Cultura
Cuando sabes que volver ya no es posible
El PEN Català ofrece refugio material, afectivo y político a quienes, en otras latitudes, ven amenazada su vida por ejercer su oficio: la escritura.
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A lo largo de la historia, la escritura ha sido un acto íntimo de resistencia, un espacio desde donde quienes han perdido sus hogares, su lengua o su libertad han podido reconstruir fragmentos de sentido. Más allá de los libros y los papeles, la palabra escrita se ha convertido, en muchos casos, en el último refugio posible. Cuando el exilio forzado arrebata los vínculos más elementales, queda la escritura como una forma de permanecer y, a la vez, de transformar la experiencia del desarraigo.
Desde hace casi un siglo, el PEN Català (acrónimo que responde a las palabras en inglés Poets, Essayists, Novelist) ha mantenido ese compromiso con la defensa de la palabra y de quienes la ejercen en condiciones de vulnerabilidad. Integrado en la red internacional PEN, fundada en Londres en 1921, y establecido en Catalunya desde 1922, esta entidad cultural ha entendido que defender la literatura implica también ofrecer refugio material, afectivo y político a quienes, en otras latitudes, ven amenazada su vida por ejercer su oficio.
En ese marco, el Programa Escriptor Acollit, impulsado por el PEN Català desde el año 2006, se ha consolidado como una de las pocas iniciativas estables en el Estado español que vinculan la protección internacional de los derechos humanos con la defensa activa de la literatura y la libertad de expresión.
Programa Escriptor Acollit
Creado a partir de la colaboración entre el PEN Català y la xarxa ICORN (International Cities of Refuge Network), el Programa Escriptor Acollit ofrece acogida a escritores, escritoras y periodistas amenazados en sus países de origen por causas vinculadas a su obra. En contextos donde la publicación de un artículo, un poema o una novela puede suponer prisión, agresión o exilio, este programa garantiza una estancia segura en ciudades como Barcelona, Girona o Palma durante un período de dos años. Para poder acogerse al programa, explica Gemma Rodríguez, directora del PEN Català, «las solicitantes deben haber sufrido algún tipo de represión en el lugar de origen relacionado con su producción artística, ya sea en calidad de periodistas, guionistas o escritores».
Además de proporcionar alojamiento y un salario mensual que permita a la persona acogida vivir con autonomía, el PEN Català mantiene una voluntad explícita de que las personas acogidas participen de la vida pública y cultural del país que los alberga.
La experiencia de exilio y acogida en el PEN Català ha sido, para muchos de sus protagonistas, una vivencia ambigua. Por un lado, la protección material y la posibilidad de continuar con su obra representan una salvación vital. Pero, por otra parte, la lejanía respecto a su país de origen y el desarraigo emocional generan una tensión permanente.
El escritor amazigh Salem Zenia, acogido por el PEN Català en 2007, lo describe así: «Cualquier persona que deja su casa, su tierra, siempre mantiene la idea de regresar. Incluso cuando pasan 50 años, ese deseo sigue ahí. Uno recuerda su tierra, su barrio, su casa… Y cuando te vas, sobre todo obligado, todo eso se convierte en un peso».
Zenia relata cómo llegó a contactar con el PEN Català a través de conocidos tras el asesinato de un escritor argelino, lo que movilizó una oleada internacional de solidaridad. «Tenía amigos que me ayudaron a solicitar la ayuda y a preparar los papeles. No era fácil: en un país cerrado no se podía salir ni por tierra, ni por mar, ni por aire», explica.
Una vez en Catalunya, el sentimiento de desarraigo no desaparece. «Te encuentras en una especie de nube, de ciclón, de tempestad… y no sabes dónde te llevará ni cómo acabará todo eso. Entonces te sientes totalmente desamparado. Y sabes que volver ya no es posible», reconoce.
Aun así, destaca la importancia de encontrar refugio en un entorno próximo, culturalmente familiar: «Prefiero estar en un país cercano y mediterráneo como España o Catalunya, porque imagínate si me hubiera tocado Japón o Uruguay. Eso cuenta mucho cuando te ves sin raíces, sin referencias», explica.
Acoger a un escritor no consiste únicamente en ofrecerle una vivienda y recursos económicos. Supone también generar un entorno cultural donde la escritura pueda seguir ejerciendo su función de testimonio, denuncia o consuelo. En este sentido, Catalunya ha representado históricamente un territorio simbólico de acogida para quienes han visto amenazada, a lo largo de los años, su capacidad de nombrar y narrar.
El PEN Català ha sabido articular este espacio de refugio no solamente en términos físicos, sino también lingüísticos y culturales. La pluralidad de lenguas presentes en el programa –árabe, amazigh, ruso, persa, kurdo– convive con la voluntad de integrar el catalán como lengua de relación y de intercambio, respetando siempre la lengua de creación de cada autor y autora.
Sin embargo, la relación con el territorio es ambivalente. «Lo mejor para ellos siempre es volver a casa. Es gente que normalmente está politizada y siente y ama su país», apunta Gemma Rodríguez. «Es duro y triste pensar que, a veces, no pueden hacerlo». A este desarraigo se suma la pérdida de identidad pública. «Sobre todo al principio se sienten desconectados. Algunos de ellos eran personas conocidas en su país y, de repente, aquí se encuentran sin nombre, sin referentes», añade Rodríguez.
En el caso de Salem Zenia, el exilio le ha permitido descubrir una cultura y una literatura que desconocía. «Nunca había pensado que podía haber una literatura en catalán, en otras lenguas… Y eso me hizo pensar que somos menos conscientes de lo que significa la pluralidad. Esa dualidad me ha enriquecido mucho. Creo que este hermanamiento de culturas, lenguas y literaturas es algo éticamente necesario para todos», afirma.
La política de la palabra
La tarea del PEN Català no se limita a proteger a quienes llegan a través del programa de acogida. Desde su fundación, la entidad ha mantenido una defensa activa de la libertad de expresión y de los derechos lingüísticos, tanto en Catalunya como en contextos internacionales. Cada año, el Día del Escritor Perseguido, que se celebra el 15 de noviembre, recuerda la situación de decenas de autores encarcelados, silenciados o perseguidos en distintas partes del mundo.
En los últimos años, la entidad ha reforzado también su trabajo en el ámbito educativo, organizando charlas, talleres y encuentros en centros escolares para visibilizar las amenazas a la libertad de palabra. «Cuando los autores están en buenas condiciones anímicas y mentales, nos gusta que vayan a escuelas e institutos a explicar su historia. Es una forma de que su experiencia sirva no solo para protegerse ellos, sino también para educar en valores a las nuevas generaciones», subraya Rodríguez.
El PEN Català ha convertido la escritura en una forma de hospitalidad política. No se trata únicamente de acoger a personas perseguidas, sino de defender una concepción de la literatura como espacio de libertad, de denuncia y de memoria.
Ese compromiso se materializa en un programa concreto, pero también en una forma de entender la palabra como territorio compartido. Un territorio que no se impone ni se apropia, sino que se ofrece. «Creo que este hermanamiento de culturas y de literaturas es una ética necesaria para todos», concluye Salem Zenia.