Sociedad
València: la gran expulsión
‘La Marea’ inicia una serie de reportajes sobre la gentrificación. Las entregas analizarán, desde diferentes perspectivas, el proceso que sufre el distrito de la Saïdia (València) como paradigma de lo que ocurre en muchos barrios de las grandes ciudades.
Elisa Estellés tiene un comercio en el distrito de la Saïdia (València) donde reparte cajas. No, no las vende; las da, las regala. Elisa no regenta una papelería, ni un servicio de mensajería, sino un estanco. Desde hace un tiempo, algunos de sus clientes habituales le preguntan si le sobra alguna caja.
–Claro.
–Las necesito para la mudanza. Me echan de casa.
Uno de esos clientes es Baldo Montero. La primera vez que entró en el estanco para pedirle una, Elisa ya notó que algo no iba bien. Estaba nervioso, ofuscado. Cuando le explicó el motivo, la estanquera lo entendió todo: su casero le había dado dos meses para que desalojara el piso. Él (58 años); Ana Ariño, su pareja (48 años), y las dos hijas de Ana, de 19 y 17 años. «Y la perra», apunta Baldo. Y la perra.
La Saïdia tiene, según los datos del padrón de 2024, 48.383 habitantes. En campos de fútbol, eso equivale a un Mestalla casi lleno. El distrito está situado en la margen izquierda del antiguo cauce del río Turia, justo enfrente del casco histórico de la ciudad. De los cinco barrios que lo componen, Morvedre ocupa una posición central, privilegiada. Cruzar el puente peatonal de Serranos, un corto paseo de poco más de 200 metros, te deja en las torres que llevan el mismo nombre, uno de los puntos más turísticos de la ciudad. 200 metros. Esa es la distancia que separa la tranquilidad de un barrio obrero de los grupos de turistas apelotonados en torno a banderitas, las tiendas de recuerdos y los locales de alquiler de bicicletas y rutas en segway. La tranquilidad de un barrio obrero… ¿La tranquilidad de un barrio obrero? Algo no cuadra.
Jacobo Cruañes (33 años), trabajador social en la ONG Movimiento por la Paz, es otro de los clientes del estanco de Elisa. En sus ratos libres se dedica a rastrear los apartamentos turísticos ilegales que han proliferado en la zona: consulta si la vivienda está registrada oficialmente y, en caso contrario, la denuncia. Además, si tiene cámaras dirigidas a la calle sin el correspondiente aviso, eleva otra queja a la Agencia de Protección de Datos.
Es la forma que tiene de demostrar el compromiso con su barrio, un barrio, defiende, de «tradición obrera» y «muy plural» que está sufriendo las embestidas del turismo, «una actividad que no es inocua». «Aquí nos conocemos todos, esto es como un pueblo», reivindican en momentos diferentes, como si se hubieran leído la mente, Jacobo y Elisa. Está Iñaki, el fontanero de toda la vida; Lucas, el chico de la tienda y taller de bicis (nada de alquiler por horas); Electricidad Turia, el horno de la calle Ruaya, la pescadería Emilia… Y, sin embargo, algo está cambiando.
Al estanco de Elisa entran cada vez más extranjeros. Al menos, le sirve para practicar inglés:
–It’s normal Camel. It’s the same.
La estanquera intenta convencer a la chica que acaba de entrar de que el producto que ha pedido es el mismo que el que le ofrece, pero no hay forma. La fallida clienta da media vuelta y se va. Quizás regrese al edificio (que no está registrado como alojamiento turístico) del grupo Limehome que hay a la vuelta de la esquina –«Elige el apartamento que más te convenga. Sin contacto in situ, sin necesidad de recepción», anuncian en su web–. O a la residencia de Livensa Living (esta sí) que está un par de calles más allá, y que, además de habitaciones individuales equipadas con cocina y baño privado, ofrece «increíbles zonas comunes como piscina en la azotea», promocionan en su portal. O a alguna de los viviendas turísticas, con licencia o no, que se ofrecen en el barrio.
Pisos turísticos sin licencia
El estanco de Elisa está en la calle Visitación. Si Morvedre es el barrio central de la Saïdia, Visitación es el rovellet de l’ou de Morvedre. La calle central, la importante, donde pasan las cosas. Allí está, sin ir más lejos, el colegio de las trinitarias, el centro educativo de referencia del barrio desde hace décadas. La Generalitat tiene registrados nueve pisos turísticos en Visitación. Un recorrido atento por la calle –de casi 400 metros, según Google Maps– descubre, sin embargo, muchos más.
Los teclados numéricos en las entradas –hay un par en portales que dan acceso a múltiples viviendas– y las cámaras de seguridad son una pista definitiva. Al final de la calle, dos bajos han sido retranqueados para ofrecer una pequeña terraza a los huéspedes, que son recibidos con un hello en el felpudo. En algunos balcones, cuelgan pancartas reivindicativas: «Veïnat sí! Ni hotel ni turistificació del barri. La Saïdia per a qui l’habita!».
A Baldo el turismo tampoco le hace mucha gracia. Su discurso con un marcado acento sevillano es un torrente imparable de palabras: reivindica la vivienda como derecho y dice que las ciudades están perdidas, que los vecinos tienen que irse porque los turistas pueden pagar más, y que él comenzó a temer que lo echaran cuando vio cómo se empezaban a rehabilitar las fachadas, y se lo dijo a sus amigos, y estos le dijeron que sí, que estaban rehabilitando para arrendar en plan turístico, y que incluso ofrecen dinero para anular los contratos de alquiler, eso le dijeron, que los bajos ya no son bajos comerciales, son viviendas para turistas, que la Saïdia se está convirtiendo en la extensión del centro histórico y que el valor de los pisos sube, y que si eres propietario quieres ganar el doble, y les dices a tus inquilinos que se tienen que ir, que conoce casos de gente del barrio que se ha marchado al pueblo de los padres…
Cuando Ana intenta meter baza en la conversación, la interrumpe de inmediato: «Pero déjame hablar, mujer». Ana lo mira con comprensión y permite que continúe, y entonces dice que desde la pandemia todo ha cambiado, que ya no hay empatía entre nosotros, que ya no somos como antes, que se están volviendo a definir las clases sociales, que los barrios ya no son de quienes viven en ellos, son lo que los propietarios quieren que sean, que antes podías estar viviendo 30 años en una casa, pero ahora no, y que se ha dado cuenta de cómo funcionan las cosas en la vida tan tarde, tan tarde… «Me entiendes», repite Baldo de cuando en cuando. Y quién no te iba a entender, Baldo.
Ana y Baldo vivían en un piso propiedad de Ana en la calle San Ramón, en el centro de València, pero se les quedó pequeño, porque querían que cada una de sus hijas tuviera su habitación, así que lo pusieron en alquiler y buscaron algo asequible que fuera más grande. Lo encontraron en el barrio de Morvedre. De eso hace tres años. La notificación sin previo aviso de que debían desalojar la vivienda los dejó descolocados y molestos.
Después de una relación cordial de tres años con el propietario, no se esperaban algo así, aunque admiten que la justificación –el piso, dice el dueño, es para un familiar– está recogida en el contrato. Baldo y Ana aceptan que deben irse, pero no el trato recibido ni la desconfianza. Tras una larga e infructuosa búsqueda de otro piso en alquiler, la única solución que han encontrado es que Jayne, la inglesa que alquiló el piso de Ana, les haga el favor de dejarlo antes de que venza el contrato. Sería una vuelta a la casilla de salida, pero un mal menor. Eso sí, su futuro depende de la buena voluntad de Jayne.
En su búsqueda de vivienda, Ana y Baldo rastrearon todos los portales inmobiliarios. Idealista, por ejemplo. A mediados de abril, esta plataforma tenía una veintena de pisos en alquiler en Morvedre. En la calle Visitación, un «precioso estudio reformado» de 32 m2 útiles ubicado en un bajo «con mucha luz» y «un sofá-cama para recibir invitados» se ofrecía por 975 euros al mes.
La joya de la corona del portal, sin embargo, es una vivienda con licencia turística de 239 m2 «concebida para redefinir la experiencia de la vida urbana con un diseño innovador y una reforma integral de alta calidad», señala una de las inmobiliarias que la tiene en cartera, que destaca entre sus atractivos «una espectacular terraza» con «zona chill-out y piscina privada».
Situada también en un bajo de (otra vez) la calle Visitación, está a la venta por 880.000 euros, «una oportunidad única de inversión», subraya la inmobiliaria. A Baldo y Ana, y a las hijas de Ana –«y a la perra», recuerda Baldo–, les encantaría aprovechar esa oportunidad sin duda única, pero el presupuesto no les da. Un piso similar a lo que estaban disfrutando (800 euros al mes por una vivienda de cuatro habitaciones) no bajaba de los 1.300 euros, una cantidad inasumible para ellos. «Imposible conseguir algo por menos de mil euros», denuncia Baldo. «No se puede alquilar nada por menos de mil euros», coincide Jacobo, que no está buscando piso para él –tiene la suerte de ocupar la vivienda que era de su abuela–, pero sí lo hace para Movimiento por la Paz: casas de acogida para inmigrantes. Encontrarlas en el barrio se ha vuelto imposible: el alquiler medio casi se ha duplicado en los últimos años, lamenta.
Al cabo de unos días, Baldo vuelve al estanco. Elisa lo ve con mejor aspecto, alegre: Jayne ha cumplido su palabra y les ha entregado las llaves del piso, así que podrán finalmente mudarse. Otra clienta entra en el comercio a pedir cajas:
–Me han dado un año para dejar el piso. He preguntado directamente si querían ganar más dinero y me han dicho que sí.
Es el capitalismo, estúpida!!!
Es el capitalismo el causante de la mayoría de los problemas que nos acucian, como la gentrificación, el cambio climático, los veranos mortales, las olas de calor insoportables, las Danas, la mayoría de las enfermedades, la precariedad…
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YO ACUSO, Antonio Turiel.
(Cuidado, Antonio, con lo que dices, que luego la extrema derecha incita, impunemente, en las redes sociales a que os maten por ser “terroristas climáticos”, “manipuladores del tiempo” o “enemigos de la libertad”).
En vísperas de la tormenta que destruirá la ciudad de Barcelona*
Yo acuso.
Acuso a las administraciones, pasadas y actuales, que en medio del caos climático creciente, decidieron que no era un tema lo suficientemente importante como para tomar medidas adecuadas para prepararnos.
Pero acuso principalmente al actual Govern de la Generalitat y al actual consistorio de l’Ajuntament de Barcelona de vivir de espaldas a los crecientes signos del peligro. Los acuso por ser los que conozco mejor, pero también acuso con ellos a todos los gobiernos municipales, autonómicos y del estado español, por la misma temeridad e imprudencia.
Cuando tenemos, ahora mismo, un mar Mediterráneo con una temperatura superficial 3 grados superior a la que tenía en 1980, y en algunas zonas llegando a 5 grados. Cuando estamos sufriendo una de las peores olas de calor marina, en extensión, duración y amplitud, en el Mediterráneo Occidental.
Cuando sufrimos una terrible DANA en la ciudad de Valencia hace 8 meses, lo cual pudo ser tan destructiva, entre otros motivos, por un mar anómalamente cálido, que proporcionó más energía y más agua precipitable a las tempestades.
Cuando los estudios recientes nos muestran que la tasa de calentamiento global se ha multiplicado por cuatro durante la última década y que se está alterando completamente la circulación del océano y la atmósfera, con consecuencias que aún no somos capaces de anticipar.
Cuando se están ignorando todos los avisos de la comunidad científica, de los grupos ecologistas, de la payesía y de la ciudadanía en general, que dicen que así no, que por aquí no.
Por todo eso, yo les acuso.
Yo les acuso de promover obras que solo sirven para acrecentar el desastre, como la ampliación del aeropuerto de Barcelona o el desbroce de amplias zonas para el paso de nuevas líneas de alta tensión para la evacuación de una hipotética energía eléctrica renovable que no tiene demanda. Simplemente porque solo son capaces de pensar en hacer negocios como siempre, cuando nuestro mundo ha cambiado para siempre y es algo completamente diferente ahora mismo.
Yo les acuso de, a pesar de tener, en este mismo momento, avisos meteorológicos muy claros, como la actual ola de calor y los nada alentadores pronósticos para las próximas semanas, de no haberse lanzado a una campaña de protección de la población, sobre todo la más vulnerable.
Yo les acuso de no haberse preparado para una necesidad masiva de refugios bioclimáticos, y máxime en una situación de interrupción del servicio eléctrico después de una catástrofe. Y de no haber previsto cómo ofrecer agua, alimentos, cobijo y asistencia médica oportuna en medio de la catástrofe prevista.
Yo les acuso de no haber previsto, ni para Barcelona ni para ninguna otra parte, de medidas para disminuir las pérdidas humanas en caso de grandes avenidas, de no haber estudiado qué zonas serían más vulnerables, qué edificios o calles se hundirían….
https://loquesomos.org/yo-acuso/