El viejo oficio de hablar mal de Barcelona ha vivido este verano un incremento en la demanda de la mercancía que se vende a granel en los grandes medios con sede en Madrid. No hay nada más barato que hablar mal de Barcelona o de Catalunya para generar audiencia… ¡y funciona! Claro que funciona. Pensará el lector crítico que a continuación va a encontrarse con un elogio pseudoromántico que señale como enemigo a todo aquel que presente críticas a la sociedad catalana o a su capital, pero esta no es mi intención. Lo que aquí se pretende denunciar es una campaña mediática constante, que pasa de la baja a la alta intensidad según los intereses y la agenda política, y que utiliza el doble rasero y la especulación hollywoodiense como herramientas de trabajo para convertir lo que en Madrid o en cualquier rincón de la península sería una mera anécdota silenciada, en un evento trascendental en lo social y lo político que viene a confirmar todas las teorías de la Barcelona fracturada, de la Barcelona caótica y violenta, de la sociedad catalana inmersa en un tensión que tarde o temprano va a estallar en un brote violento. Es la campaña de la Barcelona triste y deprimente, por culpa, claro está, de los independentistas o de los okupas de Ada Colau, o de los dos, según guste.
De nuevo, el lector prudente se preguntará, ¿existirá también una campaña inversa equivalente? De medios catalanes que hablen mal de Madrid, justificada o injustificadamente, los hay y bastantes. Que hablen de España como una sociedad al borde de un conflicto violento sin justificación alguna, no. Por no entrar en la nula influencia que un medio catalán puede tener en Madrid, mientras que los madrileños tienen una significativa presencia en Barcelona.
La narrativa de la Barcelona que se encuentra a nada de un estallido violento está en marcha desde principios del mes de septiembre del año pasado. En El Confidencial, un medio que ha establecido una línea editorial que en el caso catalán apuesta por los tintes literarios preguerracivilistas, ya anunciaba el 11 de setiembre pasado de la mano de Antonio Casado que ‘La violencia planea sobre una Diada en forma de cruz’. Destaco uno de los párrafos del citado artículo para justificar el uso del adjetivo hollywoodiense: “sobre la marcha de esta tarde, además, planea el fantasma de la agitación callejera en su peor versión. Hay fundados temores de que pueda derivar en desorden público y violencia organizada. En El Confidencial informábamos este sábado de que se ha detectado un desembarco masivo de anarquistas procedentes de toda Europa, primos hermanos de la CUP, la fuerza política más radicalizada por ‘Cataluña mañana será republicana’”.
Lo bueno de escribir en la época de las fake news es que puedes publicar lo que te de la gana, que nadie va a venir a señalar tu falta absoluta de profesionalidad, y aún menos tu director, si has escrito lo que te había pedido. ¿Les suena algún grupo de anarquistas amiguitos de la CUP liderando alguna revolución violenta en el pasado mes de setiembre u octubre? Ese mismo 11 de setiembre Juan Luis Cebrián también puso en marcha la maquinaria mediática para hablar de violencia en Barcelona. “Violencia en definitiva, aunque en grado todavía menor, fue lo que hubo en las últimas sesiones del Parlament de Cataluña. Los atribulados dirigentes de la secesión, ya casi constituidos virtualmente en Convención aunque ellos no lo sepan, deberían recordar que esa etapa revolucionaria desencadenó el Terror, única manera de acallar a los disidentes”, se leía en una columna de opinión de El País titulada Visca Catalunya!
El 8 de setiembre, le había tocado el turno a Isabel San Sebastián que desde el diario ABC tituló lo siguiente: Cataluña, entre la violencia y la claudicación. “Nos movemos entre lo malo y lo peor. Entre el fuego de la calle incendiada por los radicales de las CUP y las brasas de una nueva claudicación ante quienes quebrantan la ley a sueldo del contribuyente. […] Aquí no hay consenso que valga. La responsabilidad recae sobre el presidente del Gobierno, investido del poder necesario. Es hora de dar la cara, a riesgo de que se la partan. El juego del gallina se acaba”, advierte en su texto la opinadora. En aquellos días, hasta La Sexta y Antonio García Ferreras se sumaron a la campaña de la Catalunya violenta. “Espero equivocarme, pero a día de hoy pienso que esto va a acabar en tensión y violencia en las calles”. Hasta en la televisión progre el relato era único y compartido con los demás grandes medios de la capital del Reino. Especulación hollywoodiense contra Barcelona.
Casi un año después, el único brote de violencia a gran escala fue el protagonizado por la Policía Nacional y la Guardia Civil durante el referéndum y, desde entonces, ha habido una colección de choques en las calles, gran parte de los cuales de baja intensidad y la mayoría protagonizados por grupos ultraespañolistas que consideran que la calle es suya y que pueden censurar la libertad de expresión de los demás como les plazca, atribuyéndose el papel de jueces y policía. Pero es que además del referéndum del día 1 de octubre, mes y medio antes, Barcelona había sufrido un atentado yihadista y la reacción popular fue la propia de una sociedad diversa, plural, respetuosa, educada y, sobre todo, pacífica, que salió consternada y en silencio a la calle y que puso en marcha desde el minuto uno una campaña social y mediática para frenar cualquier discurso de odio hacia los árabes y los musulmanes. El abrazo del padre de una víctima con un imán o la concentración antiracista de Las Ramblas fueron dos muestras de valentía que deberían enorgullecer a todos los barceloneses y a sus cronistas.
Pero, no. Barcelona es deprimente y triste. Y, además, está podrida. Así titulaba el periodista a sueldo de El Confidencial Juan Soto Ivars su crónica sobre la manifestación alternativa este 17 de agosto. Barcelona podrida: así envenenaron el homenaje a las víctimas, titulaba el artículo en el que asegura que lo que vio le dio “asco” y “vergüenza ajena” y que Barcelona es “la demostración de que la ciudades partidas tienden a podrirse”. Se ve que al autor le molesta mucho que haya gente que no quiera ir con el Rey y que, desde el silencio absoluto, desee pasearse por las Ramblas con carteles antimilitaristas. Y, el dolido periodista, se hunde ya irremediablemente al ver una imagen de fractura de esas que hacen temblar el alma: un cordón policial en medio de las Ramblas, que él interpreta que es para que los de los CDR y los españolistas no se arranquen los ojos. Su compañero de crónicas ese día, Marcos Lamelas, acaba su artículo con la florecilla editorial que no debe faltar: “el acto por tanto, puso de manifiesto una sociedad catalana rota, incapaz de unirse ni siquiera ante un atentado que costó 16 muertos y centenares de heridos”. Cuando la división se da en otros atentados terroristas o accidentes, como en el caso de las asociaciones de víctimas y partidos políticos con el 11M o el accidente del metro de Valencia, no pasa nada, y en caso de que se trate el tema, eso jamás se interpretará como síntoma de rotura de una sociedad entera. Son solo Catalunya y Barcelona las que están rotas, enfermas. Lo que pase en España son problemillas que ya se solucionan con buena voluntad política. La grave, lo realmente alarmante, sucede en la capital catalana y envenena las raíces de su sociedad. Doble vara de medir contra Barcelona.
Barcelona rota, fracturada, partida, resquebrajada. Esa es la idea a transmitir, cueste lo que cueste. Y si, como anunciaban hace un año, no hay hostias en las calles, pues se demoniza la pluralidad propia de una sociedad rica en ideologías y hiperactiva políticamente, se contrata a buenos novelistas, y tirando millas. En semanas anteriores hemos desayunado, comido y cenado en las televisiones españolas con las historias de una Barcelona violenta a punto del colapso, esta vez por culpa de la roja amiga de los okupas Ada Colau. Dos vídeos, el de unos taxistas reventando un coche de Uber con una familia dentro, y otro descontextualizado de unos manteros agrediendo a un turista, se han repetido, montado y musicalizado hasta convertir la capital catalana en lo que aparentemente es una de las ciudades más peligrosas de Europa. ¿Que no hay peleas en las discotecas de España? ¿Que no se insulta la gente en los estadios de fútbol? ¿Que no hay discusiones de tráfico subidas de tono en cada rotonda española? Se ve que no. Que Barcelona, por culpa de los okupas y los indepes, está echa un desastre. Cuando haya violencia de verdad en las calles, deben pensar los creadores de tal estrategia mediática, podrán autoproclamarse intelectuales visionarios y decir que ellos fueron los primeros en advertirlo. Lo que no entienden es que si algo une a la inmensa mayoría de los barceloneses de cualquier ideología política o religión es la cultura de la paz, el respeto y la pluralidad. O quizás si que lo entiendan, pero les interese más la piromanía.