Opinión
¡Detener el genocidio! Este debe ser el objetivo
«Hay que actuar ya, inmediatamente, no hay tiempo que perder; y las declaraciones a favor de los ‘dos Estados’ o la condena de la ‘masacre’ (u otras posiciones formuladas en esos términos) resultan a todas luces insuficientes o hipócritas», escribe Fernando Luengo.
¿Somos conscientes de lo que significa la expresión «situación de emergencia» en relación a lo que acontece en Palestina? (expresión que igualmente podría aplicarse a la desigualdad y al cambio climático).
Creo que no. Si realmente los gobiernos y las instituciones lo fueran y actuaran en consecuencia tendrían que enfrentar ahora, inmediatamente, el enorme drama que padece la población gazatí, el genocidio que está llevando a cabo con total impunidad el Gobierno y el Ejército de Israel con el apoyo de Estados Unidos y la complacencia de muchos gobiernos.
Sí, genocidio, ese es el término –acuñado por un jurista polaco en 1944– que hay que utilizar. Sin subterfugios, como el utilizado por el rey Felipe VI. En su discurso pronunciado en la 80ª Asamblea General de Naciones Unidas, lo ha sustituido por «masacre». No se trata de una cuestión terminológica, meramente formal o de estilo. La palabra «genocidio» implica la existencia de una estrategia deliberadamente encaminada a destruir y eliminar a un pueblo y expulsarlo de su territorio. Esta es la política de Israel en relación a población palestina.
En los últimos meses han sido numerosos –y también tardíos– los pronunciamientos institucionales criticando la política israelí, mostrándose a favor de la existencia de «dos Estados» (el de Israel y el de Palestina). Una toma de posición que ahora se produce como respuesta a la creciente movilización ciudadana, cada vez más amplia e intensa, que ha obligado, entre otras cosas, a que gobiernos que contemporizaban o directamente apoyaban a Israel pasaran a condenar su política, al menos formalmente.
Sin entrar en el debate, que lo hay, sobre la viabilidad de la solución de los dos Estados, en un contexto de continua ocupación de territorios palestinos y expulsión de su población, me parece evidente que, con independencia de la opinión que cada cual tenga al respecto, no es una solución a corto plazo.
Hay que decir alto y claro que los tiempos importan y mucho. Porque es ahora, en el momento de escribir estas líneas, cuando Israel, su Gobierno y su Ejército, están cometiendo con total impunidad asesinatos masivos (imposible hacer estimaciones verosímiles de su magnitud, posiblemente muy superior a lo reflejado por las estadísticas); cuando muchos de los asesinados, miles, son niños y niñas; cuando la hambruna y la enfermedad se han generalizado; cuando la población, obligada a desplazamientos continuos exigidos por los jefes militares de Israel, sobrevive en condiciones de hacinamiento extremas; cuando hay una escasez dramática de agua, medicamentos y otros artículos básicos esenciales para la vida; cuando prácticamente todas las infraestructuras –incluidas las sanitarias– han sido destruidas; cuando las rutas por las que llegaba la escasa ayuda humanitaria han sido bloqueadas y convertidas en objetivos militares… cuando sucede todo esto, en absoluto es suficiente con proclamar el derecho a los dos Estados.
Aunque casi se ha convertido en un lugar común afirmar que estamos asistiendo en directo a un genocidio, es imposible desde aquí aproximarnos siquiera a la inmensa devastación que está provocando el Ejército de Israel y al enorme sufrimiento que ocasiona a una población que está siendo sencillamente aniquilada. Por todo ello, hay que actuar ya, inmediatamente, no hay tiempo que perder; y las declaraciones a favor de los «dos Estados» o la condena de la «masacre» (u otras posiciones formuladas en esos términos) resultan a todas luces insuficientes o hipócritas, destinadas a salvar la cara ante una opinión pública cada vez más movilizada.
Hay que detener el genocidio, aplicando medidas contundentes y eficaces. En este sentido, no son suficientes las adoptadas por nuestro gobierno (que, hay que reconocer, llegan bastante más lejos, son más ambiciosas, que las aplicadas por la mayor parte de los gobiernos europeos), materializadas en un Real Decreto-ley cuyo objetivo declarado es proceder al embargo de armas a Israel y prohibir las importaciones de productos procedentes de asentamientos ilegales en territorio palestino. No entraré en los detalles, pero este decreto-ley tiene evidentes carencias en su formulación actual y no detendrá el comercio de material militar con Israel, incluido el tránsito del mismo por nuestro país.
La respuesta tiene que ser (tendría que haber sido ya) mucho más contundente y ambiciosa, incluyendo la ruptura de relaciones diplomáticas con el Estado genocida de Israel, y la prohibición de los vínculos comerciales, productivos y financieros con este país. Enfrentar, en definitiva, los intereses corporativos de quienes se están enriqueciendo alrededor de un complejo militar-industrial cada vez más poderoso e influyente, y que ha continuado haciendo negocio con el genocidio.