Internacional
Dajla: postal turística, historia borrada
Esta ciudad costera del Sáhara Occidental desaparece poco a poco bajo el lujo. Marruecos la está promocionando como destino vacacional mientras su población originaria vive bajo un sistema de opresión, persecución y desapariciones forzadas.
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Este reportaje sobre Dajla forma parte del dossier de #LaMarea108, dedicado al Sáhara Occidental. Puedes conseguir la revista aquí o suscribirte para recibirla y apoyar el periodismo independiente.
El último aterrizaje del sábado en el aeropuerto de Dakhla Oued Eddahab es un vuelo de Ryanair. Tras pasar los controles de pasaporte, un pequeño grupo de hombres aguardan para recoger a los pasajeros recién llegados de Madrid. Duotone, Dakhla Attitude o Dakhla Evasion son algunos de los nombres que se pueden leer en los carteles sostenidos por los chóferes de los resorts ubicados al sur de la península. Allí, turistas de diferentes nacionalidades europeas pasarán sus vacaciones en el llamado «paraíso del kitesurf» que el gobierno marroquí promociona en este territorio ocupado ilegalmente. En el trayecto hacia este «paraíso» se abren paso las dunas y las marismas; también abundan las vallas publicitarias en francés e inglés que anuncian nuevas construcciones de hoteles y viviendas de lujo. Detrás de esa postal se esconde un proceso de borrado sistemático de la identidad del pueblo saharaui, obligado al desplazamiento forzado y amenazado en su existencia.
Esparcimiento y vigilancia
Situada en el Sáhara Occidental, Dajla fue fundada durante la colonización española bajo el nombre de Villa Cisneros, y se convirtió en capital de la provincia de Río de Oro. En la actualidad, está dividida en dos áreas: en el centro de la ciudad se encuentra la población local y a unos 15 kilómetros al sur se alojan los turistas. En la zona de los turistas se encuentran la famosa playa PK25 (‘Punto kilométrico 25’), los resorts de lujo y la laguna para hacer deportes acuáticos. Está restringida y allí solo se puede acceder en taxi o en coche de alquiler. Diferentes puntos de control vigilan todo el tiempo quién entra y quién sale de esta zona. A menudo, los vehículos locales que entran son parados por las autoridades. Los turistas con coches de alquiler o chóferes, no.

Aquí, hoteles frente a la laguna y diferentes clubes de kitesurf proporcionan experiencias «impresionantes» alejadas del «turismo de masas», tanto en el desierto como en el mar. Así lo vende la empresa Duotone Procenter en su página web. Excursiones en camello, paseos en quad… Cientos de personas pasan las tardes practicando las diferentes actividades deportivas en el mismo territorio donde el asedio y la vigilancia policial son constantes y suelen acabar en detenciones arbitrarias e ilegales. Entre los hoteles, uno lleva el nombre de «Albergue de nómadas», apropiándose de quienes realmente vivieron aquí. A pocos kilómetros se levanta el único espacio en Dajla que pretende acercar al visitante a la cultura saharaui, aunque no pasa de ser un decorado turístico: unas estructuras de madera mal colocadas, dos camellos y un salón de té. El encargado, un trabajador de origen subsahariano, admite no conocer la historia del pueblo saharaui y solo ofrece servicios. «Pueden tomar té [marroquí y a cinco euros, un precio desorbitado] y vestirse con la indumentaria tradicional». También se han apropiado de eso: melfa para las mujeres y darrá para los hombres. Además, ofrece una cena con espectáculo al caer el sol. «Sin reserva», advierte.

El contraste entre la superficie y lo que ocurre por detrás es permanente. La ocupación silenciosa continúa en el centro de la ciudad. El proceso urbanístico avanza a pasos agigantados: demoliciones constantes, plazas que desaparecen, calles levantadas…No quedan infraestructuras en pie. Lo único que se repite son los carteles anunciando apartamentos de lujo con piscina y baño privado y la constante presencia de banderas marroquíes para reforzar la idea de que aquí, en Dajla, no estás en el Sáhara Occidental. También la vigilancia resulta ineludible, con controles policiales cada pocos metros y uniformes militares en cada esquina.
Hoteles y chabolas
La propaganda oficial repite que la ciudad está «en expansión» y en «constante innovación y progreso». Los precios de algunos resorts pueden alcanzar los 2.000 euros por una semana de alojamiento con actividades incluidas, cuando en Marruecos el salario mínimo apenas llega a 290 euros al mes. Un ejemplo de este evidente contraste está en La Sarga, un pequeño asentamiento pesquero levantado con chabolas y chapas de aluminio. Justo enfrente se alza la escuela de surf Ocean Vagabond La Sarga, un complejo accesible solo para quienes pagan este tipo de paquetes turísticos.

Según los locales, el Estado ha ofrecido dinero a los pescadores para abandonar sus casas y dejar vía libre al «boom turístico» de La Sarga, pero allí las familias llevan años resistiendo la presión y defendiendo su modo de vida. El discurso de quienes comulgan con el régimen es claro: no se trata de expulsiones sino de «reubicaciones». «Les van a dar un lugar mejor», comenta un hotelero. Según él, se les ofrecen terrenos en mejores condiciones, con escuelas para sus hijos y ayudas para levantar nuevas viviendas. Insiste en que «no hay que ser demasiado codicioso en la vida» y describe a quienes se niegan a aceptar el trato como «los difíciles de manejar». La versión oficial presenta esta medida como una oportunidad de desarrollo; en la práctica, sin embargo, supone una nueva forma de borrar cualquier referencia al pueblo saharaui.
Marruecos ha diseñado un plan para «modernizar» Dajla, explica este hotelero. El Gobierno ofreció terrenos gratuitos, más un subsidio de entre el 20 y el 30% para levantar casas en nuevas zonas. No obstante, muchos se resistieron a aceptar el traslado. La respuesta del Estado fue la represión: tras varios años de ofertas rechazadas, acabaron desalojando barrios enteros. El relato oficial asegura que esas familias ahora «están bien» y «viven en casas que ellos mismos han construido». La realidad es que en Dajla la mayoría de edificios están a medio construir.
La represión en Dajla
La otra cara de Dajla es la del silencio forzado. En los últimos años, la ciudad se ha convertido en una vitrina turística, pero está cerrada al periodismo independiente. Quien intente documentar lo que ocurre allí se enfrenta a la vigilancia y la persecución. Un ejemplo: intenté reunirme con Hassan Zerouali, periodista y activista saharaui, pero fue detenido antes del encuentro. En un mensaje posterior, me relató lo sucedido: durante toda la noche intentó buscar la manera de acudir a la cita, pero le resultó imposible por la «vigilancia constante en las calles» y alrededor de sus casas. Su denuncia era clara: mientras en verano «se permite la entrada libre de extranjeros con fines turísticos», la población saharaui permanece bajo asedio. «Simplemente por intentar transmitir nuestra voz y relatar nuestra realidad», explica.
Zerouali, junto a otros activistas y periodistas, vive bajo una presión incesante. «Las autoridades de ocupación nos imponen una vigilancia permanente para impedirnos contactar con extranjeros o transmitir los testimonios del pueblo saharaui al mundo», añade. Su declaración revela hasta qué punto el régimen alauita controla el espacio físico e intenta hacer lo mismo con la narrativa.

Dajla es un reflejo del proyecto marroquí en el Sáhara Occidental: construir una imagen de modernidad y de desarrollo económico sobre un territorio ocupado mientras elimina la historia y la identidad saharaui. Y quienes osan hablar son silenciados.
Así pues, la ciudad funciona como un espejismo turístico: abierta a turistas europeos que buscan viento y olas, pero cerrada a periodistas que intentan contar lo que ocurre. En las playas, el visitante se cruza con escuelas de kitesurf y hoteles que promocionan un «paraíso en África». En los barrios saharauis, mientras tanto, la represión, el asedio policial y el borrado cultural son la norma.