Cooperativas culturales: otra forma de hacer arte y comunidad
La Ciutat Invisible, A Disonante y el Teatro del Barrio son iniciativas que apuestan por hacer arte desde lo colectivo, con dignidad y arraigo en su territorio.
El sector cultural en España vive en una paradoja constante: es uno de los motores de creatividad y dinamismo social más potentes del país, pero al mismo tiempo está marcado por una fragilidad estructural difícil de superar. Detrás de los focos, los escenarios o los museos, late una realidad cada vez más visible: contratos temporales, inestabilidad laboral y una fuerte dependencia tanto de la financiación pública como de las lógicas del mercado.
El sector cultural en España emplea actualmente a unas 771.000 personas, lo que supone cerca del 3,6% del empleo total y un crecimiento del 6,6% en 2024 respecto al año anterior, según los últimos datos del Ministerio de Cultura.
Aunque los contratos indefinidos han aumentado un 19% desde 2022 y los temporales han descendido un 9,1%, todavía predominan la inestabilidad y los bajos salarios. Aun así, el sector muestra dinamismo: respecto a 2019, antes de la pandemia, el empleo cultural ha crecido un 8,6%, con una mayor presencia de mujeres y jóvenes, lo que apunta a una transformación lenta pero sostenida.
Ante esto, las cooperativas se alzan como una alternativa posible, como un modelo que apuesta por el trabajo colectivo y por situar a las personas en el centro del proceso creativo. «Cuando falta protección desde arriba, por parte de las grandes instituciones públicas y privadas, es imprescindible que existan este tipo de organizaciones que protejan y fortalezcan a los creadores, que son el eslabón más débil de toda la cadena de producción de la cultura», defiende Marta Pérez, doctora en Historia y Artes, expresidenta del Instituto de Arte Contemporáneo (IAC) e investigadora especializada en mercado de arte contemporáneo.
Más allá de la protección, también está la dimensión social: «Las cooperativas, las asociaciones, los colectivos abren un diálogo entre las personas que participan y la sociedad que los acoge. No solamente para que la sociedad aprecie la cultura como lo que realmente tiene que ser –una herramienta de nuestro propio desarrollo social e histórico–, sino también para tonificar el músculo del diálogo social».
Tres proyectos muestran hoy cómo esta forma de organización se convierte en una herramienta para resistir la precariedad y hacer cultura de otra manera.
La Ciutat Invisible: memoria y transformación desde Sants
En el barrio obrero de Sants, en Barcelona, una fachada de hormigón da entrada a una librería que es mucho más que un negocio. La Ciutat Invisible, nacida en 2005, surgió de la inquietud de un grupo de jóvenes que buscaban «organizar el trabajo de otra manera» y huir de la lógica del mercado laboral tradicional «precario, con trabajos temporales y mal pagados», explica Irene Jaume, librera e integrante de la cooperativa.
«Queríamos recuperar la memoria obrera y cooperativa de la ciudad y montar un proyecto con valores enraizados en la economía solidaria, para poner en el centro la vida de las personas y no los beneficios económicos», continúa. La mayoría de sus socios venía de movimientos sociales y de experiencias de autogestión en el propio barrio, lo que marcó el ADN de la iniciativa.
Su arraigo territorial es parte de su identidad. «No podrías coger La Ciutat Invisible y llevártela a otro barrio; no tendría sentido», asegura Jaume. «La cooperativa tiene sentido aquí porque llevamos muchos años en el barrio, con la transformación social en el lugar donde hemos crecido y militado como objetivo».
En 2025 cumplen 20 años, consolidada como una referencia del cooperativismo cultural en Barcelona. Desde la librería hasta proyectos editoriales, formativos y comunitarios, su trabajo ha sido constante a la hora de demostrar que hay otra forma de crear economía y cultura.
Para Jaume, el modelo cooperativo es también una respuesta a un mercado cultural que empieza a mostrar síntomas de agotamiento: «Se está viendo que ciertos modelos, como los macrofestivales, son insostenibles. En cambio, el cooperativismo cultural ofrece propuestas pensadas para la población local, donde los beneficios recaen en el territorio y las personas pueden participar de forma más justa».
No obstante, advierte: «Para que este modelo siga funcionando y siga existiendo, las administraciones tienen que tener un compromiso. Si solo se fijan en los grandes eventos y destinan dinero a ellos, no hay manera de competir».
A Disonante: identidad y música gallega con voz propia
En Galicia, la cultura se entiende también como raíz. A Disonante, cooperativa creada en 2019, nació para preservar y difundir el patrimonio musical gallego al tiempo que acompañaba a artistas en un sector adverso. Su trabajo combina sello discográfico y promotora de conciertos, con un enfoque claro: dar espacio a propuestas que la industria convencional suele relegar.
«La música tradicional de raíz es compleja de exponer a otro público, es muy de nicho; pero ahora ya no lo parece tanto, y es una oportunidad que hay que aprovechar”, explica Paco Lamilla, responsable del proyecto. Ese auge, dice, se debe en parte a la democratización de la música y al impacto de fenómenos populares, como la visibilidad de las pandereteiras en Eurovisión.
El crecimiento de interés es también la medida del impacto de la cooperativa: «Nos hace pensar que estamos en el sitio correcto. En las carreras artísticas, se ve cuando alguien empieza, se consolida y siente la satisfacción de que su voz se escuche más allá de donde antes llegaba».
A Disonante se sitúa así como una plataforma de acompañamiento. Frente a la presión por vender rápido o viralizarse, su modelo da a los artistas margen para decidir sus propios tiempos. «Lo importante es que un artista vea que su obra puede llegar a más gente y que tenga un impacto en alguien», resume Lamilla. «Nos centramos en que tengan su carrera, que la lleven al ritmo que quieran y que vayan adonde decidan».
Teatro del Barrio: crítica y dignidad desde Madrid
En el corazón de Madrid, la cooperativa Teatro del Barrio abrió sus puertas en 2013 con la intención de repensar la cultura desde la colectividad. Su declaración de principios lo resume en pocas líneas: «Nos anclamos en la felicidad, la libertad, la horizontalidad, la igualdad y la búsqueda del bien común. Huimos del pensamiento único: cuestionamos, participamos, debatimos y nos formamos para replantearnos las viejas formas. Creemos que otros relatos son posibles».
La cooperativa combina su programación teatral con iniciativas vecinales, coloquios y espacios formativos como «La Uni del Barrio», pensada para generar pensamiento crítico. Esa vocación política, explica Ruth Sánchez, integrante del consejo rector, es inseparable de su estructura: «El hecho de que seamos una cooperativa y tan politizada nos permite ser una voz crítica y dar pinceladas diferentes en el mundo cultural».
Pero el cooperativismo no es solo una cuestión de discurso, también de práctica laboral. «Intentamos pagar sueldos dignos o más dignos a las trabajadoras del teatro. Esa es nuestra manera de mantener la dignidad en el día a día y en nuestras producciones propias», afirma Sánchez.
El camino no ha estado exento de dificultades. «Sin lugar a dudas, la sostenibilidad económica es el mayor reto. Y a nivel político también hemos vivido momentos duros, como amenazas», recuerda. Aun así, la experiencia de formar parte de la cooperativa tiene, para ella, un valor intrínseco: «El tiempo que empleas en hacer la cooperativa es en sí una satisfacción; el poder mostrar que las cosas se pueden hacer de otra manera».
En un sector dominado por la lógica de la rentabilidad inmediata, el Teatro del Barrio defiende otra visión: «Hacer las cosas bien es lo que nos motiva, no hacerlas de forma masiva por el éxito comercial», asegura Sánchez. De cara al futuro, la visión es clara: «Resistir. Como debería ser la de todo Madrid».
La Ciutat Invisible, A Disonante y Teatro del Barrio son solo tres ejemplos de un fenómeno más amplio. Todas son iniciativas que han nacido de contextos distintos –un barrio obrero en Barcelona, la identidad cultural gallega o el Madrid crítico y politizado–, pero que comparten un mismo horizonte: hacer arte desde lo colectivo, con dignidad y arraigo en el territorio.
Este reportaje pertenece a ‘Altacoop, el altavoz de las cooperativas’, un proyecto que cuenta con el apoyo del PERTE de la Economía Social y de los Cuidados del Gobierno de España.