapaces de manejar la cuestión.

Gente de toda procedencia se unió para protestar pacíficamente durante semanas. Entonces todo se precipitó, había nacido la revolución de las cacerolas, y algunas manifestaciones derivaron en disturbios. Finalmente, se celebraron elecciones. ¡Funcionó!

La democracia nunca había sido tan real – nos sentíamos esperanzados y con perspectivas de un futuro en el que un gobierno facilitaría el dialogo con lo público, un gobierno que compartiría los valores que la gente había expresado tan claramente, los propios de un Estado del bienestar nórdico.

Un nuevo gobierno de izquierdas fue configurado en la primavera de 2009. El Movimiento de Izquierda-Verde y la Alianza Socialdemócrata formaron una coalición y, aunque la situación era terrible, tenía que funcionar. La gente sabía que esperaba un duro camino y que sería difícil salir del embrollo. La nación islandesa había renacido y el encargo no era fácil.

Por desgracia, para muchos los avances eran demasiado lentos e insuficientes. La gente empezó a impacientarse. Previsiblemente, el Partido de la Independencia, de derechas, y el Partido Progresista, de centro-derecha, durante mucho tiempo colaboradores responsables de la privatización de la banca y del desempoderamiento de los reguladores, dedicaron su tiempo en la oposición a sembrar la semilla del descontento, proponiendo soluciones fantasiosas y preparando sus promesas electorales para la convocatoria de 2013.

Yo no creía que fuese posible que sus intrigas y maquinaciones funcionaran, pero volvieron a hacerse populares y crearon una coalición que les llevó a la victoria.

Era increíble, los mismos partidos que nos metieron en aquel lío volvieron a acceder al poder. Habíamos trabajado tanto para echarlos y reemplazarlos por gente más sensible… Pero todo fue en vano. Me sentí miembro del país más estúpido del mundo, uno con una memoria de corto alcance y fe en soluciones milagrosas.

Sigmundur David Gunnlaugsson fue nuestro primer ministro, un hombre que no ha hecho nada excepto daño desde su primer día en el gabinete, dividiendo a la gente en lugar de unirla. Él y su gobierno han dejado nuestro sistema de salud en andrajos, ha retrasado las investigaciones sobre el crack financiero y ha hecho los mayores recortes en el sistema educativo, entre otros. Y entonces es pillado mintiendo en una reciente entrevista sobre su implicación en el escándalo de los papeles de Panamá.

Él y otros dos ministros han estado implicados en secretas compañías off-shores, escondiendo fondos en paraísos fiscales. Finalmente, el primer ministro ha tenido que dimitir.
Nuestros ministros no son tontos, sabían de los peligros que los paraísos fiscales suponen para la economía. Son simplemente individuos corruptos que apelan a compartir los valores morales de nuestra sociedad, aunque ellos no los practiquen.

Irónicamente, Islandia es miembro del Consejo Nórdico que ha participado en la unidad contra la evasión de impuestos, además de ayudar a las investigaciones de la OCDE sobre paraísos fiscales.
Sí, estoy enfadada, y esta rabia no tiene nada que ver con la gente que tiene dinero, ni con diferencias ideológicas, sino con la verdad, la transparencia y la responsabilidad. Exigimos que nuestro gobierno, nuestras empresas y nuestra sociedad estén libre de corrupción.

Volvemos a estar en la misma plaza que en 2008. La gente está furiosa. Se ha sentido traicionada. Pedimos justicia y acabar con todo este circo. La revolución de las cacerolas ha vuelto a despertar. Pedimos elecciones ya y no pararemos hasta que nuestras demandas sean una realidad.

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