Análisis
¿Por qué crece la extrema derecha? Desigualdad, democracia vacía y pérdida de futuro
La desigualdad económica extrema vacía la democracia de sentido: si el 1% tiene el 28% de la riqueza, la frustración es el mejor aliado de la extrema derecha.
Este artículo se ha publicado originalmente en Catalunya Plural. Puedes leerlo en catalán aquí.
En los últimos años, la extrema derecha ha crecido en Cataluña y en muchos países europeos. Pero si queremos entender por qué pasa, no basta con analizar los discursos políticos o los resultados electorales. Hay que observar las causas estructurales: la desigualdad económica, la precariedad y la frustración social. El auge de la extrema derecha es un síntoma directo de cómo la democracia se está vaciando en un contexto donde el futuro parece cada vez más incierto.
Los datos son contundentes y revelan una realidad que alimenta el malestar. En Cataluña, el 1% más rico concentra el 28% de la riqueza y el 10% más rico acumula el 60%. Mientras tanto, la mitad más pobre de la población debe repartirse un escaso 5% de la riqueza total. Cataluña es una de las comunidades más desiguales del Estado, pese a ser también una de las más ricas. El problema no es la falta de prosperidad, sino que esta prosperidad queda en pocas manos y no llega a la mayoría.
El fin del pacto del progreso: cuando el esfuerzo ya no sirve
Durante décadas, el relato de la meritocracia funcionó como un mecanismo de contención. Se prometía que, con esfuerzo y formación, cualquiera podría prosperar. Pero esa promesa se ha roto. Las personas jóvenes trabajan más horas por salarios más bajos, pagan precios desorbitados por la vivienda y ven cómo su proyecto vital se retrasa indefinidamente. La precariedad y la imposibilidad de acceder a una vida autónoma convierten el futuro en una amenaza. Cuando el progreso deja de existir como horizonte, aumentan la rabia y la desconfianza en el sistema.
El descontento no es solo emocional: tiene lugares concretos y perfiles muy definidos. En los barrios populares y las periferias urbanas, el tejido económico se ha debilitado mientras los centros de las ciudades se han transformado en escaparates para el turismo y la inversión inmobiliaria. La sensación de abandono y desconexión política crece. Y cuando las izquierdas renuncian a ofrecer una alternativa creíble, el discurso del resentimiento encuentra espacio para arraigar.
Cuando la democracia no cambia nada, el autoritarismo ofrece una salida fácil
Una democracia que no mejora la vida de la gente se convierte en una representación vacía. Si la percepción es que nada cambia, votes a quien votes, el sistema pierde legitimidad. Es el terreno perfecto para que el populismo autoritario se presente como la solución inmediata a problemas profundos. La extrema derecha transforma la rabia en identidad, sustituyendo el conflicto de clase por un conflicto cultural: nosotros contra ellos. Los culpables pasan a ser migrantes, feministas, políticos o periodistas, en lugar de las estructuras de poder que perpetúan la desigualdad.
Los sectores medios que ven cómo retroceden económicamente viven en un riesgo constante. Su objetivo deja de ser avanzar y pasa a ser simplemente no caer más abajo. Ese miedo, combinado con la experiencia cotidiana de precariedad, crea el contexto ideal para que los discursos de seguridad, orden e identidad se vuelvan seductores.
Desigualdad, poder e imaginación política limitada
La concentración de riqueza implica también concentración de poder mediático, económico y cultural. Los grandes actores empresariales definen qué futuro es posible y cuál no. La política se convierte en una disputa simbólica mientras las estructuras materiales del poder permanecen intactas. Cuando el futuro desaparece como proyecto colectivo, cada cual busca soluciones individuales y la democracia se debilita.
El auge de la extrema derecha en Cataluña y en Europa no es un accidente, sino la consecuencia de años de incapacidad para revertir la desigualdad y garantizar derechos materiales. El antifascismo retórico no sirve si no se acompaña de mejoras reales en la vida de la gente. Solo reconstruyendo las condiciones materiales de la igualdad se puede frenar el populismo autoritario.
Redistribuir riqueza y poder para recuperar la democracia
Enfrentar a la extrema derecha significa hablar de salarios, fiscalidad justa, vivienda accesible y servicios públicos fuertes. Significa reconocer que la economía no es neutra y que cada decisión presupuestaria afecta a la vida de millones de personas. Si no se redistribuyen la riqueza y el poder, el descontento social seguirá creciendo y será aprovechado por proyectos políticos que prometen soluciones rápidas pero destructivas.
Cuando la democracia solo sirve para gestionar la supervivencia y el futuro deja de existir como una promesa compartida, la puerta del fascismo queda abierta de par en par. La lucha contra la extrema derecha es, sobre todo, una lucha por la igualdad y por volver a creer que la política puede cambiar las cosas.