Internacional
Los grupos de ahorro, el ‘banco’ con el que las mujeres cambian su vida
En el corazón de Etiopía, donde el acceso a servicios financieros formales es limitado, esta fórmula se ha convertido en toda una institución comunitaria.
;)
Sendera ONG* // Todos los mercados del mundo se parecen, al menos a primera vista. Hay bullicio, regateo, el olor entremezclado de frutas maduras, especias, telas y sudor. Gente que compra y gente que vende, una danza antigua que sostiene la vida cotidiana. Sin embargo, en Meki, una pequeña ciudad en el corazón de Etiopía, el mercado guarda un secreto luminoso: aquí, entre montones de tomates, sacos de grano y puestos de café, resuenan historias de transformación silenciosa, protagonizadas por mujeres que han aprendido a ahorrar juntas.
En una de las esquinas del mercado, bajo una lona descolorida por el sol, una mujer vende carbón. Se llama Alem. Y, como muchas otras, forma parte de un grupo de ahorro. Su negocio, aunque modesto, es suyo. No surgió de un préstamo bancario ni de una ayuda externa. Nació de una práctica sencilla pero poderosa: reunir pequeñas cantidades de dinero entre varias mujeres, semana tras semana, hasta que juntas construyen un capital con el que pueden cambiar sus vidas.
El poder de lo pequeño
Los grupos de ahorro funcionan con una lógica tan simple como eficaz. Son colectivos autogestionados, formados por mujeres del mismo vecindario o comunidad, que acuerdan reunirse periódicamente –por lo general, cada quince días– para aportar una suma fija de dinero. No se trata de grandes cantidades; en algunos casos, el equivalente a unos pocos birr (moneda etíope) basta para participar. Lo importante no es cuánto se aporta, sino la constancia y la confianza que se construye con el tiempo.
El dinero recolectado se guarda en una caja de ahorros con tres candados, cada uno en manos de una mujer distinta. De este modo, se garantiza que ninguna pueda abrirla sola. La transparencia es un pilar: cada reunión es pública para las integrantes, y cada transacción queda registrada en un cuaderno que todas pueden consultar.

Cuando una de las mujeres necesita un préstamo –para invertir en su negocio, comprar una cabra, pagar una matrícula escolar o enfrentar una emergencia médica– puede solicitarlo al grupo. Si la mayoría está de acuerdo, se le otorga el préstamo, que devolverá con un pequeño interés. Ese interés no va a un banco ni a una empresa financiera, sino que vuelve al grupo, a su caja de ahorros, aumentando el fondo común y beneficiando a todas.
Un banco sin edificio
En Meki, donde el acceso a servicios financieros formales es limitado, estos grupos de ahorro se han convertido en verdaderas instituciones comunitarias. No tienen oficinas, ni cajeros automáticos. Pero tienen algo más valioso: cercanía, compromiso y una red de apoyo real entre mujeres que comparten no solo la necesidad, sino también la esperanza.
Cada grupo decide sus propias normas: cuánto aportar, dónde reunirse, a quién conceder cada préstamo. Transcurrido un año, el fondo acumulado se divide y se reparte entre las integrantes según lo que cada una haya aportado, y vuelven a empezar un nuevo ciclo de ahorro. Algunas mujeres, tras haber solicitado y devuelto varios préstamos, muestran orgullosas cómo su negocio ha crecido lo suficiente como para sostenerse por sí solo.
Más que dinero
Pero lo que ocurre en estos grupos va mucho más allá de las finanzas. Las reuniones semanales se convierten en espacios de confianza, donde se comparten no solo cifras, sino también problemas familiares, dudas, alegrías. Las mujeres aprenden a hablar en público, a tomar decisiones, a manejar cuentas y, sobre todo, a creer en sí mismas. La educación financiera es parte del proceso, pero también lo es la autoestima.
Para muchas de ellas, al pertenecer a un grupo de ahorro es la primera vez que participan en una estructura organizada, más allá de su entorno familiar. Demuestran que tienen voz, que pueden liderar, que pueden negociar. Y esa transformación es tan profunda como cualquier cambio económico.
Historias que florecen
Volviendo de nuevo al mercado de Meki, y al saber más sobre las mujeres que lo conforman, lo miramos con otros ojos. Conocemos a Beza, la vendedora de frutas que ha ampliado su puesto. Y a Mihiret, que ahora paga la escuela de sus hijos sin pedir ayuda. Y a Konjit, que dejó de trabajar como jornalera para abrir una pequeña cafetería. Todas tienen algo en común: el punto de partida fue un grupo de ahorro.
En un mundo donde a menudo se piensa que el cambio viene desde arriba, estas mujeres nos recuerdan que a veces empieza con una decisión tan sencilla y tan humilde como guardar unas monedas en una caja de ahorros. El futuro, parece que nos quisiera decir Meki, no siempre se construye con grandes discursos o promesas. También se teje en silencio y complicidad, entre amigas, una mañana cualquiera, bajo el sol del mercado.
* María José Morales es responsable de proyectos en Etiopía de Sendera ONG.